sábado, 20 de febrero de 2016

De cómo combatir el miedo y la ansiedad pre-viaje

Hoy decidí que mi viaje ya empezó.
Desempolvé los auriculares que tenía guardados, bajé, abrí la puerta y puse play. Caminé por la ciudad lenta, tranquilamente. Me gané varias puteadas de automovilistas impacientes.

Hace rato que vengo sintiendo miedo y ansiedad, pero sobre todo miedo. Ante la claridad y la iluminación del post anterior que era muy bonito, quiero declarar que también existe esta sensación de terror que se viene agrandando con los días.
Me puse mal por muchas cosas: por todo lo que voy a extrañar, por las personas que me van a hacer falta, por todo lo que no tengo listo, porque ya casi nos vamos, y sobre todo por la misma incertidumbre sobre qué pasará, que tanto elogié como proveedora de nuevas aventuras. En todo caso, lo que importa no es el por qué: el miedo siempre está y, de última, lo único que estoy haciendo es ponerlo en el centro del escenario, solo, descubierto, desnudo, con un cartelito al lado que dice: “Estoy acá”.
Ahí está el miedo, entonces. Y para empezar a dejar de sentirme incómoda con él (porque además está desnudo, y todavía no nos conocemos bien), decidí que mi viaje ya empezó. Desempolvé los auriculares... Y caminé.

Caminé como si nunca hubiese caminado por esta ciudad, en la que nací. Por este mes antes de irme estoy viviendo en un barrio en el que nunca había vivido, así que fue fácil empezar. Miré las copas de los árboles y los balcones, fui despacito para observar a las casas, a la gente. Me crucé dos veces con el mismo tipo en bicicleta que llevaba atado a su perro. Descubrí líneas secretas que unen edificios separados en curvas y diagonales. Fui a lugares que soñé: atrás de la catedral recordé un episodio en el que no había vuelto a pensar. Descubrí un santuario.
No hace falta irme lejos para estar de viaje: yo ya siento que me estoy moviendo. Basta con ir tranquila y sin rumbo fijo, sin pensar en nada. Absolutamente nada. Las calles se hacen cada vez más largas, las ramblas infinitas. Basta con doblar en la esquina que se me canta, ir a la velocidad que yo quiera, parar y acostarme en plaza Malvinas a mirar el cielo. Que suene este tema, y que el momento dure cien, mil años.
El resto fluye, habré salido a las cinco y son las diez de la noche. Recién vuelvo, tengo ampollas en los pies porque no elegí el mejor calzado.
Pero estoy contenta, porque estoy despierta, y esta es mi primera crónica de viaje.