Desde siempre fue un hábito contar las noticias atrasadas en este blog, como si necesitara un tiempito para digerir y procesar lo que va pasando por el aire, hasta que de pronto empiezo a sentir la necesidad de dejar asentada toda esa información para que no se me escape de las manos (pero ya se sabe que gran parte siempre se escapa, las fotos y las palabras capturan un presente y en esa captura hay transformación, entonces la memoria, la estética, la comunicación, los granos de arena que corren y no dejan de correr… qué embrollo).
Vuelta del
viaje dentro del viaje, me encontré con una casa a medio mudar que Germán había
estado pintando y acomodando, en donde aún casi no teníamos muebles. Solo un
colchón, todas las valijas tiradas y desordenadas, una mesa, unas sillas
usadas. Durante toda la semana estuvimos intentando remediar esa situación
buscando muebles usados en internet (acá todo se mueve por Marketplace), pero
necesitábamos un transporte bastante grande para ir a buscarlos. Por eso, ese
viernes Germán alquiló una camionetita U-Haul y se animó a manejar dando
vueltas por toda la gran ciudad.
La primera
parada se resolvió sin inconvenientes (una silla de escritorio que buscamos por
el centro), pero por supuesto, en algún punto las aventuras tenían que empezar.
La segunda parada era para ir a buscar una cama que le compramos a Jimmy, señor
que (asumimos) es marroquí y con quien Germán había arreglado encontrarse en su
¿taller? (nunca entendimos) por la zona de Côte-de-neiges. Cuando llegamos, no
solo no había nadie, sino que, mientras esperábamos, empezamos a sentir que
habíamos salido de Montréal para llegar a Marruecos: exactamente enfrente había
una mezquita, y por la calle solo pasaban hombres vestidos con túnica larga y
chechia (el sombrerito); si se escuchaba algún intercambio era en árabe,
excepto la conversación en inglés de un señor que fue a autorizar a que
pusieran carteles de publicidad política (período de elecciones) en la puerta
de la mezquita. Tuvimos un ratazo para escuchar y observar. Jimmy no venía, y
cuando Germán logró comunicarse con él, nos dijo que estaba durmiendo, que le
teníamos que avisar antes, que había pasado toda la noche trabajando, armando y
desarmando la cama y no sé qué más. Iba a tardar una hora y media en desarmar
de nuevo la cama y llegar.
Dudando de
si se trataba de un malentendido cultural o si simplemente Jimmy no era de
fiar, nos tocó esperar (el U-haul nos cobrara por km y estábamos lejos), así
que fuimos caminando a un centro comercial muy particular que había por la
zona, para ir al Wal-mart más desordenado y descuidado del planeta, en donde
nos compramos unas cortinas para la casa. Hicimos también un tour por un
Renaissance (cadena de negocio de ropa y cosas usadas), y al volver nos
encontramos con un Jimmy muy agitado que nos explicó cómo se había quedado toda
la noche arreglando y agregándole cosas a la cama para que sea mejor, poniendo
agujeros y tornillos acá y allá, obviando soberanamente el hecho de que
nosotres ya le habíamos comprado la cama así como estaba y jamás le habíamos
pedido que mejore nada. Justo todo el mundo salía de rezar en la mezquita, y en
un clima de confusión total, cargamos la cama desarmada y nos fuimos.
Seguimos
viaje volviendo a la zona de confort, hacia el hermoso barrio de petit
Portugal, a lo de Hugo y Rania, amigues de Timo y Julia, que se mudaron hace
poquito y nos regalaron su sillón viejo; después fuimos a buscar una cajonera que
le compramos a Julia, solo para llegar a casa, pasar 20 minutos intentando
pasar por la puerta el sillón (no me pregunten cómo lo logramos), descargar
todo y volver a salir: tener movilidad por un día era una oportunidad que
aprovechar, así que decidimos ir a hacer compras a Costco, una especie de
mayorista barato en donde tenés que hacerte miembro solo para poder entrar
(¿?). Llegamos a casa tarde y agotades, Ger se fue a devolver el U-haul y yo me
quedé terminando cosas para la facultad.
Y aunque
pareció un día de locura, todos los días vienen siendo así, entre las movidas
de la casa, la facultad, mis dos/tres trabajos (sí, ya voy sumando clases
nuevas), la adaptación… Sumado a que, a veces, buscar las cosas más baratas nos
termina trayendo problemas como el de la cama de Jimmy, que cuando la quisimos
armar era imposible de entender, tenía agujeros hechos por él, adaptaciones
ridículas y le faltaba más de un tornillo; y cuando Germán le quiso reclamar,
terminó viniendo días más tarde a casa con un taladro a hacerle más agujeros
así nomás e intentar arreglar todo rápido para poder irse. Qué personaje.
Pero
también está el otro lado: el de la alegría de volver a casa cada día, de
sentir el solcito que entra por el jardín a la tarde, de recibir cada mañana a
los pajaritos, las ardillas… Y a Jules, nuestro invitado especial, el gato de
la vecina que viene a inspeccionar toda la casa, reclamar mimos, agua, y
acechar algo en el patio que no queremos saber qué es todavía, mientras se
trate solo de enternecemos con su presencia cotidiana.
La casita
se va formando y dándonos calor en estos días en los que ya (sí, ¡ya!) se vino
el frío. El otoño naranja y rojito nos llama a salir a pasear y conocer lugares
nuevos, la ciudad se llena de calabazas, pero eso quedará para la próxima entrega, porque todavía siento la
arenita que corre por mis pies y por mis manos.