jueves, 23 de junio de 2016

Tengo ganas de vivir, toma un pedazo de mí

El olor del bosque y las hierbas de verano me lleva siempre en la memoria sensorial a Córdoba, allá por el momento en que empezaron a concretarse mis primeros viajes.
Hace poco escribí algo sobre el despojo de la identidad que nos construimos a través de los objetos y personas que nos rodean. Algo como que irse de viaje es también dejar atrás esas maquetas.

Pero hoy en el bois de boulogne, Paris seizième, ahí estaba yo, y mi almita de diecisiete años en Córdoba descubriendo aromas y poniéndole muchísima luz a la vida. Ahí estaba caminando tranquila después de hacer tai chi, con la panza llena de cosquillas. Como Billy Pilgrim, viajé en el tiempo, y como bien los tralfamadorians saben, estuve acá y allá siendo presente en los dos lugares a la vez.

Es posible que también pasen esas cosas, porque viajar probablemente se trate de estos encuentros y desencuentros. Cuando creo que me pierdo de mí misma en esta ciudad enorme lejos de mi casa, amigos y familia, me encuentro un día conmigo en la etapa más expansiva de mi vida.

Así es vivir de viaje, este es el movimiento que siento en las entrañas desde antes de salir con la mochila, la vibración que me sacude para todos lados y que es vida, vidita que llevo yo por los caminos que decido recorrer.

Cada trazo y cada camino que terminamos recorriendo, despiden ecos de algo distinto que se quedan grabados como serpientes en arena, silenciosas y, a su vez, van dejando huellas, huellas que permanecen grabadas en cemento, grabadas en la memoria, sigilosas para aparecer en los momentos más inesperados. Un cuento, un corazón, un cerebro, una materia prima para crear algo nuevo que finalmente después de cierto tiempo será abandonado, olvidado, sepultado abajo de los nuevos palacios que vienen y desbancan los suelos viejos que existían ahí antes que ellos. Y éstos, a su vez, desbancan a los demás y formando bolas y desfiguros se vuelven muy difíciles de arreglar. 

Algo más que es difícil, es encontrar los pasados que queremos componer, tanta pintura sobre la fachada desgastada impide y modifica la respiración del animal; esa bestia sagrada que cambia para siempre y muy rara vez dormita.

Nada nos garantiza que tendremos lo que tenemos. Nada nos garantiza una vida segura, Tampoco sabremos si tendremos pensamientos que llevan a una espiritualidad iluminada. Nada nos garantiza la paz.
Pienso en que no somos dueños de lo que ya logramos. Y nada nos garantiza que seguiremos siendo los mismos... Pero siempre tendremos las huellas. Esas huellas para recordarnos de dónde, y por qué vinimos hasta aquí.”

(Omar Rodríguez López trío. Noche-día)





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