domingo, 28 de agosto de 2022

Querida Anita:


Encontré una carta que le escribí a una amiga cuando no vivíamos en ningún lugar. Parece que jamás se la mandé, pero ya se sabe que el correo llega cuando tiene que llegar. Y ahora, de entre una maraña de papeles viejos, me llegó a mí. “A veces, para no estar tan perdida, escribir ayuda”, dice. “Las palabras pueden ser raíz, ojalá lo sean esta vez, porque me siento como en el aire”. Justo.

 

En menos de dos semanas nos vamos a vivir a Montreal.

En todos estos meses, la incertidumbre se mezcló con el duelo y el miedo y la ansiedad y una oscuridad que para mí era desconocida, y ahora todo es algo desconocido, pero le da paso a una alegría soleada que me hace estar volviendo a mí, a este lugar que son las palabras. Por eso llegó la carta que una vez escribí en Fougax et barrineuf: “A lo largo de estos meses, se me fue apareciendo mi vida, o el pasado, mi historia, en escenas clarísimas y siempre distintas, que a la distancia se ven mucho mejor. Todo se está removiendo y eso me hace también más sensible, y a veces hasta se me mezclan los tiempos”. Como si esa parte del espíritu que por algún misterioso motivo parece no tener edad, se hubiese conectado con la Anita de hoy que llora y ríe mientras elige cuáles son los poquísimos invaluables tesoros que podrá llevar consigo a Canadá, los que entrarán en dos cajitas para dejar en La Plata, y los que se van con la inmensa marea que hay que tirar. Vaciar mi departamento y también el departamento de papá, recorrer una vida entera que se abre por fin después de tanto encierro, acariciar a la niña y a la adolescente en sus objetos y dibujos para dejar ir todo y entender qué es lo que se queda conmigo cuando lo material se va. Abrazar a la niña Anita y abrazar a papá: hola, chau, hola, chau. Algo de la muerte que ya no me da miedo. “Todo se está removiendo”.

 

Sí, nos vamos a vivir a Montreal, esta vez siento cosquillitas y una confianza ciega que es fe total en lo que sea que se venga. Recorro mis primeros cuadernos de francés, recorro los papeles de cuando daba el taller de fotografía, recorro algo invisible que me habla sobre quién soy y siento que esto se parece mucho al momento de cumplir un sueño. De hacer algo real. De crear. Otra vez la aventura, como aquella vez (“En estos días recordé que en este viaje había para mí una búsqueda de expansión”), pero mejor, porque en la parte del espíritu que sí tiene edad, alguien parece estar más sabia y más vieja. Aunque antes ya lo sabía: “Seguramente en un tiempo me de cuenta de todo lo que aprendí”.

 

Empezar el viaje vaciando tantos lugares es darle muchísimo espacio a lo que vendrá, una cosecha de semillas que vengo sembrando desde hace años. Es ir con calma y con muchísimo amor a buscar la respuesta para Anita del 2016 en Fougax et barrineuf: “A veces (todavía) me sigo preguntando qué hago acá y para qué me vine tan lejos”.

Y esperar que las cartas sigan llegando. O las postales, porque seguimos toujours en vacances.