domingo, 17 de enero de 2021

Amar las circunstancias

 

Dos cosas que siempre dije en este rollo de historias:

- Que los viajes siempre empiezan antes de subirse al avión, mucho antes.

- Que en las aventuras siempre tiene que haber un conflicto.

Ya ha pasado en tantas ocasiones, como aquella vez en la estación de Madrid en la quecasi perdemos nuestro vuelo a Croacia porque nos quedaron las valijas encerradas en un locker, o la vez (inédita, porque sobre ese viaje nunca escribí) en que nos quedamos sin plata en Río de Janeiro y no teníamos manera de llegar al aeropuerto: siempre hay un momento en el que todo parece estar perdido, no hay vuelta atrás y es caer en la desesperación, o respirar y soltar. Porque así somos les humanes, nos hace falta un poco de drama para sentir que estamos en una película y somos importantes.

Ese momento en el que todo pareciera estar perdido, para este viaje que se anuncia inquieto desde el principio, puede bien ser hoy.

 


El 29 de diciembre, al calor de la votación en el Senado para nuestra ley de IVE (y al calor del calor mismo, que el sol estaba fuertísimo ese día), fui al bendito Centro de Visas de Canadá a cumplir con el turno que tanto me había costado conseguir. Repito: nada en este viaje venía siendo fácil, siempre había alguna cosita más, como por ejemplo una cola larga en la entrada (porque pasábamos de a una persona, dado el covid) en un día de verano en capital, y que al entrar te tomaban la temperatura y mis 37.1° hicieron dudar a la que me midió la frente sudada, y un poco le tuve que llorar. Mis manos sudadas tampoco ayudaron con la toma de huellas digitales. Pero todo eso pasó, y apenas me bajé del auto en donde pudo parar Germán, me topé con un grupo de gente haciendo Tai Chi con una suavidad y una cadencia, que es como si el universo me estuviera diciendo que todo iba a estar bien.

Al día siguiente, en la misma mañana en que lloraba de emoción por la aprobación de la ley, me llega el mensaje: datos biométricos aprobados, visa aprobada. Todo verde, el mismo día. La agarré a Tundra y le dije: lo logramos. Bailamos. Maullamos. Lloramos.

 

El año empezó, entonces, con todos los trámites, porque claro, la cosa no se terminaba ahí. La cosa no se termina nunca, el universo es infinito, los viajes son infinitos, pero nunca un viaje empezó con tanto movimiento de energía, una lista de cosas por hacer o planear que no deja de agrandarse. El covid no ayuda, la burocracia tampoco, las reglas de Canadá tampoco. ¿Quién ayuda? No lo sé, el enanito que empuja la rueda de las circunstancias, la voluntad que me brota de la panza, y varias personas, pero sobre todo Germán.

El viernes 8 me llegó el pasaporte con la visa pegada, nuevo llanto con Tundra y con celebración. Mis 4 meses de investigación allá eran legales. Mi vuelo, el 3 de febrero, con tiempo de sobra para organizar. Ahora que ya tenía todo, por fuera de toda la planificación que me quedaba, solo dos cosas parecían interponerse entre mi cuerpito y el avión: que cancelaran los vuelos, o que me contagiara covid. Solo esas dos. Mientras tanto, me fui ocupando de planear mi cuarentena (al llegar allá tengo que encerrarme 14 días): en dónde, cómo, por qué. También de conseguir un lugar para vivir después de la cuarentena, y de mil cosas más. En el medio me invitaron a empezar a cursar un seminario online de allá, que empecé a cursar el miércoles pasado y en donde también el universo ya me está mandando señales o riéndose de nosotres. Pero eso quedará para el capítulo siguiente.

 

¿Cuáles eran los posibles conflictos que dije…? Ah, sí, no contagiarme covid. Ante de ir. Porque tengo que llevar un test negativo. No-contagiarme-covid. ¿Cuánto poder tiene la mente en estos casos? ¿Nos pone todos nuestros miedos adelante para que podamos atravesarlos?

Ayer a la tarde nos enteramos de que la mamá de Germán dio covid positivo. Estaba bien, sin síntomas muy graves. Germán la había visto el día anterior. Con precauciones (él es un chico precavido), pero se habían visto. Esta situación desencadenó toda una serie de preguntas y teorías que no vale la pena recrear para les lectores (si alguien llegó a leer hasta acá) que siguen las noticias de la pandemia mundial. Pero si siguen las noticias de Anita, si la conocen un poquito a ella y sus miedos y sus historias, podrán entender el llanto asustado y la sensación de que todo estaba perdido porque, otra vez, esos son los dramas que nos construimos.

Así que decidimos aislarnos Ger y yo, por si quedaba alguna posibilidad de que él estuviera contagiado y no hubiese llegado aún a contagiarme a mí.

Estoy desde ayer aislada sola en el departamento de mi mamá, que muy generosamente aceptó quedarse en otro lado. Todo es muy raro, hacía mucho que no venía a este lugar, y siento ahora más que nunca que el viaje (¿o la película?) ya está rodando. El miércoles irá Germán a testearse a ver cómo sigue la cosa.

cuarentena en lo de mamá, día 1

cuarentena en lo de mamá, día 2

mamá y sus recetas en la heladera

Escribo ahora para intentar apagar la tele de mi cabeza o cambiar de canal y entregarme a lo que sea, darle amor a las contracturas que me están acechando desde hace días y sobre todo a las circunstancias y a la vida, porque si el amor brotó con lágrimas y con fuerza al momento de celebrar, más potente tiene que brotar ahora para atravesar lo que venga.