martes, 19 de noviembre de 2019

Uruguay es el mejor país


Algo pasa con los viajes en el espacio que siempre terminan siendo viajes en el tiempo. Desde que Billy Pilgrim has comeunstuck in time aquella vez en París, para mí es una verdad ineludible. Este fin de semana largo nos llevó por caminos temporales inesperados: quien se anime a leer hasta el final este texto descubrirá todas esas rutas distintas, y armará su propia trama de razones por las cuales viajar por tres días a Colonia valió tanto la pena. Yo ya tengo la mía.


Hacía tiempo que quería retomar estas crónicas, una vez que entendí que el viaje nunca se termina, pero la mezcla del miedo y la rutina pueden paralizarme mucho (por ejemplo, siempre me quedó pendiente contar de nuestras aventuras en Río). Cuestión que acá estoy, escribiendo como si el tiempo no hubiese pasado y otra vez los autos jets aviones barcos.
Decidimos ir a Colonia por el fin de semana largo, sacamos los pasajes intentando no horrorizarnos de lo que cuesta cruzar el charquito, dos veces buscamos hospedajes en Airbnb y finalmente nos decidimos por uno. Ahí estábamos el sábado al mediodía, en medio de una masa de gente rodeada por una cola incomprensible de más gente en un gran salón de embarque en el que nadie entendía nada. Cuando por fin nos dejaron embarcar y pasamos como ganado apretujado, en la rampita que bajaba hacia la manga, una señora me agarró del brazo para sostenerse sin preguntarme nada, y yo sentí que estaba conectada al mundo. En realidad me reí con ternura, pero pensándolo bien, fue el primer indicio de que ese fin de semana yo estaba de algún modo al servicio del mundo, siendo parte de la gran cadena de cosas que pasan, la gente que necesita apoyarse, la señora que necesita saber qué perfume del free shop es más rico, la que me sonríe porque ahí estoy, y el mundo estaba también ahí para mí si prestaba suficiente atención.

Del puerto de Colonia a lo de Stefani caminamos unas cuadras, Colonia hasta ahí solo parecía una confirmación de que Uruguay es como una provincia de Argentina, Stefani hasta ahí solo parecía una anfitriona buena onda, una linda habitación. Enseguida salimos a descubrir el casco viejo, a devorar nuestra primera comida cuyos precios no podíamos entender de lo caros que son (pero ¡gracias Uruguay por darme tantas opciones veggie, a pesar de hacer excesiva propaganda del asado!), y caminar muchísimo, tanto que no se entiende cómo hicimos, porque el lugar es chiquito, pero se ve que lo pispeamos desde todos los costados.
Encontré esta pizzería medio cambalache usando mi remera de las tres gracias

como siempre, entregada al paisaje

Yo había comprado un rollito el día anterior, decidida a retomar la fotografía analógica, emocionada de volver a jugar con Pepe, mi cámara que no tocaba hacía al menos cuatro años, la misma cámara con la que mi papá tanto había trabajado y con quien había viajado a Cuba a visitar a mi mamá allá por el ’87, y así un eterno loop de digresiones temporales. Así que ahí estaba gatillando como loca bajo el sol, un señor se me acercó, me pidió sacarme una foto sacando fotos (¿?), él era fotógrafo y me dijo que yo era una heroína por usar esa cámara. Charlamos un poquito y seguimos nuestros sonrientes caminos.

Cada tanto escuchábamos un poco de francés, un poco de inglés, y recordábamos esa sensación de los idiomas clase turista. Vimos al sol ponerse en el río y al cielo hacerse naranja, rosa, violeta. Colonia, con sus callecitas de piedra y sus casas antiquísimas, se iba haciendo cada vez más linda. Nuestro viaje, cada vez más nuestro, riéndonos de las pequeñas cosas ridículas, o de la nada, pero sobre todo riéndonos mucho. Si algo hicimos en este viaje fue reírnos, no sé si es que antes también lo hacíamos tanto, o que estos últimos años fueron un poco duros y aprendimos a disfrutar y reírnos todavía más de esos momentos. O de la vida. Qué se yo.

cosas de Colonia 1: gente cruza triste rayos de sol
cosas de Colonia 2: mensaje en el museo

cosas de Colonia 3: ...esto.

cosas de Colonia 4: un sol que se parece a Germán

el museo del mosaico (que prácticamente era solo esto)

mostrando lo alta que soy



A la noche descubrí que en el baño de nuestro Airbnb había una pasta de dientes monoprix (marca de supermercados francesa) y me dormí pensando en quién se alojaba en la habitación de al lado. En el desayuno nos encontramos con ella, Léa, (y su ¿pareja? de Avellaneda) no solo francesa sino también traductora, artista y tarotista. Intercambio feliz, mirá vos lo que es la vida, la casa de las traductoras, todo tan gracioso, bonne continuation, vengan a La Plata, quedamos en contacto.
Nos fuimos sonriendo por el encuentro rumbo a un no-free walking tour que valió la pena aunque fuera bajo el rayo del sol del mediodía, aprendiendo sobre casitas y calles portuguesas o españolas del 1600, en Colonia ya sentíamos que éramos siempre las mismas personas desde que nos bajamos del barco, cruzándonos una y otra vez por los restoranes y los puntos turísticos, a veces saludándonos. Ya sé que la gente de vacaciones suele ser más amable, la gente que trabaja con gente que está de vacaciones también tieneque serlo (comprobado en carne propia), pero no me importa, yo sostengo que en Uruguay la gente es más buena onda. De hecho, mi teoría es que en Uruguay todo es mejor, probablemente hasta yo misma, y hasta ahora nada me impide afirmarlo. Un día vimos a un tipo flameando una bandera gigante que según Germán parecía la de Paraguay, más tarde Stefani y su novio nos explicaron que pronto hay elecciones y hay peligro de que gane la derecha: la bandera tricolor era del Frente Amplio, partido que está hace tiempo y con el cual conquistaron muchos de sus actuales derechos; después vimos la otra, “la de los malos”, de derecha, que flameaba desde autos conducidos por viejos (yo imparcial, jamás). En todo caso, si los malos ganan, lo podemos discutir.

pero lo que importa es el amor, el amor blanco y heterosexual

El domingo a la tarde, entonces, decidimos volver a ducharnos y descansar un ratito antes de ir a ver el atardecer desde arriba del faro. Después de la ducha y el descanso nos dio hambre y saqué un budín que había llevado. Fuimos al comedor a buscar un cuchillo, y no sé por qué, me quedé mirando la casa, en algún punto llegué a un estantecito con algunos libros, y miré. Y de pronto vi algo conocido, pero que mi cerebro no pudo procesar inmediatamente. Me llevó algunos segundos entender que ahí, en ese lugar, en esa casa que habíamos elegido para hospedarnos del otro lado del río, había un libro de mi abuelo. Mi corazón hizo como plop y cuac al mismo tiempo. No me atreví a tocarlo: le dije a Ger “mirá, mirá quién está ahí”. Quienes me conocen o me han leído saben lo que significa para mí mi abuelo, sulibro, su historia. Basta ver todo lo que hicimos este año para ir a conocer algo más de él al otro lado del mundo. Y saben que, a veces, suelto por ahí alguno de sus libros. La segunda sorpresa fue agarrarlo, abrirlo, y leer mi propia letra, como si fuese otra persona que venía de lejos: 25 de junio de 2017. ¡Hola! Si encontraste este libro, es tuyo. Y el mensaje seguía. Escalofríos. Conexión. Mundo. Y, sí.



El libro de mi abuelo solo se editó acá en Argentina, solo esa vez en 2008, no circuló demasiado. Por eso fui, fuimos dejando y soltando ejemplares por varios lados, al azar. Justo esta vez, me había olvidado de llevar. En 2017, año en que volvimos de nuestro viaje, alojamos en casa a Gwen y Alex, de Francia, pareja que nos había alojado el añoanterior en Strasboug y estaba viajando por toda América Latina. Les dimos dos libros, y cuando se fueron, iban rumbo a Uruguay. Pero ¿se habían alojado en la misma casa, justo ahí? ¿O lo habían dejado en otro lado y alguien lo había llevado a ese lugar? Nos surgieron tantas preguntas, y a la vez, la magia hizo que nos vayamos al faro a disfrutar de esas cosquillitas en la panza. A la noche, de vuelta, encontramos a Stefani y le contamos la historia. Ella tampoco lo podía creer: de hecho, no recordaba de dónde había sacado el libro, y no lo había leído aún. En 2017 todavía no tenía su Airbnb, así que la primera tesis fallaba; pero sí trabajaba en un hostel en donde Gwen y Alex podían haber dejado el libro, y ella podría haberlo agarrado porque, oh casualidad, le interesaba todo lo que tenía que ver con la segunda guerra mundial. En verdad, todavía no sabemos bien cuál fue su recorrido. No sé quién la flashó más, si ella, nosotres, mi abuelo desde el más allá. Este universo es como una gran risa loca.

Todo esto fue como una gran inyección de energía, porque al otro día, con todo el cansancio y el calor que teníamos, igual le alquilamos dos bicis a un señor de por ahí y nos recorrimos los 6 km de costanera hasta la Plaza de toros, paseamos, se me voló el sombrero unas cuantas veces y nos sacamos la correspondiente foto con las letras que dicen Colonia.


posando para Liber que siempre me hacía posar así

cuidadoooooooo todooooooooo


Podría seguir mucho más, porque se ve que tenía las ganas de narrar como atragantadas en el cuerpo. Pero quizás sea hora de retomar la historia de mi abuelo, y otro gran viaje que todavía no pude procesar. Quizás por eso ahí estaba, acompañándonos. Como siempre.
Ya veremos qué pasa.




PD: este post tiene muchos links que son como viajes en el tiempo. Pueden abrir pestañas hasta cansarse. Sepan disculpar, soy de géminis (¿?).