martes, 31 de enero de 2017

Adiós

Si nos tiramos de cabeza a la aventura, si nos subimos a un avión y un barco y un planeta de oscilación aleatoria, si elegimos prendernos fuego una vez tras otra el corazón que renace cuando muda, necesitamos al menos creer en algo que sostenga el manojo de trayectorias desordenadas que es la vida. Confianza. Entrega.

Hay cosas que mi memoria va a retener con fuerza hasta el día en que nos gane la muerte o el olvido. Pienso en gestos y aromas. El dibujo de una zeta en cursiva que, mi abuela repite, todavía no me sale dibujar. Después aparece con dos platitos de gelatina de manzana, es de noche y jugamos abajo de la mesa del living. Más tarde o más temprano nos está esperando, a mí y a mi abuelo que fue a buscarme a la escuela. Como todos los días. Nos abre la puerta o está ya en la cocina y se empieza a oler la espuma del café con leche. Corro al rincón de la mesada en que está esa tapa verde de plástico para ver si abajo hay torta, o masitas. Siempre hay algo. A veces strudel. Una vez me enseñó cómo hacerlo, y me mostró cada paso, me acuerdo bien. A veces quería que yo fuera una “señorita”. Hay otro recuerdo que es la primera pesadilla en mi memoria: el origen de mis miedos. Estamos solas de noche en la cocina, y por la puerta ventana del balcón aparecen los monstruitos. Yo los enfrento con mi anillo de rayos láser. Estábamos solas de noche en la cocina, igual exacto que esa noche en la que me quedé a dormir y vomité. El olor y el sabor de vómito los recuerdo también: choclo.

Hay cosas que mi memoria va a retener y aún estoy sosteniendo en mí a pesar de ella. Irnos a dormir temprano anteanoche en el departamento de Mostar en la habitación de paredes azules con tres camas subiendo el volumen del teléfono, sabiendo. Despertar a las seis de la mañana con el llamado de mamá. Con la luz de noche y una frazada como capa movernos a otra habitación y abrazarnos sentadxs en el sofá. No me voy a olvidar que la noche en que murió mi abuela estaba mi hermano al lado mío, del lado de acá. Un abrazo que es un regalo del camino en el que decidimos confiar. Esta aventura es un barco de maravilla tormentoso, podemos entregarnos a la vida y a la muerte y va a estar bien. Siempre va a estar bien. Todo pasa, al fin y al cabo, en un mismo lugar.

No me voy a olvidar de esa mañana juntxs, hace dos días, acá. Hace tantos meses que estoy aprendiendo mareada y confusa y se me pasa cada cosa y no recuerdo nada con claridad, pero de esto no me voy a olvidar. Ayer respiré por unos minutos, y entre sensaciones cariñosas mi abuela se rió y me habló con ternura. De eso tampoco me voy a olvidar. Ni de todo este amor, jamás.

domingo, 29 de enero de 2017

Croacia: welcome to the balkans


Hace ya más de una semana, un ratito después de la escala en Bruselas, estábamos aterrizando en Zagreb, el destino más al Este en el que habíamos estado, al menos en este viaje. Apenas salimos del aeropuertito (tito), se nos apareció el paisaje que tanto esperábamos y al que, un poco, temíamos: todo cubierto de nieve, helado. Con una mezcla de rara excitación, mucho frío y curiosidad, seguimos el itinerario que nos indicó la chica de información turística en un español muy correcto: bus, tranvía y tranvía, para llegar al departamentito (tito) que le alquilamos a Marko, uno de esos personajes que aparecen en la historia, muy buena onda y muy emocionado porque éramos sus primeros huéspedes y quería que todo salga bien. Aunque eran cerca de las cinco de la tarde, ya era de noche y estábamos cansadxs, así que sólo los chicos salieron un poquito más para volver con una pizza, y nos quedó el día siguiente para conocer la ciudad. Recorrimos lo que pudimos del centro nevado, explorando con el mismo frío y la misma curiosidad del principio, parando de a ratos para entrar en alguna panadería o algún museo o algún café para calentarnos el cuerpito.






el que adivine en dónde sacamos esta foto se gana un dulce de leche

Pero como no habíamos visto suficiente nieve ni se nos habían congelado demasiado las manos y los pies, al otro día salimos para el Parque Nacional más conocido de Croacia, el Plitvice, en donde el atractivo principal consiste en una serie de lagos y cascaditas entre montañas. Claro que todas las fotos típicas del lugar las sacaron en verano, cuando parece que el agua toma unos colores preciosos: a nosotrxs nos tocó una foto distinta, vamos a decir, toda blanca y helada. Llegamos ya de noche al alojamiento que conseguimos cerca, dormimos en nuestro refugio calentito y rodeado de nieve (después de que la dueña de casa nos haya convidado un fuerte “schnapps” tan alcohólico que casi me deja de cabeza), y al día siguiente fuimos a conocer. No se podía visitar todo el parque, pero en parte mejor así, porque para cuando llegamos al límite del recorrido permitido, después de más o menos dos horas en la nieve, con una patinada en el hielo y caída de culo incluida, yo ya estaba congelada. Igual, para mí, fue impresionante y hermoso. Nos fuimos con los ojos brillantes, llenos de blanquito.

vista desde la ventana de nuestra casita


lago congelado









Y ahí, ya en la ruta, una vez más, la aventura se hizo trágica y volvió a aparecer un conflicto, esta vez en forma de una atrevida liebrecita que se nos cruzó fugazmente en el camino, muriendo en el acto sin remedio, volando por los aires mientras Ger frenaba asustado y todxs conteníamos por unos segundos la respiración. No sólo fue triste el accidente y la muerte así tan cruda que aparecía de golpe, sino también lo que los chicos constataron un minuto después: varias partes del frente del auto habían quedado visiblemente dañadas o abolladas, lo cual significaba pagar una fortuna a la empresa que nos lo alquiló, porque no habíamos pagado la franquicia del seguro completo que nos ofrecieron. Esta vez, nada que hacer, c'est la vie, o al menos eso pareció.

El incidente no nos impidió, sin embargo, seguir andando, y pronto pasamos por un túnel que de una forma mágica y maravillosa transformó el clima helado y las rutas llenas de nieve alrededor en un clima mucho mejor y más pasable. Nos estábamos acercando a la costa, y después de un rato llegamos al siguiente destino: Zadar, en donde, ya de noche, visitamos el casco viejo y la costanera, con su curioso órgano de mar, que hace unos sonidos muy locos, y su “greetings to the sun”, un círculo enorme de paneles solares que se cargan durante el día y hacen luces locas de noche. Ger y yo sentimos, caminando por las callecitas de la parte vieja, un ambiente conocido: todo se parecía mucho a varios pueblitos que conocimos en Italia. Todo muy bonito, al día siguiente conocimos lo mismo pero de día, y después ya volvimos a embarcar con destino a Split, cada vez más al sur. Antes paramos un ratito en el pueblo de Sibenik, que nos encontró de pronto perdidxs entre callecitas estrechas, oscuras y desiertas que subían y bajaban. Muy fantasma, muy lindas también.





Así que, Split: parece que ahí está explotando el turismo, pero por suerte vinimos en invierno, por lo cual pudimos ver una ciudad no tan invadida, y conocer con tranquilidad el famoso Palacio Dioclesiano, que es como un complejo de ruinas de la época romana en adelante, amurallada, como un pequeño casco histórico dentro del centro que ya es histórico de por sí. Paseamos, nos costó (y no fue la única vez) encontrar lugar para comer, tanto de día como de noche: en casi todos los lugares croatas en donde estuvimos, constatamos que hay bares y cafés pero no venden comida (¿la gente sólo toma, acá?), o restaurantes demasiado caros para lo que pensamos gastar, o panaderías, o... Nada. Algún supermercado, quizás. Pero cero comida al paso, y mucho menos opciones vegetarianas, por supuesto, salvo el burak, o burek, no sé, una especie de empanada de masa hojaldrada y en espiral, pero es súper frita, así que comerla todo el tiempo no da. Igual, también, siempre alguno que te vende cortes de pizza encontrás.


señoras con pañuelo en la feria de frutas


mientras intentábamos hacer esta ridiculez, aparecieron unos como de un noticiero o algo así a filmarnos (¿?)

gatos croatas, se juntan a vaguear

Seguimos camino adelante, nuestro croata mejorando (gracias a Migue que iba tirándonos vocabulario), intentando no pensar en la liebre o, como lo llamamos, el conejito (¿y si era una?¿y si era ella?) y sus consecuencias, hicimos una parada en el pueblito de Makarska, con su bella pequeña bahía pegada a la montaña. Hay algo en la costa croata, costa adrática, Dalmasia o como se prefiera, que me hizo sentir extraña: mirando al mar, nunca se ve el horizonte infinito, jamás, porque siempre hay una, dos, tres, diez islas e islitas enfrente, como montañas que van saliendo del agua y que hacen un paisaje rarísimo.
en Makarska

el agua es increíble



Y así, como quien te dice, boludeando, llegamos al último destino croata, el destino super star: Dubrovnik. Antes tuvimos que pasar necesariamente por un pedacito que Bosnia tiene en la costa, porque así de ridícula es la geografía y las fronteras, así que otro sellito que va y que viene en los pasaportes.
Qué decir de Dubrovnik, además de que todxs lo conocen por Game of Thrones, y que ya pasamos por tantas locaciones en donde se filmó esa serie, que voy a tener que empezar a verla. Es el destino más turístico del país, y una vez más, tiene un casco viejo hermoso pero muy preparado para quien vaya con intenciones de pagar precio París en cada restaurante y souvenir. Lo mejor de Dubrovnik fue la personaje que nos hospedó por airbnb: Majda, una señora sesentona que podría describir como señora-top-charleta-borracha-o-en-un-estado-permanente-de-excitación, que llegó una hora después de lo más o menos pautado (en el medio llegó una vecina que no hablaba inglés a tratar de explicarnos la situación) porque su suegra estaba en el hospital, y cuando llegó tardó una hora más en contarnos toda la historia de por qué su suegra estaba en el hospital y por qué hubiese sido mejor que se muera; historia que incluía a la guerra de la ex Yugoslavia, préstamos bancarios, francos suizos, ataques al corazón, y hasta a mí misma con algo que no entendí en un banco de Zagreb. Para qué contar el resto. En fin, es cierto que tuvimos una vista hermosa de la ciudad, y pudimos recorrerla bastante. Lo segundo mejor fueron los gatos, que estaban por todos lados y que eran súper mimosos y amigables. También visitamos un museo sobre la guerra, y empezamos a interiorizarnos un poquito en la historia de estos países que hasta hace tan poco estaban matándose entre sí. Muy fuerte.


no favorecía la luz, pero esa era la vista


¿cuántos gatos hay en esta foto?

Ayer, entonces, nos despedimos de Dubrovnik, no sin antes cargarnos un poco de sol en la playa, y hacer una excursión a una especie de easy o sodimac croata para comprar un aerosol metalizado para intentar esconder las marcas del auto (¿?), idea que estuvieron masticando los chicos durante todos esos días. Al final, terminamos una vez más en el garage de lo de Majda, llamándola para pedirle cinta y no sé qué más, los chicos haciendo todo tipo de bricolage sobre el capó mientras yo me daba por vencida. Una vez que ya no hubo más que hacer, volvimos a la ruta y cruzamos nuevamente la frontera, esta vez para que Ger nos deje en nuestro siguiente destino bosnio, y siga de largo para ir a devolver el auto en Zagreb.


Pero esto ya es historia de otro país, y se me hizo larga la cuestión. Qué pasó con el auto y todo el final de esta historia, vendrá, pues, en la siguiente entrega de esta ridícula novela de la vida misma.

domingo, 22 de enero de 2017

Casa

El martes 17 de enero me levanté en el departamentito de Madrid, me hice un mate, prendí la compu, intenté terminar de escribir sobre Marruecos. Cerca de 10.30 me venció la ansiedad, le di un besito a Ger durmiente y salí. Caminé hasta el metro, bajé, subí: ya había calculado minuciosamente el día anterior el recorrido a hacer, todas las combinaciones, primero la uno, después la seis, de ahí a Nuevos Ministerios y entonces la ocho directo hasta el final. Caminaba naturalmente, como si estuviese en mi ciudad, mirando a la gente que iba y venía a hacer cosas; yo también hoy voy a hacer cosas, tengo un horario, pensaba, pero es diferente, es una obligación en medio de este viaje y una hora que me hace feliz. Llevaba mi libro pero no pude leer demasiado. Igual el viaje se pasó volando, doce menos diez ya estaba otra vez en el mismo lugar de donde había salido la noche anterior. Miré las pantallas, vuelo atrasado. Los aeropuertos, que antes me parecían lugares extraordinarios que guardan miles de historias fascinantes y personajes exóticos para observar y escuchar, ahora me agobian, o me alteran, o, peor: a veces me dan exactamente igual. Sólo que en ese momento no quería esperar. Fue la hora y media más larga del mundo, parada mirando gente salir por las puertas automáticas, tratando de adivinar si era el vuelo que esperaba o no. Al lado mío otra gente se empezaba a impacientar, llegaban otrxs siempre otrxs pero nunca el nuestro. De pronto, un mensaje: “ya estoy en barajas, recién bajo del avión”. El corazón pasó de cien a mil latidos por minuto, “dale, hace una hora que estoy acá parada”, “estoy por hacer migraciones”, la duda, la espera, la otra gente, más espera, y de pronto ahí estaba, ahí estábamos viéndonos la cara después de diez meses, de pronto el aeropuerto no existía y la espera no importaba y ahí estábamos abrazándonos y llorando como dos boludxs.
Llegó mi hermano, este viaje no se puede poner más mejor, no me importa nada ya.



Qué decir después de esto, bueno, después de descansar y comer y reírnos y llegar, sacamos a pasear al Migue todavía mareado por Madrid, visitamos el bar Cien Montaditos que ya es nuestro clásico de toda España, tuvimos frío. Al día siguiente fuimos a Toledo, que está ahí nomás de Madrid, hicimos un free walking tour, otro de esos pueblitos llenos de historia, buscamos solcito porque el día estaba helado, vimos muchas espadas y una china vino a sacarse una foto con nosotrxs (?). Todo muy lindo, todo muy rico (excepto el mazapán, que no es para tanto, che).

con el oso de Madrid

Toledo, bonito



en la antigua sinagoga, Charlie medio de contrabando en una maqueta. Después se me quedó ahí porque apareció la que vigila la sala y me dio vergüenza sacarlo. Al final lo agarró ellá y se lo tuvimos que ir a pedir (Migue habló), pensaba que era de unos niños, ji ji

me hacen feliz


Al otro día costó dejar el departamento, era chiquito pero cómodo y se sentía muy como el hogar. Fuimos a la estación Atocha porque yo había visto en internet que ahí había lockers abiertos hasta 23.30 para dejar nuestras valijas, así podíamos pasear un poco más y a la noche buscarlas para ir (una vez más) al aeropuerto. Así que ahí las dejamos muy campantes y enseguida ya estábamos encantadxs con la estación y todas las plantas que tiene adentro, después cruzamos la calle y nos metimos al museo Reina Sofía por un buen rato, otra vez Picassos y Dalíes y Juan Gris, imposible para mí no pensar en The limits of Control y en Jarmusch. Después hicimos una breve excursión a Decathlon (porque es visita obligada para quien llega), y a otra sucursal de nuestro fiel Cien montaditos para la cena.

Atocha

en el Reina Sofia

¿Faltaba un conflicto, verdad?
Muy tranquis, llegamos once menos algo a la estación. Caminamos por el pasillo hasta donde teníamos que ir, ahí donde estaban las plantas y al fondo los lockers y ahí donde de pronto constatamos que no se podía pasar, ya estaba cerrado. ¡¿Qué?!, no nos caía la ficha, fuimos a preguntarle a unos guardias que estaban por salir y nos dijeron que los locker cerraban diez y veinte, que ya estaba, que si teníamos que sacarlo porque teníamos avión, quizás mostrando el pasaje en servicio al cliente algo podían hacer. Fuimos a servicio al cliente, un tipo con menos onda que un renglón, nos pregunta si tenemos pasaje, mostramos, habla por teléfono, nos dice que justo había un cambio de guardia y que esperemos quince minutos ahí. Nos sentamos más tranquilxs, pensando que en quince minutos alguien venía a abrirnos, pero oh sorpresa, no era que alguien iba a venir sino que el tipo iba a volver a llamar, esta vez para colgar y decirnos que no había nada que hacer porque no tenían autorización para abrir el lugar donde estaban los locker, que no y que no y que no, y que abrían recién cinco y veinte de la mañana. 5.55 teníamos que estar en Barajas subiendo al avión. Era imposible, todo negro. Nos empezó a hablar un gordo que estaba ahí y era el jefe, entre queriendo hacerse el buena onda y a la vez el superior que no podía hacer nada, después le ganó la mala onda y el querer irse a su casa, me di cuenta que mi enojo no llevaba a ninguna parte más que a llamar a que nos saquen los de seguridad. Nos quedamos ahí en el medio, como en el vacío, sin saber qué hacer. Teníamos todo en los locker, hasta las computadoras. Pensamos opciones: que se vayan dos igual, y se queda uno y después saca otro pasaje con las tres valijas. Horrible. Llamamos a la aerolínea: sólo pagando 50 euros podíamos cambiar el vuelo, para otro tres días más tarde. Horrible. Angustia total. Pasó así un rato, probablemente fueran a echarnos de la estación en algún momento, ni siquiera teníamos dónde dormir, la idea era pasar la noche en el aeropuerto. Había por ahí unos guardias dando vueltas, ahora parecía que se estaban tomando un cafecito parados, y qué pasa si, con probar no perdemos nada, quizás ellos, bueno a ver. Fuimos a ellos con un último rayito de esperanza, así a lo telenovelesco, con mi cara al borde del llanto les hablamos, yo desesperada aludiendo a las injusticias del servicio al cliente, no puede ser, tan fácil agarrar una llave y ayudarnos, nadie nos quiere ayudar, se quieren ir a su casa, no nos entienden. El guardia empatiza, dice que él no pincha ni corta en esa decisión pero a los dos minutos se le mueve la manito, empieza a buscar el celular y en ese gesto yo veo nuestra salvación: a ver, voy a intentar a hablar con alguien que quizás tiene más influencia. Así van apareciendo otros guardias, y entre preguntas, llamados telefónicos, mostrar el pasaje que Migue tenía impreso (gloria a su precaución), llorar y alabar la gentileza de esos superhéroes que nos estaban por salvar, uno de ellos cierra el celular, nos mira y dice “me deben un café”. Y otro de ellos nos dice vamos, vengan conmigo, yo les voy a abrir. Gloria, gloria, gloria al señor guardia Rafael que hizo los veinte pasos y dos movimientos de muñeca para abrir y cerrar una puerta necesarios para salvar el pellejo de nuestro viajecito.
Es que sin adrenalina es más aburrido.
Gracias San Rafael, por siempre te recordaremos.

La noche en el aeropuerto, la escala en Bruselas en donde repentinamente decidimos salir del aeropuerto y tomarnos un tren sólo para mostrarle un poco a Migue el centro y comer un waffle y volver corriendo, y finalmente llegar al destino más al Este y más al frío de lo que estuvimos en todo este viaje. Pero eso es otra historia que pronto, prontito voy a contar.

Charlie con un MONTÓN de playmobil en Barajas

Bruselas again

la foto que nos debíamos 


Lo importante es que llegó mi hermano, y ahora estoy con estos dos que me hacen reventar de felicidad, y aunque por un momento parecía que estaba todo negro con eso de las valijas, por dentro siempre estuvo todo bien, y siempre está todo bien, y no hubo momento en estos diez meses en que me haya sentido, más allá de toda ubicación espacial, más como en casa, en todo momento, en todo lugar.


martes, 17 de enero de 2017

Marruecos

Y bueno, pintó irse a Marruecos. Pintó nomás.
Pintó, y Marruecos nos pintó la cara. Pláf.


La última noche en Madrid, dejarle los bolsos a alguien, a la mañana temprano devolver el auto en la carrera por llegar bien al aeropuerto, tomar el avión, ver el estrecho de Gibraltar ahí clarito como en los mapas y de pronto, tarán, el modernoso aeropuerto de Marrakech, y un bus que nos deja en la plaza del centro.
Y ahí, todo.
Pero todo.

El olor a bosta y pis de caballo intenso, la gente que mira, los autos que pasan, las bicis, el desorden de cosas que están pasando todas a la vez, las carretas para los turistas, los vendedores, los que te ofrecen taxi, los hombres con trajes largos y capuchas puntiagudas a lo star wars, las mujeres con burka, sin burka, con cara y sin pelo, sin cara, el olor a podrido, tantos olores, y de pronto el mercado de la plaza, puestitos de jugo de naranja, de frutas disecadas, botellitas y colores, el ruido del encantador de cobras y los gritos, mucha gente que se grita o te grita para venderte algo o cobrarte si los mirás o les sacás fotos, se te acercan, algunos con monitos, mujeres que te ofrecen tatuajes de henna, motos, gente que pasa y que corre, y todo. Pero todo.
Ya sólo estando unos momentitos en Marrakech vimos esto, y sentadxs comiendo un almuerzo súper barato en un “snack” frente a la plaza vimos más, por ejemplo un tipo siendo arrestado por policía de civil y mucha gente siguiendo la escena fascinada, viejos con carros vendiendo cosas incomprensibles, gente que se agolpaba a ver una escena en el local de al lado de donde estábamos: después Ger se asomó y vio que había un tipo tirado en el suelo, ¿pero vos decís que está muerto? Y, puede ser, no, pará, tanto no creo. Así nos recibió Marruecos.

imágenes del rey, por todas partes

Charlie en la plaza. Difícil sacar fotos sin que alguien se te enoje, te grite o quiera que le pagues

Y es que visitar un país así, y principalmente una ciudad así, que es como de otro tiempo y otra dimensión u otra cara del mundo tan diferente de la que veníamos acostumbradxs a ver, no creo que sea algo como para procesar y redactar así tan pronto y de una vez, además de que pasan los días rápido y allá no llevamos compu y ni siquiera pude relatar los días previos aún en España, la Alhambra y Almería, Alicante, Valencia, Albarracín. Tanto acumulado, y sé que mañana se vienen nuevas emociones así que prefiero vomitar hoy lo que salga sobre este lugar bizarro y maravilloso del que apenas nos fuimos hace unas horas.

El primer día ya fue increíble, siendo entre testigos y partícipes de las escenas callejeras, descubriendo el hermoso “riad” (así se llaman las casas tradicionales, que hoy en día están en su mayoría convertidas en hostel) en donde nos hospedamos, visitando el Palacio de Bahía y simplemente las calles, callecitas y callejuelas, y plazas con mezquitas, pasando por aromas de putrefacción a especias y perfumes, y escuchando por primera vez un sonido muy particular que volveríamos a escuchar durante toda la semana: el llamado a la oración, siempre a las mismas horas del día. Digamos que todos los sentidos muy despiertos, y sobre todo la atención puesta en no ser atropelladxs por las motitos o bicis que pasan a toda velocidad por los pasajes diminutos. Ala noche la plaza se transformó, con el mismo quilombo pero oscuro con algunas lucecitas, y unos grupos extraños que se formaban alrededor de lo que creímos eran músicos que daban pequeños conciertos, por el sonido de los tambores, pero después descubrimos que además armaban una especie de espectáculo narrado, porque hablaban y cada tanto tocaban, la gente se agolpaba en círculo alrededor y nosotrxs no entendíamos nada.

calles tranquilas

en el Palacio de Bahia




a la noche en la plaza, el tipo ya me estaba diciendo algo por la foto

Y después, el gran viaje: contratamos uno de esos tour que te llevan al desierto, por tres días y dos noches. A las siete y media de la mañana estábamos subidos a una combi en la plaza, saludando a Abdou, nuestro chofer, y a una alemana que nos sacó charla desde el primer momento. Después se fueron sumando dos franceses (uno de ellos de origen marroquí), un holandés y un español. Opiniones y anécdotas varias habría para compartir sobre cada uno de estos personajes, pero para resumir se puede afirmar que fue un lindo grupo, y entre conversaciones en inglés, francés, español, y algo de árabe y berber que Abdou nos intentó enseñar, nos divertimos y nos fue muy bien. Hubo muchas horas de ruta en la combi, con pequeñas paradas para ir al baño o para sacar fotos a algún paisaje en particular. La primera locura fue atravesar las montañas nevadas camino al desierto, pero pronto la sorpresa fue pasando y fueron apareciendo otras novedades, pueblitos en el medio de la nada, gente sola en medio de la nada, cosas extrañas, ruinas. Visitamos también Ait Ben Haddou, que tenía un poco de todo eso: pueblito, gente rara, mucho silencio y vacío, y una parte casi toda de ruinas en donde parece que ya sólo viven cuatro familias, o al menos eso no paraba de decir nuestra especie de guía (el peor guía de la vida, que a duras penas hablaba inglés o francés, y lo poco que decía era de dudosa credibilidad), y en donde la gran historia era que ahí filmaron escenas de Gladiador, de Prince of Persia, Lawrence de Arabia y de Game of Thrones. Pero en fin, un lugar increíble.  



legendaria foto en el viento que nos sacó la alemana


Después dormir en un hotel al que nos llevó Abdou en uno de esos pueblos que ya era más bien una ciudad (si se deja de lado el concepto de ciuda que venimos trayendo de Europa, claro), nada mal, la cama más dura que usamos en nuestra vida, reírnos con el grupo de la sopa que nos sirvieron, rica tajina vegetariana para la alemana y para mí, reírnos más de cómo para todo terminamos pagando. Al otro día de nuevo a la ruta, visitamos un oasis con otro guía, Mourad, esta vez con mucha más onda e información sobre palmeras, naturaleza, costumbres berberes (es que uno piensa árabes, pero en verdad la mayoría del país son berberes que adoptaron el islam), historias, chistes. También nos llevó, en el pueblito al lado del oasis, a visitar la casa de una familia tradicional, en donde nos mostraron un montón de alfombras típicas hechas a mano, nos hablaron sobre eso y, obvio, intentaron hacer algún negocio, que sólo funcionó con la alemana. Después visitamos un cañón enorme que me hizo pensar en Talampaya pero en otra dimensión. Y, finalmente, el desierto: ahí en una puntita del Sahara nos estaban esperando nuestros camellos, mejor dicho, nuestros dromedarios, a quienes montamos en una pequeña expedición hacia una duna gigante bajo la cual estaba nuestro campamento.

foto improvisada de la habitación de hotel

el grupete siguiendo al guía por el oasis

el cañón loco

expedición Sahara




Y en este punto, hay poco que evocar salvo el silencio intranquilo del desierto, perturbado siempre por el sonido de las ráfagas de viento que volaban arena y te pegaban en la cara, el paso extraño de los dromedarios, que son más altos y más incómodos de lo que parece. Hay un detalle que para mí es esencial porque esta historia también es mi vida, y es que justo ese día era, o casi era luna llena y yo había empezado a menstruar, disculpe si este dato incomoda, preciadx lectorx; si es así, primero que no debería, y segundo, imagínese montar sobre la joroba de un animal durante hora y pico con las piernas abiertas intentando que la derecha no se introduzca entre las piernas del de adelante (iban atados en fila, y, además, haciendo sus necesidades visible y olorosamente cada dos por tres), hinchada, buscando no caerse y adaptarse a los movimientos de sube y baja, justo ahí en el primer día. Temía que eso me pasara, por cuestiones de cálculos y fechas, pero finalmente sucedió y creo que fue una experiencia increíble, así que una vez más no lamento, sino que agradezco a mis ciclos.
Anocheció en el desierto y pasó de todo muy tranquilamente: desde jugar al jueguito de las manos que golpean una o dos veces en ronda sobre una mesa, hasta cenar tajina hecha ahí mismo, escuchar y tocar tambores africanos, reír y aprender nuevas palabras en torno a una fogatita pequeña, y la luna ahí brillando, iluminando las dunas infinitas.

los campamentos desde la duna gigante

la luna y el mar de arena


amanece



Creo que no hay tanto que contar después de esto. El día siguiente fue básicamente andar camino atrás en la ruta y muchas horas de combi, llegar a Marrakech, el quilombo otra vez y el riad. Al otro día nos fuimos a Casablanca, en un tren de casi cuatro horas. Habíamos reservado dos noches ahí por airbnb, en lo de una pareja de Senegal, y pronto nos dimos cuenta que podríamos haber pasado sólo una mañana, porque no hay tanto para ver o hacer en la ciudad, más que una mezquita enorme y hermosísima, y el famoso Rick's café, obviamente no el original, que sólo existió en algún estudio allá por Hollywood, aunque un señor marroquí con el que hablamos nos asegurase que ahí habían filmado la película. Pero al final estuvo bien porque tuvimos tiempo de descanso, cenamos dos veces en el mismo restaurant a una cuadra porque era muy bueno y barato, después nos fuimos y constaté que había perdido cien dólares que me quedaban, en algún momento, en algún lugar, me puse mal, Ger me convenció de que no sea boluda, y después de un largo rato se me pasó.

desayuno en la terraza del riad

en la Madraza, o escuela coránica (antigua) en Marrakech, antes de salir para Casablanca

la mezquita de Casablanca, impresionante



en el Rick's Café (adentro no dejaban sacar fotos, pero estaba muy bien ambientado, aunque con precios París)

En Marrakech de vuelta teníamos que encontrar el otro riad, porque para el que habíamos ido antes no había lugar esas fechas, lo cual implicó toda una odisea entre, again, las callejuelas enquilombadas que conocíamos pero que nos volvían a sorprender y a asustar un poco (al menos a mí, y más mientras iba anocheciendo), y que en la última placita de referencia nos llevó a preguntarle a un tipo de ahí (como decían las indicaciones que nos mandaron), quien nos llevó laberínticamente al lugar, seguido por un séquito de otros que le iban gritando cosas, y a quien, obviamente, había que dar una propina (claro que sólo nos quedaban unas monedas, lo cual no le gustó para nada al señor).En fin, cansancio, y la mañana siguiente para pasear un poco más, intentar negociar con los marroquíes para comprar algún souvenir (nos dimos cuenta de que jamás compramos nada en todo el viaje, y por algún motivo decidimos que este era el lugar, aunque por mi parte soy muy mala intentando regatear), intentar ir caminando al aeropuerto que queda cerca, y terminar parando un taxi y preguntarle si acepta los últimos ocho dh que nos quedan (algo así como ochenta centavos de euro) para alcanzarnos esas cuadras que nos quedan, que nos acepte cagándose de risa, al final le pagamos esos ocho y además una lapicera (¿?).

en los jardines de Majorelle, antes de irnos


Todo tan resumido, pero el clima fue así, mezcla de vorágine y paz inmensa espacial desértica, cansancio mental y silencio sublime en la naturaleza, sentir más en la piel y en el alma ese choque eléctrico que es el viaje, el cruce, el atravesar de un lado a otro un mar y una idea y una imagen de mundo, una capucha de prejuicios y conceptos y sensaciones que creemos estar seguros de tener, pero de pronto no lo estamos.
Eso.