El miércoles a la
mañana me recibe Laurent en el trabajo, con la noticia de que la
mitad del camping se estaba inundando. Con tranquilidad, sólo había
que mover a algunos clientes y comentar que la segunda parte del
camping estaba cerrada. Había estado lloviendo sin parar, y era
entendible que hubiese agua un poco por todos lados.
Y seguía lloviendo.
Pequeño detalle: el
camping queda justo al lado del Sena. Ese mismo día a la noche
teníamos pensado juntarnos con Anna y Chloé a tomar una cerveza
después del trabajo, pero oh sorpresa, cerca de las diez de la noche
nos llama el director del camping: había que ir a tocar cada puerta
de camping-car, carpa y caravana para avisar a la gente que en una
hora les íbamos a avisar si había que evacuar el camping, porque el
río estaba subiendo y no paraba de llover. Por algunas partes ya no
se podía pasar caminando. Nos dividimos los sectores y salimos, cada
uno solo con su alma y su paraguas, a despertar alemanes, franceses,
ingleses, a decirles disculpen, quizás no estemos del todo a salvo,
quizás tengan que irse, pero no sabemos a dónde, en una hora
volvemos, atentis.
En una hora volvimos
y mandamos a la mitad de la gente a otro camping en Versalles o a
donde su corazón los guíe, porque ahí no se podían quedar.
Imaginen todo tipo de reacciones: susto, desconcierto, quejas,
reclamos, y hasta una señora que aparentemente no podía parar de
reír, incluso en ese momento.
Me fui a acostar
cerca de la una y media de la mañana, mojada, asustada, con
adrenalina. No me pude dormir.
El jueves a la
mañana era el caos y la incertidumbre total. Entre la gente que no
habíamos evacuado que quería saber lo que pasaba, los distraídos
que no se habían enterado de nada, y los que querían a toda costa
que les devuelvan su dinero, las botas de lluvia que había que
compartir, y sobre todo el no saber hasta dónde iba llegar el agua,
teniendo en cuenta que además de los clientes, estábamos nosotros
viviendo en el camping, ahí en el medio de todo este bordel. Creo
fue hacia el mediodía, porque llegué a perder la noción del
tiempo, pero creo fue hacia el mediodía que recibimos instrucciones
de evacuar todas las parcelas, de levantar todo lo que estaba apoyado
en el suelo de la recepción, desenchufar cosas. Como nuestros
mobilhome están en una zona un poco más alta, todavía pensábamos,
o nos decían, que teníamos chances de que no hubiera daños por
ahí.
Creo que a la tarde
dormí una siesta, o caí muerta en la cama, no había luz así que
no podía cocinar. Apareció Chloé que se estaba llevando todo de su
casa. El agua seguía subiendo. Caos, pero sobre todo incertidumbre,
algo de susto, y más que nada la reminiscencia de un 2 de abril
inundado que todo el que haya vivido en La Plata lleva como una marca
de agua en la boca, en el pecho, en la memoria.
Jueves a la tarde. Abajo del agua están las calles del camping
Llamamos a Paula y
decidimos llevarnos una mochila con lo imprescindible y pasar la
noche en su casa. Sólo salir del camping fue un alivio, y después
llegar a una casa amiga, con pizzas y cerveza en mano, chocolates en
la mochila, risas y abrazos.
Yo todavía me
imaginaba yendo a trabajar al día siguiente, 8.30 de la mañana.
Pero resulta que a
las 7 me suena el teléfono: Chloé me dice que hay que mudar todo,
vaciar los mobilhomes, evacuar el camping por completo, y cerrar. Sin entender
nada nos levantamos y salimos corriendo, si es que puede entenderse
por correr el tomar 3 metros y un bus para llegar a la hora y media a
un lugar completamente tomado por el agua sucia del Sena. Habían
abierto una puerta secundaria para que lleguemos a los mobilhomes
porque el camping ya no se podía atravesar, pero igual hubo que
arremangarse los pantalones y llenarse de agua los zapatos, hacer
rápido los bolsos, esquivar a un cuervo que hace semanas está
intentando dominar el camping y ataca a la gente cuando se le da la
espalda. Y llamar a nuestra coloc que había desaparecido y quería
que le saquemos la tele y su ropa de la casa (tema para un texto
aparte que tampoco vale la pena mencionar). Mon dieu, mon dieu. Mamma
mia.
Una no comprende qué
útiles pueden ser las botas de lluvia hasta que llega ese momento de
la vida en que daría todo por tener unas bien altas y resistentes.
Laurent y el camping cerrado
Estaba el bus del
camping esperándonos, lleno de equipajes de todos los tipos que
trabajan en Roland Garros, que se estaban alojando en el camping
(texto aparte, tema 2, algún día vendrá), y de nuestras cosas.
A todo esto, mi
preocupación central desde el primero momento era mi guitarra, que
mejor dicho no es ni siquiera mía y fue un préstamo muy especial, y
que estaba ahí con cuerdas nuevas siendo tan linda, y que cuidé
como un bebé en cada ida y vuelta, pero que me angustiaba
profundamente cada vez que la tenía que mover de aquí para allá,
además de que estaba siempre conmigo, casi siendo parte de mi
cuerpo, pero una parte frágil e incómoda con la cual había que
contar.
Para hacer todo más
emocionante, cuando estaba cerrando la puerta del bus nos dimos
cuenta que habíamos dejado las llaves de Chloé en nuestro
mobilhome, y Ger tuvo que salir corriendo a buscarlas. El bus se fue
y fuimos en el auto con ella. ¿A dónde? Tampoco sabíamos, resultó
ser el camping en Versalles, en donde encontramos a algunos de los
clientes que habíamos evacuado el día anterior, nos secamos los
pies, tomamos café y comimos pizza, ayudamos un poco en las tareas
del hogar. Ya nos sentíamos refugiados desde la noche en lo de
Paula, ya teníamos en el espíritu la adrenalina que cambia la
perspectiva de todas las cosas, que crea nuevas capacidades, que da
la impresión de que no importa nada. Sí, de que nada importa o de
que podemos hacer realmente cualquier cosa.
Para pasar el tiempo, Chloé limpiando la pileta en el campig de Versalles
Nos dieron un
celular a donde habían transferido la línea del teléfono de la
recepción, así que teníamos además la misión de responder a los
clientes y contarles que no teníamos manera de recibirlos, ni de
hacer reservas, ni de saber lo que iba a pasar. En inglés, en
francés, en español, en alemán. So it goes.
El tour siguió en
volver al bus, y volver a la zona del camping, a un hotel que nos
habían conseguido para los empleados, y los del Roland Garros, qué
se yo, ni idea. Sólo había algunos con nosotros porque el resto
estaba trabajando, nos acompañaron en ese viaje de bus lleno de
equipajes, intenté tocar algo en la guitarra parada entre bolsas y
valijas, como para amenizar el momento, pero no me salió nada. Algo
entre el puente de avignon y manuelita la tortuga, pero sin forma.
Laurent ya estaba atendiendo gente desde el nuevo celular.
Después llegamos al
hotel, tuvimos nuestra pieza. Hay muchas cosas en el medio que podría
contar, pero eso ya es otra historia, y con los hoteles empezó una
nueva etapa bizarra que probablemente escriba mañana, hoy más
tarde, quizás otro día. Fue cansador vivirlo, es cansador aún y
cansa más, aunque descargue, el hecho de escribirlo.
Estamos bien, mamá.
Estamos muy bien, y muy acá.