viernes, 29 de marzo de 2019

Todos los caminos llevan a...


Parece que fue hace cinco meses, pero el jueves 21, entonces, terminé de actualizar el blog, preparé una viandita para llevar, llegó Liber del trabajo y encaramos para Potsdam, ciudad aledaña a Berlín, sin saber muy bien cómo llegar y dándonos cuenta de que, entre la salida tarde, el tiempo de viaje, y la restricción de que teníamos que llegar a una hora para ir a otro lugar, sólo íbamos a tener ahí un ratito. Pero ahí fuimos igual, disfrutando del trayecto porque como siempre, lo que importa es el camino... Y hacer las cosas así nomás.

En una de esas asociaciones inverosímiles de mi cabeza, Potsdam me pareció como la Versalles de Berlín, teniendo en cuenta todos los palacios y edificios importantes que hay ahí, más los jardines que obviamente no llegamos a visitar; sin contar además su parte de la historia en la Segunda Guerra Mundial, cosa que tuvimos que googlear a partir de una intuición construida sobre nuestros escasos conocimientos históricos. En fin, una ciudad súper bonita y prolija como debe ser todo el resto de Alemania que no es Berlín, un contraste sorprendente, un paseo hermoso y un helado vendido por una italiana como premonición de nuestro siguiente viaje.

viajando feliz


mi amiga me hace posar con bicicletas random





Porque al día siguiente, como prometí en el post anterior, nuevamente embarcamos: todos los caminos conducen a Italia, así que esta vez un avión que nos depositó en el aeropuerto de Pisa, a donde nos fue a buscar mi amiga Vittoria (puede que les lectores fieles la recuerden como Anna mi amiga italiana que conocí en el camping, pero todo cambia y los nombres también pueden cambiar) para regalarnos un fin de semana de vacaciones dentro de las vacaciones, que no pudo ser más soleado y hermoso.

Vittoria vive, ahora, en un pueblito toscano pequeño y maravilloso, en realidad es como una agrupación de cuatro mini pueblitos que forman una especie de unidad, el más grande sería Santa Luce, y ella está en Pastina, a unas colinas de distancia. Volver a Italia fue para mí recordar la felicidad que me trae la Toscana, su gente, sus paisajes, sus comidas y su lengua. Las colinas verdes sembradas simplemente me dan alegría. Y ver a mi amiga, a quien no veía desde que estuve por última vez en París antes de volverme en 2017, fue la cereza de la torta de este viaje que no dejó de tener etapas distintas.
si tan solo pudiera sonreír máaaaas




Visitamos Pisa, volví a saludar a esa torre loca que jamás pensé que volvería a ver, también visitamos Livorno, ciudad cercana, pero más que nada anduvimos por el pueblo, haciendo vida de pueblo, de aperitivo en aperitivo, viendo a la misma gente aquí y allá, tomando el increíble sol de primavera que ya parecía verano, conociendo personas y animales, principalmente gatos y caballos, aprendiendo palabras nuevas, principalmente una que nos dejaron el encargo de difundir por acá: troiaio, bella palabra multiuso de la zona por excelencia, cuyo significado todavía estamos develando, pero que claramente no es positivo ni académico.



más poses ridículas con bicicleta


amor con Irene, gatita de Vittoria


el pueblo


atardecer en Livorno

mi venganza
amore

Sin embargo, el lunes había que volver a Berlín para seguir volviendo, así que nos despedimos del sol y volvimos a la primavera invernal, al frío intenso, Liber para trabajar, y yo para despedirme de la ciudad con una calma inesperada que me acompaña hasta el día de hoy. Cena de despedida con las amigas de Liber, y al otro día abrazo de despedida con ella en el aeropuerto de donde salió, atrasado, mi vuelo a Barcelona, en donde tenía 8 horas de espera en las que planeaba aburrirme, ponerme al día con el blog, y aburrirme un poco más.

Pero algo del mismo orden de cosas que hizo que nos alojáramos a dos cuadras de la escuela de mi abuelo en Lviv, o que conociéramos a Marina en Brody, o que pasáramos por la puerta de donde vivió mi abuelo en Cracovia sin saberlo con mamá, alguna magia que asume el control de los caminos del mundo para que todos conduzcan a donde tienen que conducir, hizo que al llegar a Barcelona mi valija tardara mucho en llegar, que me conectara al wifi y abriera las redes sociales para descubrir, en la primera foto que vi, que Laurent, nuestro otro amigo del camping, que sigue viviendo en París, estaba de vacaciones en Barcelona, a donde había llegado ese mismo día. Así que sin dudarlo fue decir hola estoy acá, estamos en la misma ciudad, tengo tantas horas de aeropuerto y mi valija a cuestas, y que él se tome un taxi y nos encontremos en la puerta y sea todo tan gracioso y tan perfecto que terminemos tomando una birra alsaciana (les fieles lectores recordarán que Laurent es oriundo de Alsacia) y me hiciera compañía hasta que mi vuelo tuviese que despegar. Así la vida, así los caminos.

inesperado reencuentro

Y así mi vuelta a casa. O a donde tenga que llegar, porque ya se sabe que volver…

Y que nadie me venga con que fue casualidad.

jueves, 21 de marzo de 2019

La danza del corazón


Cambian los idiomas, cambia la gente, cambian las comidas, cambian los paisajes. Pero a veces llegar a un país extranjero un domingo al mediodía es como llegar a casa. Sobre todo cuando la que viene a taparte los ojos desde atrás para que adivines quién es en la estación, es tu amiga de la vida, tu hermana. Y que verla y venir a vivir con ella una semana le de un giro completamente distinto a tu viaje, ese viaje que planeaste tanto tiempo y te regalaste sin saber las maravillas que te esperaban al otro lado del océano, o al otro lado del corazón que se te dio vuelta de la alegría. Porque al fin y al cabo no te guió hasta acá nadie más que el propio latido, ardiente, deseante, potente. Y acá estás.



Acá estamos con Libertad (su nombre jamás fue casualidad). Despedimos a mamá el lunes en el aeropuerto, y empezó para mí esta parte del viaje aún incomprensible en la que de a ratos estoy de nuevo en la secundaria, de a ratos soy una turista perdida sola vagando por Berlín, de pronto me vuelvo una loca consumista que quiere comprar todo el chocolate del mundo, a menudo una nostálgica que recuerda cosas que hizo con Germán acá en Berlín y se muere de ganas de abrazarlo, a veces una alemana a la que la gente le consulta cosas en la calle, pero sobre todo una amiga feliz de compartir este momento con su bella amiga y verla moverse por la ciudad como bailando.

mateando en el bus alemán yendo al aeropuerto

Todo eso quiere decir que no me va a salir un relato ordenado, que cuando Liber trabaja yo aprovecho para conocer lo que no vimos cuando estuve con Germán (como Alexanderplatz o la East side gallery, esa larga parte del muro que quedó y fue intervenida por artistas cuyas obras son, en su mayoría,y para mi gusto, simplemente feas) o algunas recomendaciones de Caro, la amiga de Liber, como el Urban Nation Museum, museo de arte urbano que visité ayer, en el que al entrar me pidieron “one million dollars, a puppy, and unicorn dust”, aunque me dejaron pasar igual. Y que cuando Liber no trabaja vamos a pasear, o salimos a la noche a hacer algo, en general con Caro, como ir a comer comida vietnamita o ir a la heladería de un argentino en Berlín a comer helado de dulce de leche y escuchar a una banda que hablará por sí misma en el subsiguiente video.

arcoiris sobre Alexanderplatz


feliz

cuando digo feos, me refiero a esto

más muro

la famosa

en el Urban Nation

en el Tiergarden






Pero el desorden es solo aparente, porque algún orden interno o universal ayer me mostró que todo es perfecto: Liber me había propuesto ir a una ceremonia de equinoccio para bienvenir a la primavera y yo acepté sin saber muy bien qué era, sin contar con la mayoría de los objetos que había que llevar, solo contando conmigo. Y ahí fuimos ayer: el departamento de unas hermanas brasileras lleno de mujeres al que entré y, a los segundos, empezó a sonar la música de la danza del corazón. “This music!”, le dije a la anfitriona. “Yes, the dance of the heart. We’re gonna do it today”. ¿Qué es la danza del corazón? Es una meditación que, sorprendentemente (o no) yo había compartido también con un grupo hermoso de gente durante 21 días en La Plata antes de venir. Es una danza que me trajo hasta acá, y ayer, bailando y meditando entre todas esas mujeres solo pude sentir algo así como un círculo y un agradecimiento infinito.

Se me acaban las palabras, por hoy. Pero escribo porque mañana vamos a estar en otro país, y esta es mi tradición.

sábado, 16 de marzo de 2019

Sanguchito de Polonia


¿Me entrarán todas las cosas que tengo para contar sobre un país en este texto?¿Lograré llegar al final sin estresarme por el esfuerzo de resumir, podré mantener la atención de quienes leen hasta la última palabra?¿Llegaré a meter a Polonia en un sanguchito?
Let’s find out.

Como había contado, el martes muy temprano el trío se separó (ya se siente cerca ¡el trío terminó! Seremos solo dos…), eso quiere decir que mi hermano partió rumbo a casa por cuestiones de organización familiar, y madre y yo embarcamos en una nueva aventura en otro idioma. En realidad (como siempre) fueron varios idiomas al mismo tiempo, desde el principio: el primer tren que habíamos conseguido fue un “sleeper” de Lviv a Przemysl (impronunciable), ciudad polaca cerca de la frontera. Así que viajamos como en las películas, en un compartimiento con cuatro camitas, mamá abajo yo arriba, y en la camita de enfrente Stanislav (creo que lo rebauticé), un ruso que me preguntó where are you from con google translator y de ahí siguió toda una charla medio en ucraniano, medio en ruso, medio en inglés, en la cual él me hablaba como si yo entendiera todo y la mitad me lo inventé, pero la verdad es que pudimos intercambiar bastante y me dijo cosas muy interesantes, hasta me terminó diciendo que me tengo que ir a Canadá (¡chan! ¿Se abre otra puerta?). De fondo un paisaje de bosques nevados, hicimos migraciones desde el tren (para salir de Ucrania un milico se llevó nuestros pasaportes como veinte minutos, en Polonia una policía pasó dos minutos con una maquinita y chau), y cuando llegamos a la estación, la nieve empezó a caer un poco más fuerte. Esperamos un poquito, fascinadas, y embarcamos el segundo tren, esta vez con asientos normales, más moderno y hasta con wifi, rumbo a nuestro primer destino polaco: Cracovia.


charlas con el ruski y paisaje







el primer tren polaco


El cambio entre los dos países, la entrada a la Unión Europa, fue muy notoria, no solo en la modernidad del tren sino del resto de las cosas, y también en la mirada de la gente, o mejor dicho la no-mirada de la gente, para quienes ya no éramos una rareza sino dos más entre el montón. En Cracovia para salir de la estación de tren había que pasar por un shopping enorme, y de pronto estábamos en el mundo del consumo otra vez. Me acordé de la vida en París, de la parte que no me gustaba. Nos tomamos un taxi que nos salió más caro que los pierogis (comida polaca que se volvió nuestra única opción vegetariana) que almorzamos después.

Estábamos alojadas en el barrio judío, rodeadas de sinagogas. Tan poco judía me he sentido en mi vida y en este viaje de pronto me lo tiran en la cara todo junto. En fin, el primer día después de llegar recorrimos un poco, y el segundo nos maravillamos con el casco antiguo e hicimos nuestro merecido free walking tour (los extrañaba). Fuimos a Cracovia porque mi abuelo estuvo ahí cuando pudo irse del ejército después de la guerra, e hizo exactamente el trayecto que hicimos nosotras en tren, parando en Przemysl. Lo que nos impresionó fue exactamente lo mismo que él contaba en su libro: es una hermosa ciudad, con su imponente castillo de Wawel sobre el río Vístula, con una de las universidades más antiguas de Europa, y, exactamente como decía en su descripción, un hombre que toca todas las horas en punto la trompeta (según él, “el clarín”) desde el campanario de la hermosa catedral gótica en la plaza central (la plaza central más enorme e imponente que vi en todos los cascos antiguos de Europa). Y muchísimas leyendas sobre todo lo que hay (pero quedan para otro capítulo). La arquitectura es muy particular, muchas iglesias y edificios importantes, a diferencia de otros lugares, están hechos de ladrillo, según el guía porque era más barato, pero a mí me parecen mucho más lindas.

Galicia jewish museum

me fascina la combinación entre abajo y arriba


panorámica en la plaza central


yo, siendo chiquita




dejamos un libro en el departamento

En Cracovia estuvimos también en búsqueda del “Comité central judío” o algo similar, que era la organización en la que mi abuelo se registró como sobreviviente de la guerra cuando estuvo ahí. Nos mandaron de un lugar a otro, terminamos en una de las sinagogas que nos rodeaban, y nos dijeron que ahí no tenían archivos, nos pasaron una lista de otros lugares a donde ir, entre ellos un lugar que yo ya tenía marcado en Varsovia, nuestro próximo destino. La investigación no fue demasiado fructífera, pero igualmente Cracovia nos cautivó, y el jueves temprano salimos rumbo a la estación.

Esta vez fue un bus (flixbus te extrañaba), también con escala en el medio, con destino a Varsovia, en donde solo teníamos una noche. En realidad, técnicamente “no había nada” que tuviera que ver estrictamente con el recorrido de mi abuelo que nos llevara ahí, o nada explícito, pero parecía un lugar por el que pasar, al menos. Y lo bien que hicimos en ir.

¿Por qué? Porque ahí estaba este lugar que yo había marcado, el Museum of Jewish Historical Institute, en donde encontramos a nuestra segunda amiga del viaje, Alexandra, quie n trabaja en la parte de investigación genealógica del instituto, y se sentó con nosotras frente a la computadora a trabajar en nuestro caso. Con ella fuimos reconstruyendo todo lo que sabíamos de la familia, libro en mano, y encontramos no solo algunos documentos que yo ya había encontrado (aunque no entendido) en internet, sino también datos de mi abuelo de esa inscripción en Cracovia, en donde figuraba su nombre, fecha de nacimiento y otras cosas pero además su dirección en Cracovia en ese momento, que oh sorpresa, una vez más, estaba ahí nomás de donde nos habíamos alojado, muy cerca de esa sinagoga a la que fuimos a preguntar, así que probablemente hayamos pasado por enfrente, como nos vino pasando en este viaje, aunque esta vez no pudimos volver atrás. De todos modos fue muy emocionante, y a mí me apasionó el trabajo de Alexandra, además de su buena onda y predisposición. Encontramos cosas locas, informaciones desconocidas, y como no íbamos a poder volver en persona (al menos no en este viaje…), quedamos en seguir en contacto para ir profundizando la búsqueda.

a ella también le dejamos un libro

Llegamos a recorrer además un poco Varsovia, el casco viejo que resultó sorprendentemente bello, y la parte nueva que nos sorprendió también por la modernidad, o más bien la mezcla de edificios antiguos y nuevos y locos, un poco como la impresión que tuve en un primer momento de Londres (solo por eso, así son mis asociaciones).
mezclas raras

me copé con las panorámicas





Y ayer, viernes 15, vinimos en tren a nuestro último destino polaco, la ciudad de Gdansk o, como decía mi abuelo, en alemán, Danzig. Acá había venido él a empezar sus estudios universitarios, de ingeniería naval, que tuvo que interrumpir a los pocos meses por el antisemitismo creciente que brotaba acá por esos tiempos. Quisimos ir a conocer esa universidad, muy antigua, la Politécnica de Gdansk, a la que fuimos hoy en tranvía desde el casco antiguo, donde nos estamos alojando. Resultó un edificio central antiguo, hermoso e imponente, y un predio enorme con muchísimos edificios gigantes para cada facultad, en donde pensé en Ger y todos sus amigos ingenieros a los que se les caería la baba, supongo, con todo lo que estaba viendo. En el edificio central preguntamos por algún tipo de archivo histórico, y nos dijeron que sí había, pero como hoy es sábado (lo que es estar de vacaciones…) estaba cerrado, así que solo conseguimos un mail para comunicarnos después. Recorriendo el predio encontramos un edificio de lo que parecía ser la rama naval, entramos e intentamos averiguar su antigüedad, no lo conseguimos con certeza, anduvimos por ahí. Estuvimos. Fuimos.







Y conocimos el casco histórico de Gdansk, también hermoso, también lleno de callecitas encantadoras, y además el río y el ambiente de ciudad portuaria, que le da un toque diferente. Acá a una cuadra hay una catedral monstruosamente grande, el segundo templo de ladrillo más grande del mundo (datos de color). También hay una mezcla entre modernidad y antigüedad, o más bien entre construcciones nuevas y viejas, en realidad vimos muchos edificios en construcción, pero que siguen la típica forma de los edificios viejos. Comimos más pierogi en todas sus formas y otras comidas típicas, buscamos souvenirs (la diferencia de viajar con mamá), paseamos, también discutimos (viajar con mamá). Otra vez estamos llegando al final de una etapa y seguimos sin entender nada. Siendo nuestro último día en Polonia, mi madre todavía no sabía cómo era la bandera polaca. También pensó que “Kantor” era una cadena de casas de cambio acá, que está por todos lados… No se le ocurrió pensar que “kantor” es “cambio” en polaco, pero en fin, al menos nos hizo reír un rato.


holi


pedimos comida tradicional polaca... Y al final eran ñoquis y empanadas







Y así estamos, en este viaje de la vida al que todavía le faltan, para mí, unos cuantos decibeles de emociones por venir. Pero ya veremos, ya verán.