Quizás fue el clima de hoy, tan extraño y espeso, de calor
nublado y humedad que viene de la tierra por los rayos del sol. Quizás fue la gran
avenida casi desierta en medio del bosque. Quizás fue el silencio de los
árboles sobre el trino de algunos pájaros aislados, y el roce leve de algunas
hojitas movidas por la brisa en el asfalto. Quizás fue el miedo, mi miedo a una
soledad amenazada por los peligros de caminar en un bosque que linda con la
ciudad.
Algo de todo eso me llevó hoy al Bois de Boulogne hace dos
años y medio, creo recordar, un día de verano parisino en que algo de todas
esas sensaciones, o el conjunto en su totalidad, me transportó, a su vez, a un
verano en Córdoba de hace varios años atrás. Como Billy Pilgrim, sigo viajando
en el tiempo y pareciera haber puntos o momentos como túneles que se conectan,
y me llevan siempre a un mismo lugar.
Ese día en Bois de Boulogne tuve una corazonada hacia mí
misma, como un instinto de inocencia. Estaba tan lejos de acá, y sin embargo
nada de ese lugar me parece distinto al bosque de La Plata en donde caminé hoy,
pisando la misma línea de tiempo.
Soñé tantas veces con vivir en París; cuando vivía en París,
soñé tanto con volver acá. Y hoy por un instante, pareció que París y que acá
eran lo mismo. O mejor dicho, que acá es siempre el mismo lugar cuando estoy
acá conmigo.
Puede que ya no tenga tantos sueños y aspiraciones; quizás
estoy ya tan demente como Billy; seguro muchas cosas a mi alrededor se han
transformado. Pero hoy decidí que, sea donde sea, nadie puede impedirme volver
a salir a caminar y encontrarme conmigo en algún agujero del tiempo o del
espacio.