Nunca nada
tan mío como este blog, que se especializa en subidas y bajadas, idas y
venidas, vacaciones que no son vacaciones, viajes que empiezan a viajarse –como
todos- antes de ser viajados.
Nunca nada
tan mío. ¿Será por eso que vengo a mojar las patitas de a poco por acá, a ir
abriendo las puertas para que se ventile este cuarto que, aunque cerrado, jamás fue olvidado?
¿Y qué voy
a contar? ¿Cuento lo que me da miedo decir, porque aún no sé si se podrá
materializar? Again: viajes que se viajan antes de ser viajados.
Hace tiempo
quiero ir a Canadá. Aún no termino de comprender los orígenes de ese deseo. En
febrero armé un dossier que envié con todo mi amor a ese Norte del misterio,
entregada con el corazón. En octubre, en un mundo muy distinto al de ese
febrero, me llega un mail: “votre candidature a été selectionnée”, te damos la
beca en el medio de una pandemia, vos fíjate cómo hacer. En el medio, mi
profesor de contacto en la universidad de allá ya me había anunciado que se
suspendían los intercambios, mi pequeña fueguito esperanza ya se había apagado,
y Germán, luego de años de negación, había aparecido un día en casa con una
gatita bebé.
Tundra.
Y es que no
se me ocurre otra manera de que sucedan las cosas: así, perfecta, maravillosa, impredeciblemente.
Al principio
no lo quise creer. Ni la gatita, ni la noticia de la beca que llegó una semana
después.
Después me
convencí.
Un día
hablé por teléfono con una señora de la universidad de allá, que me propuso
ayudarme con los papeles, porque todo es virtual, y porque la burocracia canadiense
es otro de esos misterios que jamás voy a descifrar. Un laberinto construido
por duendes malvados. Fuimos avanzando en distintos pasos hasta que, en un momento,
hizo una pausa y me empezó a hablar de algo que yo no entendía (pero ¿por qué
iba a entender, si no entendía nada, porque no me hablaba ni en francés, ni en
inglés, sino en la lengua de los trámites imposibles?): “el Centro de Colecta
de datos biométricos está cerrado en Argentina”, me dice. Sin los datos
biométricos, no se puede avanzar en el trámite, y por la pandemia, ese centro
estaba cerrado. El más cercano abierto estaba en Ecuador. “Entonces, ¿eso puede
trabar todo?”, “Lamentablemente sí”.
La señora
me dio en ese momento dos opciones: o bien laisser tomber (dejar ir, ciao, a
otra cosa mariposa), o bien empezar los trámites igual, pagarlos de mi
bolsillo, y cruzar los dedos para que el Centro abriera en las próximas
semanas, lo cual era una posibilidad. Y como todo es una cuestión de fe, por
supuesto, me decidí por la segunda.
Y dedicarme
a entrar sistemáticamente todos los días a la página del bendito Centro a ver
si abrían.
Hasta que
abrieron.
Pero antes
de abrir, como la vida misma, decidieron jugar con mis sentimientos: decirme
que no, que sí, darme un turno equivocado para un día feriado, anunciarme que
ya no había más turnos, responderme cosas confusas e incoherentes, hacerme
gritarle a un pobre supervisor de un call center mexicano. La vida, el 2020, el
universo, la suerte, algo hace que las cosas no sean nada fáciles por estos
momentos.
Así que
conseguí un turno para el 29 de diciembre. Nada me asegura que los trámites
lleguen a tiempo: aún no sé cuánto tiempo tardan los papeles después de la
pasada por ese Centro, y la fecha límite de llegada a la universidad es el 1ero
de marzo, pero como tengo que hacer 14 días de cuarentena aislada al llegar, mi
fecha límite para salir del país se convierte en algo así como el 13 de
febrero, con lo cual los tiempos se acortan y todo sigue siendo incierto.
El 29 de
diciembre. Se me activa la red de la vida cuando pienso que un lunes 28 de
diciembre de hace 5 años estaba en la Embajada de Francia pidiendo una visa
para el que fue nuestro gran viaje. Y que un año atrás de eso, algo así como un
30 de diciembre de 2014, estaba en el Institut Français dejando un dossier para
una beca que no fue aceptada, justo un día después de una “primera cita” con
Germán. Si todo es una cuestión de fe… Elijo confiar en estos pequeños
mensajitos del calendario.
Y que la
trama se siga tejiendo como viene, así, con la libertad de ir y venir, pero
siempre llegar en el momento justo.