jueves, 23 de junio de 2016

Tengo ganas de vivir, toma un pedazo de mí

El olor del bosque y las hierbas de verano me lleva siempre en la memoria sensorial a Córdoba, allá por el momento en que empezaron a concretarse mis primeros viajes.
Hace poco escribí algo sobre el despojo de la identidad que nos construimos a través de los objetos y personas que nos rodean. Algo como que irse de viaje es también dejar atrás esas maquetas.

Pero hoy en el bois de boulogne, Paris seizième, ahí estaba yo, y mi almita de diecisiete años en Córdoba descubriendo aromas y poniéndole muchísima luz a la vida. Ahí estaba caminando tranquila después de hacer tai chi, con la panza llena de cosquillas. Como Billy Pilgrim, viajé en el tiempo, y como bien los tralfamadorians saben, estuve acá y allá siendo presente en los dos lugares a la vez.

Es posible que también pasen esas cosas, porque viajar probablemente se trate de estos encuentros y desencuentros. Cuando creo que me pierdo de mí misma en esta ciudad enorme lejos de mi casa, amigos y familia, me encuentro un día conmigo en la etapa más expansiva de mi vida.

Así es vivir de viaje, este es el movimiento que siento en las entrañas desde antes de salir con la mochila, la vibración que me sacude para todos lados y que es vida, vidita que llevo yo por los caminos que decido recorrer.

Cada trazo y cada camino que terminamos recorriendo, despiden ecos de algo distinto que se quedan grabados como serpientes en arena, silenciosas y, a su vez, van dejando huellas, huellas que permanecen grabadas en cemento, grabadas en la memoria, sigilosas para aparecer en los momentos más inesperados. Un cuento, un corazón, un cerebro, una materia prima para crear algo nuevo que finalmente después de cierto tiempo será abandonado, olvidado, sepultado abajo de los nuevos palacios que vienen y desbancan los suelos viejos que existían ahí antes que ellos. Y éstos, a su vez, desbancan a los demás y formando bolas y desfiguros se vuelven muy difíciles de arreglar. 

Algo más que es difícil, es encontrar los pasados que queremos componer, tanta pintura sobre la fachada desgastada impide y modifica la respiración del animal; esa bestia sagrada que cambia para siempre y muy rara vez dormita.

Nada nos garantiza que tendremos lo que tenemos. Nada nos garantiza una vida segura, Tampoco sabremos si tendremos pensamientos que llevan a una espiritualidad iluminada. Nada nos garantiza la paz.
Pienso en que no somos dueños de lo que ya logramos. Y nada nos garantiza que seguiremos siendo los mismos... Pero siempre tendremos las huellas. Esas huellas para recordarnos de dónde, y por qué vinimos hasta aquí.”

(Omar Rodríguez López trío. Noche-día)





domingo, 19 de junio de 2016

L'occupation

Con toda esta milonga (o tango, también, por lo nostálgico y sufrido) del cumpleaños, me di cuenta de que estaba dejando un poco de lado las noticias, las cosas que nos van llegando y lo que vamos haciendo y por qué. No me lo reprocho: esta historia tiene seguramente más de una manera de contarse, y así como me pasa en la vida, busco un equilibrio entre la atención que darle a lo interno y a lo externo, sabiendo que si de a ratos me quedo en la faceta diario íntimo puede llegar a ser aburrido, y que si sólo narro los hechos como si fuesen ajenos, simplemente la escritura no tendría corazón, por lo cual para mí no tendría sentido.

Hoy me pongo el sombrero de periodista, entonces, y retomo el hilo que teje la imagen (cada vez más bizarra) de nuestros días en el camping.

Como se sabe, nada volvió a la normalidad (juguemos el juego de que esa palabra tiene sentido) desde que nos inundamos. Como se sabe, nos vienen posponiendo la reapertura desde que volvimos y era todo un desastre, porque por algún misterioso motivo se pensaba que íbamos a estar listos para recibir a todo el mundo tres días después de la inundación, luego una semana después, y ahora finalmente parece que las puertas quedarán “cerradas” hasta fin de junio.
Lo gracioso de todo esto son las comillas, porque quien viniera a verificar mis palabras fácilmente podría juzgarlas de mentira: en verdad, el camping está lleno, invadido por cientos de curiosas criaturas vestidas de rojo, amarillo y negro. Nacionalidad alemana, categoría barrabrava de la selección. Inconfundibles: siempre llevan consigo uno o varios distintivos de color, una cerveza en mano a toda hora, rara vez se los encuentra sobrios, incluso si acaban de bajar del volante de su motorhome.
Resulta que el club de fans oficial de la selección alemana había reservado gran parte del camping para esta bendita época en la que se juega la Eurocopa, justo en este bendito país, y aquí se tomó la bendita decisión de abrir solamente para ellos. Así que, al hecho de que estamos rechazando gente y anulando reservas desde hace dos semanas, trabajo para nada agradable, sumémosle el ambiente extraño que genera la presencia de estos bichos en todo el lugar. Desde que llegaron, coparon cada rincón con sus banderas y cadáveres de cervezas. De las banderas que estaban a la entrada del camping, varias se cambiaron (posiblemente las de Italia y España o algo por el estilo) por la bandera del fan club y la de coca-cola (auspicia este momento...). Todo el terreno se tiñó de rojo, amarillo y negro, hay música todo el tiempo, olor a salchichas y barbecue, y justo frente a nuestra casita hay un grupo particularmente ruidoso que a la noche no nos deja dormir. Las situaciones bizarras se siguen una tras otra, y en pocos días me encontré frente a las más diversas procesiones de alemanes disfrazados con n'importe quoi desfilando por la recepción, tipos que llegaban a las once de la noche para que les pida un taxi que vaya a comprarles cigarrillos y vuelva, y un sin fin de cosas tan ridículas como molestas cuando una está trabajando, y al mismo tiempo intentando que no llegue nadie más al camping porque no tenemos lugar.


residuos de la fiesta de nuestros vecinos inmundos



¿no será demasiado?


Ya lo dijo Mme Folliot, la contadora, señora grande y uno de los personajes de la oficina, el primer día que llegó y los pibes del fan club de estaban instalando: “C'est l'occupation...!”. Y yo, que vengo de terminar con Vonnegut y los espantos de la World War Two, me reí tanto que tuve que robarle la analogía.


domingo, 12 de junio de 2016

Identidad

Hay algo que me atormenta hace días y no sé cómo explicarlo.
Se acerca de pronto mi cumpleaños.

Hace días que Ger quiere que me haga la idea de que este no va a ser un cumpleaños como los de siempre. En casa, con amigos y mucha comida, como me gusta. Claro que lo sé, va a ser distinto. Voy a trabajar hasta las once de la noche viendo y hablando y cobrándole a turistas, lejos de casa. Quizás me anime a hacer una torta, si consigo un horno prestado.

Lo que me va a faltar, todo lo enorme que me va a faltar, es imposible explicarlo, porque posiblemente sea una mentira. Aún no lo sé.

Una tiene un nombre, un vida, una casa. Un gato y eventualmente uno o dos días de cumpleaños. Después agarra y se va de viaje, mete en la mochila algo de ropa y cuadernos, cuatro libros y un disco, de la mano un compañero. Mira para adelante por ansiosa y porque no tiene sentido mirar atrás y ver lo que se está dejando.
Pero en un momento, a tres meses de estar de viaje y no casualmente cerca de la fecha de cumpleaños, aparece como un fantasma, de noche y de día. Y entonces una realiza, realize, réalise, que va a cumplir años y no tiene idea de qué hacer porque ya no es la misma.
Porque una vive rodeada de cosas y de gente y una cree que esas cosas y esa gente son una misma. Es decir que el mate y la casa, el gato y el cumple, todo es identidad, como la ropa y la cara. Y si elige de pronto estar a miles de kilómetros de todo eso que es quizás una máscara, sin darse cuenta está así como desnuda, sin nada. Puede intentar conseguir yerba mate en la más recóndita esquina del universo, puede abusar de la tecnología y de la comunicación para sentirse como en casa, puede llegar hasta a conseguir una guitarra para continuar con sus vicios de locura creativa. Pero la verdad es otra, y en el fondo una sabe que está desnuda, desnudísima, y que no hay vestido ni caparazón que pueda taparla.

Y entonces hay mil caminos.
Es posible que una empiece a desesperar, porque no pender de esa identidad es lo más aterrador del mundo, porque no poder explicar quién se es y cómo se es a través de objetos y gente es difícil. Muy difícil. Puede también querer colmar los vacíos con nuevas casas y gente y objetos en un nuevo lugar: otro fracaso.
Pero por suerte hay mil caminos, y no hay prisa por elegir.


Es probable que en este cumpleaños me sienta muy distinta, y quizás eso también se pueda festejar. Adentro mío ya se escuchan mil tambores y música de fiesta, tranqui, a mi estilo. En mi casa, este cuerpo desnudo y vacío, pero vivo, inmenso, sobre todo vivo.


viernes, 10 de junio de 2016

Lo que nos queda: Inundación, parte III

Todavía es temprano para hacer un balance, pero puedo seguir con la entrega y otro gran Continuará à la fin de este episodio.

La mañana del lunes nos encontró en las puertas del camping con el agua que apenas estaba bajando, muy lenta, interrumpiendo aún el paso hacia nuestras casitas y a casi todo el lugar. Así como habíamos pasado esas noches y esa mañana de clima del fin del mundo y urgencia y desesperación, ahora veíamos un paisaje post-apocalíptico, si se quiere, de lo que deja la visita del agua y, sobre todo, del barro y la suciedad. Ahí estábamos, frente a esa calma exasperante del río que no quería bajar, mirándonos las caras, cada uno de los trabajadores del camping, parados por acá y por allá. Nos reunieron a todos y nos dijeron: vamos a abrir el jueves. Sé que en nuestro interior todos supimos que eso iba a ser imposible, pero nadie dijo nada. Después nos dieron o nos buscamos tareas y botas, y empezamos a limpiar. En el mismo día trabajé limpiando mobilhomes, secando el piso de la recepción con papel, respondiendo el teléfono, haciendo y cancelando reservas, respondiendo mails. No entendía nada.


Ger limpiando esas maderitas del suelo (¿?)


Pero en todos los días que siguieron no entendía nada, aún hoy no entiendo, sólo que estoy más tranquila. ¿Quién te hubiese dicho que iba a terminar evacuando mi pseudocasa por la crecida del Sena? Las cosas son cada vez más locas. Cuando le contás a la gente que estás viviendo en París, nadie te imagina con botas de lluvia embarradas mudando de nuevo todas tus cosas a las once de la noche a través de un camping vacío de gente y lleno de agua.

La cosa es que nuestras casitas sobrevivieron, fiú, alivio, alegría en medio de la tempestad. Alegría inmensa, raíz, hogar. Podríamos decir que en ese sentido todo volvió a lo más o menos normal. Todo lo contrario pasó con las tareas del trabajo: con el camping cerrado, al equipo de la recepción nos tocó contactar cliente por cliente para decirles que había que cancelar, que no podían venir, recibir sus quejas, sus enojos porque arruinamos sus vacaciones, y algunas veces, también, palabras de aliento, es verdad. Y responder miles de mails de gente que quería saber qué pasaba. Y decirle a la gente que abríamos el jueves, que todo tranqui, todo iba a estar bien.

Después resultó que era miércoles y finalmente se aceptó que era imposible abrir: el camping sigue embarrado, la electricidad es un desastre, y bla bla bla. Pero oh casualidad que está empezando la eurocopa justamente en este bendito lugar, y que el camping se iba a llenar por completo justo este fin de semana, en gran parte gracias al fan club del equipo de Alemania que iba a coparnos el rancho. Así que acá no tomaron mejor decisión que abrir sólo para los alemanes, que efectivamente nos coparon el rancho con sus pancartas y pantallas y merchandising fanclub, y volver a llamar a todo el resto, a todos los que les dijimos que abríamos el jueves, para decirles que nop, al final no pueden venir, porque seguimos cerrados. Entre estas idas y venidas nos comimos puteadas de varios colores y estresazos y quilombos que no vale la pena mencionar. En el medio me cambiaron los horarios. En el medio aparecieron unos gatitos bebés abajo de nuestro mobilhome que son una ternura.


Ya en casa, me llegó una postal con puffins de Islandia 


Así que la vida sigue, ayer y hoy salimos a pasear. Ayer con Chloé al jardín Albert Kahn, un pequeño paraíso escondido en la ciudad; hoy con Ger al Mémorial de la Shoah, visita que nos debíamos, y después para respirar un poco y desatar el nudo en la garganta, al Jardin des plantes que es lindo al infinito y en donde hay además un oso panda rojo, lo cual es impagable e increíble. También disfrutamos del clásico y excelente servicio de restauración parisino, con un mozo que probablemente haya escupido en nuestros platos y que hasta nos hizo correr la mesita en donde estábamos para pasar al lado nuestro con el contenedor de basura, impunemente.

Y qué puedo decir, acá estamos. Yo estoy contenta porque ayer fue mi segundo cumpleaños (pregunte si no conoce la razón), y de regalo ahora sé que viene mi viejo a visitarnos en Octubre. Ya lo estamos planeando. Y la semana que viene es mi cumpleaños, el original, y no tengo idea de qué va a pasar en estos días, pero claramente voy a sentirme más vieja y feliz. Ya vendrá el tiempo de las reflexiones. Por ahora mucha vida, camino, mucho que vivir.





domingo, 5 de junio de 2016

París era una sopa: Inundación, parte II

¿En dónde nos quedamos?

Ah, en el hotel. Bueno, caímos en el hotel, con Ger, Laurent, y la camada de mujeres (“las búlgaras” aunque entre ellas haya alguna que otra moldava) que trabajan en el camping. Compartimos pieza con los chicos, un lugar diminuto para los tres, con dos camitas y una cucheta. Con mil quinientos bolsos: los nuestros (las dos mochilas grandes, más bolsas con cosas que tuvimos que sacar), los de Laurent, los de Anna M. que estaba en su casa en Alemania cuando empezó a subir el agua, la valija de Claire nuestra coloc, y seguramente cosas que no sabemos de quién son. Y la guitarra. Todo, más nosotros tres apretaditos en la pieza con un baño que parecía futurista de los años setenta. Y el celular del trabajo sonando.

El primer hotel

Las pibas rigoleando mientras Laurent trabaja en el desayuno

Ger feliz haciendo chanchadas

Escribiendo, desde ahora, esto parece que fue hace mil años. Por momentos se me mezcla todo y creo que no me acuerdo de las cosas que hicimos. Ahora que pienso, sí, claro, a la noche fuimos a lo de Anna D. que vive en París, y nos recibió con la cena lista, porque ella es toda una mamma italiana y nos cocinó pasta con pesto riquísimo. Entre la comida, las risas y el subtitulado casero de una serie muy mala que pasaba sin volumen por la tele, se nos hizo la hora de volver al hotel, en el cual sabíamos que no íbamos a pasar más de una noche, porque al día siguiente estaba completo.
Así que al otro día desayunamos como reyes (se nos había sumado Leona también), volvimos a prender el teléfono y esperamos nuevas instrucciones. Cuando llegaron las noticias, no parecían muy esperanzadoras: el agua no había bajado y no iba a bajar, teníamos hotel para la noche siguiente, pero en Rueil Mailmaison, es decir mucho más lejos de lo que ya estábamos, y había que llegar por nuestros propios medios, con nuestros cuerpitos y los quince mil bolsos que llevábamos de regalo. Es que sí, no sería una aventura si no hubiesen pequeños grandes conflictos que atravesar para continuar en el camino.
So, decidimos con Ger tomar un taxi (un “Uber”, en realidad) hasta lo de Anna D. nuevamente, para dejar ahí los bultos y no andar por ahí con mil cosas de todo el mundo. Y a todo esto, teníamos todavía las cosas más importantes en lo de Paula, y oh sorpresa, nueva contrainte, teníamos que pasar a buscarlas en breve porque ella no estaba y su coloc se iba en dos horas y media. O algo así. Bref: auto, breve parada a dejar cosas en lo de Anna, luego metro, metro, metro, cinco pisos de escalera hacia arriba para buscar las cosas, cinco pisos de escalera hacia abajo, después metro de nuevo, y al final un bus para llegar al hotel en donde estamos ahora. Sin dejar de mencionar que a la salida de uno de esos metros me encontré fugazmente con Manon, que vive en París, con quien compartí un curso de Literatura Francesa en La Plata por dos o tres meses, quizás menos, pero todavía no la había visto desde que estoy acá. Y ya que estamos, cabe mencionar que es la segunda vez que me encuentro con alguien en París. El mundo es chiquitito.

Lo bueno de todo esto es que siempre podemos reírnos de todo, el segundo hotel era más lejos pero la habitación mucho más grande, la decoración extraña, pero está muy bien. La verdad es que puede que sea todo muy estresante, pero creo que entre todo el chocolate que comimos, las salidas a lo de Anna D. (porque volvimos a cenar ahí al día siguiente), la comida que nos trajeron de la proveeduría del camping que se estaba por pudrir porque obviamente no hay electricidad (una bolsa llena de yogures y productos varios, entre ellos medio melón, un kiwi y un tomate), las cervezas que se fueron sumando en el camino, Roland Garros que nos viene acompañando en todas sus formas desde el principio de la aventura, y lo geniales que son las personas que nos rodean, no nos podemos quejar.

Trabajo, birra y hotel con Roland Garros siempre de fondo

Foto movida de un gran banquete chez Anna

El paisaje de anoche en el metro

El paisaje de hoy

Esta noche nos quedamos también acá. Ahora ya es un poco tarde, mañana vamos a desayunar muy bien, Ger como de costumbre va a llenar la mesa con todo lo que hay en el buffet y va a comer nutella hasta reventar, y después iremos al camping. A ver con qué nos encontramos, y cómo sigue esta historia. Seguramente se vengan tiempos un poquito más complicados, pero confío en que todo va a estar bien. El agua bajará y nos dejará ver lo que queda, y habrá que seguir instrucciones de qué hacer con eso. Probablemente más adelante pueda hacer un balance de todo esto y contar las cosas con más tranquilidad. Por ahora sigo a la espera del próximo episodio, y dejo abierta la intriga con un gran Continuará.


PD: nótese que en esta historia somos tres Anas (o Annas, lo mismo a la hora de pronunciar)

Lo que no te esperabas: Inundación, parte I

El miércoles a la mañana me recibe Laurent en el trabajo, con la noticia de que la mitad del camping se estaba inundando. Con tranquilidad, sólo había que mover a algunos clientes y comentar que la segunda parte del camping estaba cerrada. Había estado lloviendo sin parar, y era entendible que hubiese agua un poco por todos lados.
Y seguía lloviendo.

Pequeño detalle: el camping queda justo al lado del Sena. Ese mismo día a la noche teníamos pensado juntarnos con Anna y Chloé a tomar una cerveza después del trabajo, pero oh sorpresa, cerca de las diez de la noche nos llama el director del camping: había que ir a tocar cada puerta de camping-car, carpa y caravana para avisar a la gente que en una hora les íbamos a avisar si había que evacuar el camping, porque el río estaba subiendo y no paraba de llover. Por algunas partes ya no se podía pasar caminando. Nos dividimos los sectores y salimos, cada uno solo con su alma y su paraguas, a despertar alemanes, franceses, ingleses, a decirles disculpen, quizás no estemos del todo a salvo, quizás tengan que irse, pero no sabemos a dónde, en una hora volvemos, atentis.
En una hora volvimos y mandamos a la mitad de la gente a otro camping en Versalles o a donde su corazón los guíe, porque ahí no se podían quedar. Imaginen todo tipo de reacciones: susto, desconcierto, quejas, reclamos, y hasta una señora que aparentemente no podía parar de reír, incluso en ese momento.
Me fui a acostar cerca de la una y media de la mañana, mojada, asustada, con adrenalina. No me pude dormir.

El jueves a la mañana era el caos y la incertidumbre total. Entre la gente que no habíamos evacuado que quería saber lo que pasaba, los distraídos que no se habían enterado de nada, y los que querían a toda costa que les devuelvan su dinero, las botas de lluvia que había que compartir, y sobre todo el no saber hasta dónde iba llegar el agua, teniendo en cuenta que además de los clientes, estábamos nosotros viviendo en el camping, ahí en el medio de todo este bordel. Creo fue hacia el mediodía, porque llegué a perder la noción del tiempo, pero creo fue hacia el mediodía que recibimos instrucciones de evacuar todas las parcelas, de levantar todo lo que estaba apoyado en el suelo de la recepción, desenchufar cosas. Como nuestros mobilhome están en una zona un poco más alta, todavía pensábamos, o nos decían, que teníamos chances de que no hubiera daños por ahí.
Creo que a la tarde dormí una siesta, o caí muerta en la cama, no había luz así que no podía cocinar. Apareció Chloé que se estaba llevando todo de su casa. El agua seguía subiendo. Caos, pero sobre todo incertidumbre, algo de susto, y más que nada la reminiscencia de un 2 de abril inundado que todo el que haya vivido en La Plata lleva como una marca de agua en la boca, en el pecho, en la memoria.



Jueves a la tarde. Abajo del agua están las calles del camping

Llamamos a Paula y decidimos llevarnos una mochila con lo imprescindible y pasar la noche en su casa. Sólo salir del camping fue un alivio, y después llegar a una casa amiga, con pizzas y cerveza en mano, chocolates en la mochila, risas y abrazos.
Yo todavía me imaginaba yendo a trabajar al día siguiente, 8.30 de la mañana.

Pero resulta que a las 7 me suena el teléfono: Chloé me dice que hay que mudar todo, vaciar los mobilhomes, evacuar el camping por completo, y cerrar. Sin entender nada nos levantamos y salimos corriendo, si es que puede entenderse por correr el tomar 3 metros y un bus para llegar a la hora y media a un lugar completamente tomado por el agua sucia del Sena. Habían abierto una puerta secundaria para que lleguemos a los mobilhomes porque el camping ya no se podía atravesar, pero igual hubo que arremangarse los pantalones y llenarse de agua los zapatos, hacer rápido los bolsos, esquivar a un cuervo que hace semanas está intentando dominar el camping y ataca a la gente cuando se le da la espalda. Y llamar a nuestra coloc que había desaparecido y quería que le saquemos la tele y su ropa de la casa (tema para un texto aparte que tampoco vale la pena mencionar). Mon dieu, mon dieu. Mamma mia.
Una no comprende qué útiles pueden ser las botas de lluvia hasta que llega ese momento de la vida en que daría todo por tener unas bien altas y resistentes.

Laurent y el camping cerrado

Estaba el bus del camping esperándonos, lleno de equipajes de todos los tipos que trabajan en Roland Garros, que se estaban alojando en el camping (texto aparte, tema 2, algún día vendrá), y de nuestras cosas.
A todo esto, mi preocupación central desde el primero momento era mi guitarra, que mejor dicho no es ni siquiera mía y fue un préstamo muy especial, y que estaba ahí con cuerdas nuevas siendo tan linda, y que cuidé como un bebé en cada ida y vuelta, pero que me angustiaba profundamente cada vez que la tenía que mover de aquí para allá, además de que estaba siempre conmigo, casi siendo parte de mi cuerpo, pero una parte frágil e incómoda con la cual había que contar.
Para hacer todo más emocionante, cuando estaba cerrando la puerta del bus nos dimos cuenta que habíamos dejado las llaves de Chloé en nuestro mobilhome, y Ger tuvo que salir corriendo a buscarlas. El bus se fue y fuimos en el auto con ella. ¿A dónde? Tampoco sabíamos, resultó ser el camping en Versalles, en donde encontramos a algunos de los clientes que habíamos evacuado el día anterior, nos secamos los pies, tomamos café y comimos pizza, ayudamos un poco en las tareas del hogar. Ya nos sentíamos refugiados desde la noche en lo de Paula, ya teníamos en el espíritu la adrenalina que cambia la perspectiva de todas las cosas, que crea nuevas capacidades, que da la impresión de que no importa nada. Sí, de que nada importa o de que podemos hacer realmente cualquier cosa.


Para pasar el tiempo, Chloé limpiando la pileta en el campig de Versalles

Nos dieron un celular a donde habían transferido la línea del teléfono de la recepción, así que teníamos además la misión de responder a los clientes y contarles que no teníamos manera de recibirlos, ni de hacer reservas, ni de saber lo que iba a pasar. En inglés, en francés, en español, en alemán. So it goes.
El tour siguió en volver al bus, y volver a la zona del camping, a un hotel que nos habían conseguido para los empleados, y los del Roland Garros, qué se yo, ni idea. Sólo había algunos con nosotros porque el resto estaba trabajando, nos acompañaron en ese viaje de bus lleno de equipajes, intenté tocar algo en la guitarra parada entre bolsas y valijas, como para amenizar el momento, pero no me salió nada. Algo entre el puente de avignon y manuelita la tortuga, pero sin forma. Laurent ya estaba atendiendo gente desde el nuevo celular.
Después llegamos al hotel, tuvimos nuestra pieza. Hay muchas cosas en el medio que podría contar, pero eso ya es otra historia, y con los hoteles empezó una nueva etapa bizarra que probablemente escriba mañana, hoy más tarde, quizás otro día. Fue cansador vivirlo, es cansador aún y cansa más, aunque descargue, el hecho de escribirlo.


Estamos bien, mamá. Estamos muy bien, y muy acá.

miércoles, 1 de junio de 2016

Ciencia ficción

Me preguntaba cómo hablar de esta nube en la que llueve desde hace días enteros. Hace tiempo que no se ve el sol.
Acá en el bosque mucho está inundado, parte de este lugar también. Alguna gente tuvo que desplazarse a los lugares sin agua y se estima que va a seguir así toda la semana.

Me preguntaba por el trayecto que hice ayer hasta el cuarto de la lavandería, del otro lado del camping. No tengo claro cuándo se hace de noche, y menos con esta lluvia o con esta neblina. Serían las diez y había luz de tormenta, silencio. Estaba segura de que no me iba a cruzar ni a un alma en el camino, sin embargo algunos clientes se desplazaban como fantasmas en la espesura violeta, entre las siluetas de las caravanas y los camping-car. Fue raro, porque tuve tanta calma que me desprendí del pensar y la última persona que vi antes de entrar quedó en mi memoria dibujada en una figura antropomórfica, sí, pero que tiene muy poco de humana.
Escuché de pronto cosas que eran sólo entonación y no palabras, por algún motivo era muy cierto en mi cabeza y en mis oídos que ese idioma sólo podía ser argentino, español si se quiere, castellano, pero argentino. Aún así no pude saber de dónde venían ni qué se estaba diciendo. Quizás me haya equivocado: en el momento estuve convencida. Los lenguajes son confusos, elásticos. Toda esta maraña de mi adentro está escrita, o cantada, en idiomas diversos que usan palabras que quieren decir lo mismo. Este camping está lleno de entonaciones y cantos alegres, enojados, inquietos; muchos pasan por mi boca, y por mi corazón atento.
A veces es confuso.
A veces maravilloso.


Me pregunto sobre este viaje y los viajes y sobre mi adentro. ¿Elegiremos también lo que nos llega, su tamaño y su forma y su paquete y su envío? Quiero decir, que afuera es adentro. Billy Pilgrim miraba las cosas a través de un tubo de varios metros de largo. Me preguntaba de cuánto será el nuestro y cuánto servirá este viaje para ensanchar el tubo y el alma y el pecho, sobre todo abrir los ojos aprendiendo, dejarnos conocer cada vez más al mundo y dejar que el mundo nos sorprenda conociendo las profundidades de nuestros propios firmamentos.