sábado, 12 de diciembre de 2020

Una cuestión de fe

 

Nunca nada tan mío como este blog, que se especializa en subidas y bajadas, idas y venidas, vacaciones que no son vacaciones, viajes que empiezan a viajarse –como todos- antes de ser viajados.

Nunca nada tan mío. ¿Será por eso que vengo a mojar las patitas de a poco por acá, a ir abriendo las puertas para que se ventile este cuarto que, aunque cerrado, jamás fue olvidado?

¿Y qué voy a contar? ¿Cuento lo que me da miedo decir, porque aún no sé si se podrá materializar? Again: viajes que se viajan antes de ser viajados.

Hace tiempo quiero ir a Canadá. Aún no termino de comprender los orígenes de ese deseo. En febrero armé un dossier que envié con todo mi amor a ese Norte del misterio, entregada con el corazón. En octubre, en un mundo muy distinto al de ese febrero, me llega un mail: “votre candidature a été selectionnée”, te damos la beca en el medio de una pandemia, vos fíjate cómo hacer. En el medio, mi profesor de contacto en la universidad de allá ya me había anunciado que se suspendían los intercambios, mi pequeña fueguito esperanza ya se había apagado, y Germán, luego de años de negación, había aparecido un día en casa con una gatita bebé.

Tundra.



Y es que no se me ocurre otra manera de que sucedan las cosas: así, perfecta, maravillosa, impredeciblemente.

Al principio no lo quise creer. Ni la gatita, ni la noticia de la beca que llegó una semana después.

Después me convencí.

Un día hablé por teléfono con una señora de la universidad de allá, que me propuso ayudarme con los papeles, porque todo es virtual, y porque la burocracia canadiense es otro de esos misterios que jamás voy a descifrar. Un laberinto construido por duendes malvados. Fuimos avanzando en distintos pasos hasta que, en un momento, hizo una pausa y me empezó a hablar de algo que yo no entendía (pero ¿por qué iba a entender, si no entendía nada, porque no me hablaba ni en francés, ni en inglés, sino en la lengua de los trámites imposibles?): “el Centro de Colecta de datos biométricos está cerrado en Argentina”, me dice. Sin los datos biométricos, no se puede avanzar en el trámite, y por la pandemia, ese centro estaba cerrado. El más cercano abierto estaba en Ecuador. “Entonces, ¿eso puede trabar todo?”, “Lamentablemente sí”.

La señora me dio en ese momento dos opciones: o bien laisser tomber (dejar ir, ciao, a otra cosa mariposa), o bien empezar los trámites igual, pagarlos de mi bolsillo, y cruzar los dedos para que el Centro abriera en las próximas semanas, lo cual era una posibilidad. Y como todo es una cuestión de fe, por supuesto, me decidí por la segunda.

Y dedicarme a entrar sistemáticamente todos los días a la página del bendito Centro a ver si abrían.

Hasta que abrieron.

Pero antes de abrir, como la vida misma, decidieron jugar con mis sentimientos: decirme que no, que sí, darme un turno equivocado para un día feriado, anunciarme que ya no había más turnos, responderme cosas confusas e incoherentes, hacerme gritarle a un pobre supervisor de un call center mexicano. La vida, el 2020, el universo, la suerte, algo hace que las cosas no sean nada fáciles por estos momentos.

mensajito de Ger para que consiga el turno

Así que conseguí un turno para el 29 de diciembre. Nada me asegura que los trámites lleguen a tiempo: aún no sé cuánto tiempo tardan los papeles después de la pasada por ese Centro, y la fecha límite de llegada a la universidad es el 1ero de marzo, pero como tengo que hacer 14 días de cuarentena aislada al llegar, mi fecha límite para salir del país se convierte en algo así como el 13 de febrero, con lo cual los tiempos se acortan y todo sigue siendo incierto.

El 29 de diciembre. Se me activa la red de la vida cuando pienso que un lunes 28 de diciembre de hace 5 años estaba en la Embajada de Francia pidiendo una visa para el que fue nuestro gran viaje. Y que un año atrás de eso, algo así como un 30 de diciembre de 2014, estaba en el Institut Français dejando un dossier para una beca que no fue aceptada, justo un día después de una “primera cita” con Germán. Si todo es una cuestión de fe… Elijo confiar en estos pequeños mensajitos del calendario.

Y que la trama se siga tejiendo como viene, así, con la libertad de ir y venir, pero siempre llegar en el momento justo.