I
Antes de la
aventura de la frontera y el permiso de trabajo, vinieron Timo y Julia de
visita a conocer la gran República de Sherbrooke en un día espectacular.
Esa visita fue el comienzo de un gran respiro, una larga inhalación que desencadenó en la exhalación relajada y tranquila de estar viviendo mis últimas semanas acá en paz. También fue la alegría de sentirme anfitriona después de sentirme invitada-extranjera durante tanto tiempo (aunque no se pudieron quedar a dormir, falta de consentimiento de mi compañera de casa), poder mostrarles la ciudad y descubrir que ya la sentía muy mía. Darme cuenta de que conocía cómo llegar de un lado a otro, inventar itinerarios en mi cabeza sin tener que chequear todo el tiempo en google maps, saber por dónde meternos y por donde salir de los lugares, y encima de todo, armar alto picnic. Quizás ese picnic fue el comienzo de todo, como un elevador del amor propio y el amor al mundo que se genera en la disposición de la comida cuyo destino es ser compartida.
II
Dos semanas
más tarde, fue mi turno de volver a visitar a les chiques y a Montréal. El
paseo empezó acompañando a Timo a comprar té al barrio chino y probando el “Bubble
Thé” (yes, esa es la combinación lingüística que eligen para anunciarlo), una
especie de té frío con pedacitos de fruta y unas bolitas muy extrañas que vas
succionando y comiendo y parecen gomitas pero no lo son. También conocimos la
zona del Vieux Port mientras charlábamos sobre posmemoria (para no ser tan
turistas cliché). A la tarde fuimos les tres a pasear al mercado Atwater, y
después al canal Lachine, al parecer uno de esos lugares de encuentro de la
juventú montrealense que me trajo reminiscencias del canal Saint-Martin de
París (en algún momento tenía que aparecer, ¿no?). Cerramos el día viendo la
ciudad desde arriba, y comiendo unas hamburguesas veganas increíbles de un
lugar cuyo nombre no puedo recordar.
El paseo
siguió al otro día, primero por el Parc Laurier, en donde no solo hay cancha de
bochas, sino también de béisbol, hockey, fútbol, parque para perros (sí, parc
canin), y pileta pública. Pi-le-ta. No sé qué hago que justo me voy de acá
cuando empieza el verano en Montréal. En fin, miramos un rato a otro sector de
la juventú montrealense jugando al frisbee y al spikeball (no me pregunten qué
es ese juego porque aún no lo puedo explicar), y nos fuimos para el jardín
botánico, no sin antes pasar por los famosos ñoquis e ir a comerlos al lado (o
más bien, en medio) de un skatepark poblado de niñes skaters, en donde se nos
acercó un español a charlar.
El jardín
botánico fue una maravilla, no solo porque lo conocí en el primer día de sol
que me tocó en Montréal, sino también por la belleza del lugar, las flores, los
árboles, y la visita de un zorro que se dejó sacar fotos sin vergüenza durante
un par de minutos mágicos. Es una alegría encontrarnos con cada planta y con
cada animal.
Paradójicamente,
el fin de semana empezó con el barrio chino, siguió con “Lachine” (Lachina, #telotraduzcoasínomás),
pasando por el sector chino del jardín botánico, y terminó con tres helados
Melona que, para mí y seguro para unes cuantes más, son algo que se compra en el
barrio chino de Buenos Aires. Todo eso justifica que falté a mi clase de Chi
Kung para el viajecito de fin de semana. Los caminos del Tao te pueden llevar
por cualquier lugar.
III
El
miércoles terminé la clase de Didáctica que curso en Argentina mientras estoy
acá (¿?), preparé una mochila, y Paula me pasó a buscar. Nos fuimos, con ella y
Danny, a una especie de refugio en el bosque en donde, por precauciones pandémicas,
ella dormía adentro, Danny en su auto y yo, después de mucho tiempo, pude
volver a acampar. A pesar del frío de la noche (entre 2 y 10 grados), me
prestaron un buen equipamiento que, después de un rato adentro, me mantuvo
calentita.
¿Hacía
cuánto que no me calentaba las manos en un fueguito? ¿Hacía cuánto que no miraba
un cielo tan estrellado, sobre todo en este hemisferio, del lado de acá?
Extrañaba esa sensación de vértigo, ese sentir que estoy en casa porque el
cielo es el mismo en cualquier lugar, y a la vez estoy lejos porque el mapa es
otro. Se dépayser chez soi. Qué se yo. Al fin llega la alegría plena, una
confianza que no tiene mejor lugar para expresarse que en medio de la
naturaleza. En las berenjenas asadas al fuego. En el pajarito que me despertó a
la mañana.
Estoy
bucólica, lo sé. Perdonen. Es la primavera.
Y la suerte
de que podamos encontrarnos, entre flores y animales, con estas personas que me
llevan de paseo a hacer que la vida sea más buena.
Gracias.