Parece que
fue hace cinco meses, pero el jueves 21, entonces, terminé de actualizar el
blog, preparé una viandita para llevar, llegó Liber del trabajo y encaramos
para Potsdam, ciudad aledaña a Berlín, sin saber muy bien cómo llegar y
dándonos cuenta de que, entre la salida tarde, el tiempo de viaje, y la
restricción de que teníamos que llegar a una hora para ir a otro lugar, sólo íbamos
a tener ahí un ratito. Pero ahí fuimos igual, disfrutando del trayecto porque
como siempre, lo que importa es el camino... Y hacer las cosas así nomás.
En una de
esas asociaciones inverosímiles de mi cabeza, Potsdam me pareció como la
Versalles de Berlín, teniendo en cuenta todos los palacios y edificios
importantes que hay ahí, más los jardines que obviamente no llegamos a visitar;
sin contar además su parte de la historia en la Segunda Guerra Mundial, cosa
que tuvimos que googlear a partir de una intuición construida sobre nuestros
escasos conocimientos históricos. En fin, una ciudad súper bonita y prolija
como debe ser todo el resto de Alemania que no es Berlín, un contraste
sorprendente, un paseo hermoso y un helado vendido por una italiana como
premonición de nuestro siguiente viaje.
viajando feliz
mi amiga me hace posar con bicicletas random
Porque al
día siguiente, como prometí en el post anterior, nuevamente embarcamos: todos
los caminos conducen a Italia, así que esta vez un avión que nos depositó en el
aeropuerto de Pisa, a donde nos fue a buscar mi amiga Vittoria (puede que les
lectores fieles la recuerden como Anna mi amiga italiana que conocí en el
camping, pero todo cambia y los nombres también pueden cambiar) para regalarnos
un fin de semana de vacaciones dentro de las vacaciones, que no pudo ser más
soleado y hermoso.
Vittoria
vive, ahora, en un pueblito toscano pequeño y maravilloso, en realidad es como
una agrupación de cuatro mini pueblitos que forman una especie de unidad, el
más grande sería Santa Luce, y ella está en Pastina, a unas colinas de
distancia. Volver a Italia fue para mí recordar la felicidad que me trae la
Toscana, su gente, sus paisajes, sus comidas y su lengua. Las colinas verdes
sembradas simplemente me dan alegría. Y ver a mi amiga, a quien no veía desde
que estuve por última vez en París antes de volverme en 2017, fue la cereza de
la torta de este viaje que no dejó de tener etapas distintas.
si tan solo pudiera sonreír máaaaas
Visitamos
Pisa, volví a saludar a esa torre loca que jamás pensé que volvería a ver,
también visitamos Livorno, ciudad cercana, pero más que nada anduvimos por el
pueblo, haciendo vida de pueblo, de aperitivo en aperitivo, viendo a la misma
gente aquí y allá, tomando el increíble sol de primavera que ya parecía verano,
conociendo personas y animales, principalmente gatos y caballos, aprendiendo
palabras nuevas, principalmente una que nos dejaron el encargo de difundir por
acá: troiaio, bella palabra multiuso de la zona por excelencia, cuyo
significado todavía estamos develando, pero que claramente no es positivo ni
académico.
más poses ridículas con bicicleta
amor con Irene, gatita de Vittoria
el pueblo
atardecer en Livorno
mi venganza
amore
Sin
embargo, el lunes había que volver a Berlín para seguir volviendo, así que nos
despedimos del sol y volvimos a la primavera invernal, al frío intenso, Liber
para trabajar, y yo para despedirme de la ciudad con una calma inesperada que
me acompaña hasta el día de hoy. Cena de despedida con las amigas de Liber, y
al otro día abrazo de despedida con ella en el aeropuerto de donde salió,
atrasado, mi vuelo a Barcelona, en donde tenía 8 horas de espera en las que
planeaba aburrirme, ponerme al día con el blog, y aburrirme un poco más.
Pero algo
del mismo orden de cosas que hizo que nos alojáramos a dos cuadras de la
escuela de mi abuelo en Lviv, o que conociéramos a Marina en Brody, o que
pasáramos por la puerta de donde vivió mi abuelo en Cracovia sin saberlo con
mamá, alguna magia que asume el control de los caminos del mundo para que todos
conduzcan a donde tienen que conducir, hizo que al llegar a Barcelona mi valija
tardara mucho en llegar, que me conectara al wifi y abriera las redes sociales
para descubrir, en la primera foto que vi, que Laurent, nuestro otro amigo del
camping, que sigue viviendo en París, estaba de vacaciones en Barcelona, a
donde había llegado ese mismo día. Así que sin dudarlo fue decir hola estoy
acá, estamos en la misma ciudad, tengo tantas horas de aeropuerto y mi valija a
cuestas, y que él se tome un taxi y nos encontremos en la puerta y sea todo tan
gracioso y tan perfecto que terminemos tomando una birra alsaciana (les fieles
lectores recordarán que Laurent es oriundo de Alsacia) y me hiciera compañía
hasta que mi vuelo tuviese que despegar. Así la vida, así los caminos.
inesperado reencuentro
Y así mi vuelta
a casa. O a donde tenga que llegar, porque ya se sabe que volver…
Y que nadie
me venga con que fue casualidad.