Fueron días de
fiesta, entre todos nuestros cumpleaños, la visita de la prima de
Ger, la partida de Chloé que deja el camping y se va a Canadá, el
verano que se asoma friolento, tímido pero irremediablemente verano
con toda su novedad. Fueron días que vale la pena recordar, pero no
sé si contar por lo desorganizados que están en mi memoria, ya se
sabe que en este lugar la rutina no existe, nuestros horarios y
tareas de trabajo cambian todos los días y no hay un orden que venga
a darnos una mano en este despiole mental.
Incluso ayer, que
habíamos planeado visitar las catacumbas, terminamos en cualquier
otro lugar. Claro que fue un poco culpa de nuestra ingenuidad, a
veces olvidamos que esto es París y que para la mayoría de las
cosas que hacen los turistas hay que hacer colas larguísimas, de más
de dos horas de espera, quizás. Cuando nos encontramos con ese
paisaje decidimos cambiar el rumbo y yo de pronto recordé que ahí
cerquita estaba Montparnasse, y ahí nomás el cementerio en donde
está Cortázar, o bueno, estuvo, quizás. Se figuró en mi
imaginario una tumba más larga que la cola que teníamos enfrente,
porque ya se sabe que Cortázar era medio gigante (aunque Ger insista
en que sólo era unos centímetros más alto que él), y encaramos
para el cementerio, porque de todos modos algo con los muertos en ese
día teníamos que ver.
Y como en esta
historia todo se trata de viajes en el tiempo y de cuentos raros con
la identidad, después de encontrarnos con la tumba de Ricardo que
tenía un gato gigante de epitafio, encontramos finalmente a Cortázar
con Carol y con Aurora (¿por qué con Aurora?), ahí en su blanca
tumba con algo encima que se parecía bastante a un dibujo de Julio
Silva, y un montón de mensajitos que la gente le fue dejando, además
de cigarrillos, tickets de metro y otras cosas, y alguien que le
estaba agradecida por haberla traído a París, y yo sentí de nuevo
ese temblor que me llega de la tierra al corazón y me llena de
preguntas y a la vez de recuerdos y percepciones nostálgicas de mis
catorce años, leyendo Rayuela, soñando con esta ciudad y con ese
hombre cuya lápida reposaba tristemente a nuestros pies. Todo de
golpe, con lagrimitas.
la tumba de Ricardo
A los diez minutos
yo ya estaba de nuevo saltando, sacamos la lista de cosas por hacer
en París, agarramos una bici y fuimos hasta Invalides a un museo de
maquetas de fuertes y ciudades medievales hechas hace un montón, que
de paso estaba en el museo de la Armada en donde hay cosas locas, y
ese lugar enorme en donde está la enorme tumba de Napoleón. Sí, un
día de gente muerta, y de cosas gigantes y chiquitas. Ridículo e
interesante a la vez, comme d'habitude.
la tumba gigante de Napoleón
las ciudades chiquititas
Después nos
acordamos de que oh la lá les soldes, es decir las grandes
liquidaciones, todo está barato, y como yo aún no había ido a La
Défense nos tomamos el metro y nos bajamos en ese lugar extrañísimo
que nadie diría que es París. Más bien parece una ciudad del
futuro, pero un futuro muy triste en el que todo es horriblemente
moderno y gris, y un poco fantasma. Y el shopping es también una
cosa enorme y llena de gente en la que poco pudimos comprar, porque
la multitud hace todo más difícil y además acá todo cierra
temprano.
un panda en La Défense
Son días locos y
divertidos. A la vuelta, había llegado el balde de 3 kilos de
nutella que le había pedido a Germán para su cumple, alegría
alegría. De pronto nos quedan justo dos meses de trabajo en el
camping, ya vamos planeando muchos viajes, y sólo queda disfrutar.
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