lunes, 2 de diciembre de 2019

Elena se va de viaje a Islandia

Es abril, o mayo del 2012. Apenas empezando la facultad. Elena baja a abrirme la puerta y subimos juntas hasta el piso 14 (¿o 13, o 12, quizás?). Cuando se abre la puerta del ascensor y entramos al departamento, con la luz de la mañana, hay también una sensación de cosas que se estuvieron charlando. Cata está sentada en el sillón en forma de L, a su alrededor el mundo de cosas que habitan la casa, pequeños y grandes objetos de colores, libros, instrumentos, juegos. Elena me mira con cara de “no sabés lo que estás a punto de escuchar”, y le hace señas a Cata.
Y Cata empieza a hablar.
Nos cuenta que vivió siete años en un barco, nos cuenta del novio francés de su mamá, nos dice que ahora viven en Uruguay. Nos habla de Ushuaia, de la escuela a distancia, de la Antártida, de viajar. De lugares. Y nos dice que estuvo en Islandia.
- ¡¿En Islandia?!
Sí. En Islandia. Lo cuenta como si no tuviese tanto de lo que hablar, como si no fuese gran cosa, y Elena y yo no damos más de la alegría, de la emoción, de la curiosidad. Nos brillan los ojos. Nos late fuerte el corazón. Islandia. El país de Sigur Ros. El país de Björk. Islandia.

Cuando escribía en este blog, cuando escribo en este blog, mientras voy desentramando los relatos como tiras de papel, a veces pienso (por supuesto que pienso) en personas. Que si tal lo lee, que si tal lo leerá. Me van modelando el relato. Y el relato me va modelando la vida. Cuando estuvimos en Islandia en octubre de 2016, como parte de nuestro gran viaje, pensé más de una vez en Elena y Cata. En los ojos brillantes de Elena. Y en por qué se me dio por leer y hablar de Vonnegut, el mismo que le dio nombre a la librería en la que ella supo trabajar. En qué será de la vida de Elena.
Porque no nos vimos más, o nos vimos muy poco.


Pero ahí estaba yo, sintiendo los duendes y el olor a pedo de los humitos de los cráteres de Islandia, perdiéndome en los bosques, escuchando la ferocidad de las cascadas, mirando la aurora boreal, y como Billy Pilgrim, sabía pero no sabía que el tiempo va tan para adelante como para atrás o en realidad a ningún lado, y que hoy, en diciembre de 2019, en un día de sentirme de viaje en mi ciudad, iba a encontrarme en la calle con Elena, y que ella me iba a contar que se iba a Islandia el mes que viene. Hoy que es como una esfera o una espiral, hoy que busqué unas fotos de un rollo que saqué hace más de cuatro años, hoy que tan atemporal fue todo, que me olvidé que tenía una alumna y la dejé plantada. Algo que, en seis años, jamás me sucedió.

de 2014, descubierto hoy.

- Tenemos que volver a Islandia, le digo cada tanto a Germán.
Pero hay algo que es como una tela que nos teje sola, sin que hagamos nada. Es imposible saber. Lo que sí, ahora que se va Elena, y que siento que entonces yo también voy a viajar, me parece que hay algo que el universo está entendiendo.

martes, 19 de noviembre de 2019

Uruguay es el mejor país


Algo pasa con los viajes en el espacio que siempre terminan siendo viajes en el tiempo. Desde que Billy Pilgrim has comeunstuck in time aquella vez en París, para mí es una verdad ineludible. Este fin de semana largo nos llevó por caminos temporales inesperados: quien se anime a leer hasta el final este texto descubrirá todas esas rutas distintas, y armará su propia trama de razones por las cuales viajar por tres días a Colonia valió tanto la pena. Yo ya tengo la mía.


Hacía tiempo que quería retomar estas crónicas, una vez que entendí que el viaje nunca se termina, pero la mezcla del miedo y la rutina pueden paralizarme mucho (por ejemplo, siempre me quedó pendiente contar de nuestras aventuras en Río). Cuestión que acá estoy, escribiendo como si el tiempo no hubiese pasado y otra vez los autos jets aviones barcos.
Decidimos ir a Colonia por el fin de semana largo, sacamos los pasajes intentando no horrorizarnos de lo que cuesta cruzar el charquito, dos veces buscamos hospedajes en Airbnb y finalmente nos decidimos por uno. Ahí estábamos el sábado al mediodía, en medio de una masa de gente rodeada por una cola incomprensible de más gente en un gran salón de embarque en el que nadie entendía nada. Cuando por fin nos dejaron embarcar y pasamos como ganado apretujado, en la rampita que bajaba hacia la manga, una señora me agarró del brazo para sostenerse sin preguntarme nada, y yo sentí que estaba conectada al mundo. En realidad me reí con ternura, pero pensándolo bien, fue el primer indicio de que ese fin de semana yo estaba de algún modo al servicio del mundo, siendo parte de la gran cadena de cosas que pasan, la gente que necesita apoyarse, la señora que necesita saber qué perfume del free shop es más rico, la que me sonríe porque ahí estoy, y el mundo estaba también ahí para mí si prestaba suficiente atención.

Del puerto de Colonia a lo de Stefani caminamos unas cuadras, Colonia hasta ahí solo parecía una confirmación de que Uruguay es como una provincia de Argentina, Stefani hasta ahí solo parecía una anfitriona buena onda, una linda habitación. Enseguida salimos a descubrir el casco viejo, a devorar nuestra primera comida cuyos precios no podíamos entender de lo caros que son (pero ¡gracias Uruguay por darme tantas opciones veggie, a pesar de hacer excesiva propaganda del asado!), y caminar muchísimo, tanto que no se entiende cómo hicimos, porque el lugar es chiquito, pero se ve que lo pispeamos desde todos los costados.
Encontré esta pizzería medio cambalache usando mi remera de las tres gracias

como siempre, entregada al paisaje

Yo había comprado un rollito el día anterior, decidida a retomar la fotografía analógica, emocionada de volver a jugar con Pepe, mi cámara que no tocaba hacía al menos cuatro años, la misma cámara con la que mi papá tanto había trabajado y con quien había viajado a Cuba a visitar a mi mamá allá por el ’87, y así un eterno loop de digresiones temporales. Así que ahí estaba gatillando como loca bajo el sol, un señor se me acercó, me pidió sacarme una foto sacando fotos (¿?), él era fotógrafo y me dijo que yo era una heroína por usar esa cámara. Charlamos un poquito y seguimos nuestros sonrientes caminos.

Cada tanto escuchábamos un poco de francés, un poco de inglés, y recordábamos esa sensación de los idiomas clase turista. Vimos al sol ponerse en el río y al cielo hacerse naranja, rosa, violeta. Colonia, con sus callecitas de piedra y sus casas antiquísimas, se iba haciendo cada vez más linda. Nuestro viaje, cada vez más nuestro, riéndonos de las pequeñas cosas ridículas, o de la nada, pero sobre todo riéndonos mucho. Si algo hicimos en este viaje fue reírnos, no sé si es que antes también lo hacíamos tanto, o que estos últimos años fueron un poco duros y aprendimos a disfrutar y reírnos todavía más de esos momentos. O de la vida. Qué se yo.

cosas de Colonia 1: gente cruza triste rayos de sol
cosas de Colonia 2: mensaje en el museo

cosas de Colonia 3: ...esto.

cosas de Colonia 4: un sol que se parece a Germán

el museo del mosaico (que prácticamente era solo esto)

mostrando lo alta que soy



A la noche descubrí que en el baño de nuestro Airbnb había una pasta de dientes monoprix (marca de supermercados francesa) y me dormí pensando en quién se alojaba en la habitación de al lado. En el desayuno nos encontramos con ella, Léa, (y su ¿pareja? de Avellaneda) no solo francesa sino también traductora, artista y tarotista. Intercambio feliz, mirá vos lo que es la vida, la casa de las traductoras, todo tan gracioso, bonne continuation, vengan a La Plata, quedamos en contacto.
Nos fuimos sonriendo por el encuentro rumbo a un no-free walking tour que valió la pena aunque fuera bajo el rayo del sol del mediodía, aprendiendo sobre casitas y calles portuguesas o españolas del 1600, en Colonia ya sentíamos que éramos siempre las mismas personas desde que nos bajamos del barco, cruzándonos una y otra vez por los restoranes y los puntos turísticos, a veces saludándonos. Ya sé que la gente de vacaciones suele ser más amable, la gente que trabaja con gente que está de vacaciones también tieneque serlo (comprobado en carne propia), pero no me importa, yo sostengo que en Uruguay la gente es más buena onda. De hecho, mi teoría es que en Uruguay todo es mejor, probablemente hasta yo misma, y hasta ahora nada me impide afirmarlo. Un día vimos a un tipo flameando una bandera gigante que según Germán parecía la de Paraguay, más tarde Stefani y su novio nos explicaron que pronto hay elecciones y hay peligro de que gane la derecha: la bandera tricolor era del Frente Amplio, partido que está hace tiempo y con el cual conquistaron muchos de sus actuales derechos; después vimos la otra, “la de los malos”, de derecha, que flameaba desde autos conducidos por viejos (yo imparcial, jamás). En todo caso, si los malos ganan, lo podemos discutir.

pero lo que importa es el amor, el amor blanco y heterosexual

El domingo a la tarde, entonces, decidimos volver a ducharnos y descansar un ratito antes de ir a ver el atardecer desde arriba del faro. Después de la ducha y el descanso nos dio hambre y saqué un budín que había llevado. Fuimos al comedor a buscar un cuchillo, y no sé por qué, me quedé mirando la casa, en algún punto llegué a un estantecito con algunos libros, y miré. Y de pronto vi algo conocido, pero que mi cerebro no pudo procesar inmediatamente. Me llevó algunos segundos entender que ahí, en ese lugar, en esa casa que habíamos elegido para hospedarnos del otro lado del río, había un libro de mi abuelo. Mi corazón hizo como plop y cuac al mismo tiempo. No me atreví a tocarlo: le dije a Ger “mirá, mirá quién está ahí”. Quienes me conocen o me han leído saben lo que significa para mí mi abuelo, sulibro, su historia. Basta ver todo lo que hicimos este año para ir a conocer algo más de él al otro lado del mundo. Y saben que, a veces, suelto por ahí alguno de sus libros. La segunda sorpresa fue agarrarlo, abrirlo, y leer mi propia letra, como si fuese otra persona que venía de lejos: 25 de junio de 2017. ¡Hola! Si encontraste este libro, es tuyo. Y el mensaje seguía. Escalofríos. Conexión. Mundo. Y, sí.



El libro de mi abuelo solo se editó acá en Argentina, solo esa vez en 2008, no circuló demasiado. Por eso fui, fuimos dejando y soltando ejemplares por varios lados, al azar. Justo esta vez, me había olvidado de llevar. En 2017, año en que volvimos de nuestro viaje, alojamos en casa a Gwen y Alex, de Francia, pareja que nos había alojado el añoanterior en Strasboug y estaba viajando por toda América Latina. Les dimos dos libros, y cuando se fueron, iban rumbo a Uruguay. Pero ¿se habían alojado en la misma casa, justo ahí? ¿O lo habían dejado en otro lado y alguien lo había llevado a ese lugar? Nos surgieron tantas preguntas, y a la vez, la magia hizo que nos vayamos al faro a disfrutar de esas cosquillitas en la panza. A la noche, de vuelta, encontramos a Stefani y le contamos la historia. Ella tampoco lo podía creer: de hecho, no recordaba de dónde había sacado el libro, y no lo había leído aún. En 2017 todavía no tenía su Airbnb, así que la primera tesis fallaba; pero sí trabajaba en un hostel en donde Gwen y Alex podían haber dejado el libro, y ella podría haberlo agarrado porque, oh casualidad, le interesaba todo lo que tenía que ver con la segunda guerra mundial. En verdad, todavía no sabemos bien cuál fue su recorrido. No sé quién la flashó más, si ella, nosotres, mi abuelo desde el más allá. Este universo es como una gran risa loca.

Todo esto fue como una gran inyección de energía, porque al otro día, con todo el cansancio y el calor que teníamos, igual le alquilamos dos bicis a un señor de por ahí y nos recorrimos los 6 km de costanera hasta la Plaza de toros, paseamos, se me voló el sombrero unas cuantas veces y nos sacamos la correspondiente foto con las letras que dicen Colonia.


posando para Liber que siempre me hacía posar así

cuidadoooooooo todooooooooo


Podría seguir mucho más, porque se ve que tenía las ganas de narrar como atragantadas en el cuerpo. Pero quizás sea hora de retomar la historia de mi abuelo, y otro gran viaje que todavía no pude procesar. Quizás por eso ahí estaba, acompañándonos. Como siempre.
Ya veremos qué pasa.




PD: este post tiene muchos links que son como viajes en el tiempo. Pueden abrir pestañas hasta cansarse. Sepan disculpar, soy de géminis (¿?).

viernes, 29 de marzo de 2019

Todos los caminos llevan a...


Parece que fue hace cinco meses, pero el jueves 21, entonces, terminé de actualizar el blog, preparé una viandita para llevar, llegó Liber del trabajo y encaramos para Potsdam, ciudad aledaña a Berlín, sin saber muy bien cómo llegar y dándonos cuenta de que, entre la salida tarde, el tiempo de viaje, y la restricción de que teníamos que llegar a una hora para ir a otro lugar, sólo íbamos a tener ahí un ratito. Pero ahí fuimos igual, disfrutando del trayecto porque como siempre, lo que importa es el camino... Y hacer las cosas así nomás.

En una de esas asociaciones inverosímiles de mi cabeza, Potsdam me pareció como la Versalles de Berlín, teniendo en cuenta todos los palacios y edificios importantes que hay ahí, más los jardines que obviamente no llegamos a visitar; sin contar además su parte de la historia en la Segunda Guerra Mundial, cosa que tuvimos que googlear a partir de una intuición construida sobre nuestros escasos conocimientos históricos. En fin, una ciudad súper bonita y prolija como debe ser todo el resto de Alemania que no es Berlín, un contraste sorprendente, un paseo hermoso y un helado vendido por una italiana como premonición de nuestro siguiente viaje.

viajando feliz


mi amiga me hace posar con bicicletas random





Porque al día siguiente, como prometí en el post anterior, nuevamente embarcamos: todos los caminos conducen a Italia, así que esta vez un avión que nos depositó en el aeropuerto de Pisa, a donde nos fue a buscar mi amiga Vittoria (puede que les lectores fieles la recuerden como Anna mi amiga italiana que conocí en el camping, pero todo cambia y los nombres también pueden cambiar) para regalarnos un fin de semana de vacaciones dentro de las vacaciones, que no pudo ser más soleado y hermoso.

Vittoria vive, ahora, en un pueblito toscano pequeño y maravilloso, en realidad es como una agrupación de cuatro mini pueblitos que forman una especie de unidad, el más grande sería Santa Luce, y ella está en Pastina, a unas colinas de distancia. Volver a Italia fue para mí recordar la felicidad que me trae la Toscana, su gente, sus paisajes, sus comidas y su lengua. Las colinas verdes sembradas simplemente me dan alegría. Y ver a mi amiga, a quien no veía desde que estuve por última vez en París antes de volverme en 2017, fue la cereza de la torta de este viaje que no dejó de tener etapas distintas.
si tan solo pudiera sonreír máaaaas




Visitamos Pisa, volví a saludar a esa torre loca que jamás pensé que volvería a ver, también visitamos Livorno, ciudad cercana, pero más que nada anduvimos por el pueblo, haciendo vida de pueblo, de aperitivo en aperitivo, viendo a la misma gente aquí y allá, tomando el increíble sol de primavera que ya parecía verano, conociendo personas y animales, principalmente gatos y caballos, aprendiendo palabras nuevas, principalmente una que nos dejaron el encargo de difundir por acá: troiaio, bella palabra multiuso de la zona por excelencia, cuyo significado todavía estamos develando, pero que claramente no es positivo ni académico.



más poses ridículas con bicicleta


amor con Irene, gatita de Vittoria


el pueblo


atardecer en Livorno

mi venganza
amore

Sin embargo, el lunes había que volver a Berlín para seguir volviendo, así que nos despedimos del sol y volvimos a la primavera invernal, al frío intenso, Liber para trabajar, y yo para despedirme de la ciudad con una calma inesperada que me acompaña hasta el día de hoy. Cena de despedida con las amigas de Liber, y al otro día abrazo de despedida con ella en el aeropuerto de donde salió, atrasado, mi vuelo a Barcelona, en donde tenía 8 horas de espera en las que planeaba aburrirme, ponerme al día con el blog, y aburrirme un poco más.

Pero algo del mismo orden de cosas que hizo que nos alojáramos a dos cuadras de la escuela de mi abuelo en Lviv, o que conociéramos a Marina en Brody, o que pasáramos por la puerta de donde vivió mi abuelo en Cracovia sin saberlo con mamá, alguna magia que asume el control de los caminos del mundo para que todos conduzcan a donde tienen que conducir, hizo que al llegar a Barcelona mi valija tardara mucho en llegar, que me conectara al wifi y abriera las redes sociales para descubrir, en la primera foto que vi, que Laurent, nuestro otro amigo del camping, que sigue viviendo en París, estaba de vacaciones en Barcelona, a donde había llegado ese mismo día. Así que sin dudarlo fue decir hola estoy acá, estamos en la misma ciudad, tengo tantas horas de aeropuerto y mi valija a cuestas, y que él se tome un taxi y nos encontremos en la puerta y sea todo tan gracioso y tan perfecto que terminemos tomando una birra alsaciana (les fieles lectores recordarán que Laurent es oriundo de Alsacia) y me hiciera compañía hasta que mi vuelo tuviese que despegar. Así la vida, así los caminos.

inesperado reencuentro

Y así mi vuelta a casa. O a donde tenga que llegar, porque ya se sabe que volver…

Y que nadie me venga con que fue casualidad.

jueves, 21 de marzo de 2019

La danza del corazón


Cambian los idiomas, cambia la gente, cambian las comidas, cambian los paisajes. Pero a veces llegar a un país extranjero un domingo al mediodía es como llegar a casa. Sobre todo cuando la que viene a taparte los ojos desde atrás para que adivines quién es en la estación, es tu amiga de la vida, tu hermana. Y que verla y venir a vivir con ella una semana le de un giro completamente distinto a tu viaje, ese viaje que planeaste tanto tiempo y te regalaste sin saber las maravillas que te esperaban al otro lado del océano, o al otro lado del corazón que se te dio vuelta de la alegría. Porque al fin y al cabo no te guió hasta acá nadie más que el propio latido, ardiente, deseante, potente. Y acá estás.



Acá estamos con Libertad (su nombre jamás fue casualidad). Despedimos a mamá el lunes en el aeropuerto, y empezó para mí esta parte del viaje aún incomprensible en la que de a ratos estoy de nuevo en la secundaria, de a ratos soy una turista perdida sola vagando por Berlín, de pronto me vuelvo una loca consumista que quiere comprar todo el chocolate del mundo, a menudo una nostálgica que recuerda cosas que hizo con Germán acá en Berlín y se muere de ganas de abrazarlo, a veces una alemana a la que la gente le consulta cosas en la calle, pero sobre todo una amiga feliz de compartir este momento con su bella amiga y verla moverse por la ciudad como bailando.

mateando en el bus alemán yendo al aeropuerto

Todo eso quiere decir que no me va a salir un relato ordenado, que cuando Liber trabaja yo aprovecho para conocer lo que no vimos cuando estuve con Germán (como Alexanderplatz o la East side gallery, esa larga parte del muro que quedó y fue intervenida por artistas cuyas obras son, en su mayoría,y para mi gusto, simplemente feas) o algunas recomendaciones de Caro, la amiga de Liber, como el Urban Nation Museum, museo de arte urbano que visité ayer, en el que al entrar me pidieron “one million dollars, a puppy, and unicorn dust”, aunque me dejaron pasar igual. Y que cuando Liber no trabaja vamos a pasear, o salimos a la noche a hacer algo, en general con Caro, como ir a comer comida vietnamita o ir a la heladería de un argentino en Berlín a comer helado de dulce de leche y escuchar a una banda que hablará por sí misma en el subsiguiente video.

arcoiris sobre Alexanderplatz


feliz

cuando digo feos, me refiero a esto

más muro

la famosa

en el Urban Nation

en el Tiergarden






Pero el desorden es solo aparente, porque algún orden interno o universal ayer me mostró que todo es perfecto: Liber me había propuesto ir a una ceremonia de equinoccio para bienvenir a la primavera y yo acepté sin saber muy bien qué era, sin contar con la mayoría de los objetos que había que llevar, solo contando conmigo. Y ahí fuimos ayer: el departamento de unas hermanas brasileras lleno de mujeres al que entré y, a los segundos, empezó a sonar la música de la danza del corazón. “This music!”, le dije a la anfitriona. “Yes, the dance of the heart. We’re gonna do it today”. ¿Qué es la danza del corazón? Es una meditación que, sorprendentemente (o no) yo había compartido también con un grupo hermoso de gente durante 21 días en La Plata antes de venir. Es una danza que me trajo hasta acá, y ayer, bailando y meditando entre todas esas mujeres solo pude sentir algo así como un círculo y un agradecimiento infinito.

Se me acaban las palabras, por hoy. Pero escribo porque mañana vamos a estar en otro país, y esta es mi tradición.