¿Será demasiado pronto para que me agarre el miedo otra vez?
Otra vez, me pongo los auriculares y salgo.
El sol me da una oscuridad que se me mueve inquieta por dentro.
Como cosquillas.
Estuve pensando mucho en Islandia. La volví a soñar. Algo en
la memoria hace que los recuerdos sean como sueños encarnados. Algo en mi
memoria sigue viajando por una ruta que es la vena de una parte del cuerpo de
la Tierra.
Y es que esto ya me pasó: me estoy preparando.
Un día estábamos en un auto con Germán, andando por Islandia
o por España o Portugal. Y se lo dije. Le dije: ahora que me di cuenta de que no
es imposible viajar, me doy cuenta de que, dentro de un tiempo, voy a poder
planear ese otro viaje que nos debemos.
Sí. Otro. Porque en mi vida no había un solo gran destino
que no se me podía pasar. Había dos. O es siempre el mismo: para el primero
escribí un gran preámbulo explicando que no tenía razones claras para viajar. Ahora,
a más de año y medio de haber vuelto, pienso que quizás la razón era que por
algún lado tenía que empezar. Y que llegó el momento de hacerme cargo de lo que
sigue.
Ahora, escribo con un rayo de sol que pasa por una de las
tres ventanitas de casa que dan a lo que debe ser el oeste, y me llega hasta
los ojos. Atardece.
Con los pasajes ya guardados en algún lugar de mi casilla de
correo, le doy la bienvenida al miedo, y espero.