lunes, 19 de septiembre de 2022

Abrimos nueva sucursal


He intentado describir comienzos de nuevas etapas tantas veces en este blog, que se creería que ya sería más fácil, pero la experiencia se renueva cada vez y, al contrario, relatar se me vuelve cada vez más difícil. Entre el despojo y lo nuevo, ahora se me condensan en la cabeza todos los eventos de las últimas dos semanas y no encuentro una manera de narrar ordenada: por qué estamos acá, qué vinimos hacer, cómo lo hicimos, que nos pasó y que nos pasa.

Todo junto, como siempre, una bola atemporal (¿o hipertemporal? ¿architemporal? ¿intertextual?) de desplazamientos y emociones.


Parecido a aquella vez, un día, literalmente un día antes de tomarnos el avión, me llegó un mail con una propuesta de trabajo, de la escuela de lenguas de la universidad a la que vine a estudiar (sí, vine a hacer un posgrado, perdonen si me olvidé de avisar). Así que ahí entre valijas y trámites de último momento desde el departamento de mamá, en una informalísima entrevista virtual me anunciaban que el lunes, dos días después de llegar, empezaba a dar clases de francés en un lugar desconocido. Lo que en ese momento no entendí es que el curso que tenía a cargo estaba destinado a docs, post-docs e investigadores de un instituto de investigación en inteligencia artificial, así todo blanquito, moderno y tecnológico, como en las películas. Prometo foto, cuando me toque la próxima clase presencial, pero ya pueden imaginarse a Anita-out-of-context maravillada y boquiabierta dándose cuenta del lugar en el que le tocó empezar a trabajar.

Pero eso es secundario, porque la protagonista de nuestra llegada es una pareja que les fieles lectores (¿?) recordarán por haber alegrado mi vida el año pasado enCanadá (lo cual, si se piensa un poco, tiene un poco que ver con que ahora estemos acá): Timo y Julia, que desde el primer día nos recibieron, alojaron, alimentaron, transportaron, informaron, y básicamente nos cubrieron cada mínima necesidad. Y eso es un tesoro (elles son un tesoro, diría mi abuela, aunque probablemente no en inclusivo, pero siguiendo con las re-contextualizaciones la podemos actualizar), porque aunque los comienzos de ciclo hayan sido varios en mi vida, este fue un sacudón fuertísimo, un salto al aire en el que nos mandamos con todo (o sin todo, porque casi todo lo tiramos, regalamos, dejamos allá. Pero ¿qué es todo, al final?). Y ese sacudón fuertísimo hizo que, dos días después de llegar, termine en el consultorio de una dentista de urgencia por una infección de muelas nivel cósmico, que hacía que me doliera hasta el hablar. Al estrés se sumaron los gastos médicos, pero eso será otro capítulo.



En el medio, como sanguchito, la felicidad incrédula de estar acá mezclada con la hiperadaptación de vivir como ya viviendo acá (¿?), los mil trámites llevados a cabo por gente excesivamente amable (punto extra para nuestro banquero chino que nació en la misma ciudad que el covid), los paseos pseudoturistas, dollarama, los juegos de mesa y una chocotorta que salió inconscientemente con forma de La Plata.

Ya lo dije: una bola, todo mezclado.









punto para la comida de Ikea

Y además, una semana buscando departamento (en realidad ya veníamos buscando desde allá, pero sin poder visitar), barajando opciones varias, viendo lugares que siempre dejaban mucho que desear, hasta encontrar nuestra nueva casita. Una casita que, mientras empezamos a amueblar, tengo que dejar para emprender un mini-viaje dentro del viaje, pero eso quedará para el próximo capítulo.