El
olor del bosque y las hierbas de verano me lleva siempre en la
memoria sensorial a Córdoba, allá por el momento en que empezaron a
concretarse mis primeros viajes.
Hace
poco escribí algo sobre el despojo de la identidad que nos
construimos a través de los objetos y personas que nos rodean. Algo
como que irse de viaje es también dejar atrás esas maquetas.
Pero
hoy en el bois de boulogne, Paris seizième, ahí estaba yo, y mi
almita de diecisiete años en Córdoba descubriendo aromas y
poniéndole muchísima luz a la vida. Ahí estaba caminando tranquila
después de hacer tai chi, con la panza llena de cosquillas. Como
Billy Pilgrim, viajé en el tiempo, y como bien los tralfamadorians
saben, estuve acá y allá siendo presente en los dos lugares a la
vez.
Es
posible que también pasen esas cosas, porque viajar probablemente se
trate de estos encuentros y desencuentros. Cuando creo que me pierdo
de mí misma en esta ciudad enorme lejos de mi casa, amigos y
familia, me encuentro un día conmigo en la etapa más expansiva de
mi vida.
Así
es vivir de viaje, este es el movimiento que siento en las entrañas
desde antes de salir con la mochila, la vibración que me sacude para
todos lados y que es vida, vidita que llevo yo por los caminos que
decido recorrer.
“Cada
trazo y cada camino que terminamos recorriendo, despiden ecos de algo
distinto que se quedan grabados como serpientes en arena, silenciosas
y, a su vez, van dejando huellas, huellas que permanecen grabadas en
cemento, grabadas en la memoria, sigilosas para aparecer en los
momentos más inesperados. Un cuento, un corazón, un cerebro, una
materia prima para crear algo nuevo que finalmente después de cierto
tiempo será abandonado, olvidado, sepultado abajo de los nuevos
palacios que vienen y desbancan los suelos viejos que existían ahí
antes que ellos. Y éstos, a su vez, desbancan a los demás y
formando bolas y desfiguros se vuelven muy difíciles de arreglar.
Algo más que es difícil, es encontrar los pasados que queremos
componer, tanta pintura sobre la fachada desgastada impide y modifica
la respiración del animal; esa bestia sagrada que cambia para
siempre y muy rara vez dormita.
Nada
nos garantiza que tendremos lo que tenemos. Nada nos garantiza una
vida segura, Tampoco sabremos si tendremos pensamientos que llevan a
una espiritualidad iluminada. Nada nos garantiza la paz.
Pienso
en que no somos dueños de lo que ya logramos. Y nada nos garantiza
que seguiremos siendo los mismos... Pero siempre tendremos las
huellas. Esas huellas para recordarnos de dónde, y por qué vinimos
hasta aquí.”
(Omar Rodríguez López trío. Noche-día)
(Omar Rodríguez López trío. Noche-día)
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