sábado, 2 de julio de 2016

Dicen que es verano

Fueron días de fiesta, entre todos nuestros cumpleaños, la visita de la prima de Ger, la partida de Chloé que deja el camping y se va a Canadá, el verano que se asoma friolento, tímido pero irremediablemente verano con toda su novedad. Fueron días que vale la pena recordar, pero no sé si contar por lo desorganizados que están en mi memoria, ya se sabe que en este lugar la rutina no existe, nuestros horarios y tareas de trabajo cambian todos los días y no hay un orden que venga a darnos una mano en este despiole mental.

Incluso ayer, que habíamos planeado visitar las catacumbas, terminamos en cualquier otro lugar. Claro que fue un poco culpa de nuestra ingenuidad, a veces olvidamos que esto es París y que para la mayoría de las cosas que hacen los turistas hay que hacer colas larguísimas, de más de dos horas de espera, quizás. Cuando nos encontramos con ese paisaje decidimos cambiar el rumbo y yo de pronto recordé que ahí cerquita estaba Montparnasse, y ahí nomás el cementerio en donde está Cortázar, o bueno, estuvo, quizás. Se figuró en mi imaginario una tumba más larga que la cola que teníamos enfrente, porque ya se sabe que Cortázar era medio gigante (aunque Ger insista en que sólo era unos centímetros más alto que él), y encaramos para el cementerio, porque de todos modos algo con los muertos en ese día teníamos que ver.

Y como en esta historia todo se trata de viajes en el tiempo y de cuentos raros con la identidad, después de encontrarnos con la tumba de Ricardo que tenía un gato gigante de epitafio, encontramos finalmente a Cortázar con Carol y con Aurora (¿por qué con Aurora?), ahí en su blanca tumba con algo encima que se parecía bastante a un dibujo de Julio Silva, y un montón de mensajitos que la gente le fue dejando, además de cigarrillos, tickets de metro y otras cosas, y alguien que le estaba agradecida por haberla traído a París, y yo sentí de nuevo ese temblor que me llega de la tierra al corazón y me llena de preguntas y a la vez de recuerdos y percepciones nostálgicas de mis catorce años, leyendo Rayuela, soñando con esta ciudad y con ese hombre cuya lápida reposaba tristemente a nuestros pies. Todo de golpe, con lagrimitas.


la tumba de Ricardo


A los diez minutos yo ya estaba de nuevo saltando, sacamos la lista de cosas por hacer en París, agarramos una bici y fuimos hasta Invalides a un museo de maquetas de fuertes y ciudades medievales hechas hace un montón, que de paso estaba en el museo de la Armada en donde hay cosas locas, y ese lugar enorme en donde está la enorme tumba de Napoleón. Sí, un día de gente muerta, y de cosas gigantes y chiquitas. Ridículo e interesante a la vez, comme d'habitude.


la tumba gigante de Napoleón


las ciudades chiquititas


Después nos acordamos de que oh la lá les soldes, es decir las grandes liquidaciones, todo está barato, y como yo aún no había ido a La Défense nos tomamos el metro y nos bajamos en ese lugar extrañísimo que nadie diría que es París. Más bien parece una ciudad del futuro, pero un futuro muy triste en el que todo es horriblemente moderno y gris, y un poco fantasma. Y el shopping es también una cosa enorme y llena de gente en la que poco pudimos comprar, porque la multitud hace todo más difícil y además acá todo cierra temprano.


un panda en La Défense


Son días locos y divertidos. A la vuelta, había llegado el balde de 3 kilos de nutella que le había pedido a Germán para su cumple, alegría alegría. De pronto nos quedan justo dos meses de trabajo en el camping, ya vamos planeando muchos viajes, y sólo queda disfrutar.


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