jueves, 1 de junio de 2023

Torontodo lo que esperaba de ti

Musicaliza hoy: https://www.youtube.com/watch?v=SZkR3PyHTs0 

Bueno. Parece que la costumbre ahora es escribir desde un tren volviendo de un congreso en otra ciudad.

La otra vez volvía de Quebec, que era un poco como seguir estando en casa. Ahora me tocó Toronto (repetir “tocó Toronto” varias veces a ver qué ritmo sale), otra provincia, la “gran ciudad” más gran ciudad que Montreal. A decir verdad, no tenía mucha expectativa de turistear, pero por algún motivo desconocido, aunque el congreso empezaba el lunes, me saqué un pasaje para el sábado (tempranísimo) a la mañana. Para variar un poco con la locura, voy a intentar volver a la intención de relato lineal que este blog alguna vez vio pasar.

El tren a Toronto fue más o menos agradable, sobre todo porque me hice una especie de amiguita que viajaba en el asiento de al lado e iba al mismo congreso (era un congreso enorme, de la Federación de Ciencias Humanas y Sociales, que reunía congresos de muchas asociaciones de Canadá). En realidad, me ilusioné con que iba a ser mi amiguita porque creo que le di pena porque estaba muy sola y me ofreció escribirnos durante el congreso para hacer algo juntas, pero le di mi número y después no supe nada más. Ahora que lo pienso, puede ser que lo haya escrito mal, porque estaba tan en cualquiera antes de bajar del tren, que me olvidé la campera. Adiós campera, recordaré tu hermosa textura de corderoy comprada en una feria en 2021 en Sherbrooke. Quizás mi inconsciente estaba tan conectado con el universo que sabía que se venía una ola de calor insoportable y que no la iba a necesitar.

Entonces llegué, y tenía un día en Toronto propiamente dicho antes de ir al campus de la universidad York, en donde me iba a quedar por varios días, que queda bastante lejos de la ciudad. Como me había quedado una noche suelta, tuve el honor de ser alojada en el hermoso barrio de Roncesvalle por les padres de mi amiga Izzy, que es de ahí pero vive en Montreal. La verdad es que debería haberme quedado ahí por toda mi estadía, en una casa enorme, hermosa, bien decorada, de psicólogues judíes canadienses relajades cuyo pasto sintético en el porsche de la entrada “is supposed to be ironic, right?”. Así que desde ese ambiente chill me fui a pasear un poco, pero ya se sabe que las aventuras nunca tardan en llegar: caminando muy inocentemente por la orilla del lago Ontario, de pronto sentí que alguien me agarraba la cabeza y me la quería revolver toda de una manera extraña y muy, muy repentina. Ese alguien era un pájaro (o una pájara?) cuidando su nido, agarrándome desprevenida en mi invasión inconsciente, atacándome para decirme hey, no podés estar acá. Ok señore pajarete. Entiendo su violencia y efectivamente me voy a alejar. E intentaré, juro que intentaré, no usar este episodio como excusa de mi problema con las aves, del que todo el mundo se ríe porque “no te hacen nada”. Mirá lo mansitas que son, eh. Mirá.


por ahí me atacó el ave feroz

En fin, atacada y todo me fui a tomar un bus bajo el rayo del sol que empezaba a picar, y por sugestión de mi amiga me dirigí al Kingston market, un par de cuadras que no sé cómo describir más que como un paraíso hípster, mezcla de comida instagrameable y cosas vintage lleno de turistas. Decidí alejarme un poco mientras me tomaba un heladito, para conocer el campus de la universidad de Toronto, hermoso, que me refrescó un poco con todas sus flores, su onda castillil y su verdura. Me comí una pizzita, y a descansar.

la ironía del fake grass

iglesia friendly

la onda castillil con un toque conil 

hipster paradise en Kingston market

¿?

perrito vende cannabis

Al otro día, después de una charla de una hora con Dan, en donde prácticamente le fui traduciendo toda mi ponencia y además le conté la mitad de mi vida (y fui interrogada sobre la de su hija), me metí de nuevo al subte para viajar casi una hora hasta el campus, en donde había reservado una habitación de una de las residencias para quedarme durante todo el congreso. Cuando llegué me sentí muy cool haciendo el check-in y después recibiendo mi badge y mis cositas congresistas, pero ese sentimiento me duró muy poco: cuando llegué a mi habitación, descubrí que era una cosita mínima, insoportablemente calurosa (le daba el sol toda la tarde y la ventana era muy chica para ventilar), con baño compartido con todo el piso y de dudosa higiene, si puedo agregar. Empecé a extrañar la casa de la familia de Izzy y además a extrañar en general, porque todavía estaba muy sola.

en el campus

mi cena solitaria (es de día como hasta las 9 y pico, pero igual cené en horario canadiense architemprano)

cosas que una encuentra en los pasillos de una residencia 

Y después vinieron los tres días del congreso. Como suele pasar: intenso, quemador de coco, obligación de socializar, hacer el “résautage” como le llaman acá. Pero yo estoy acá hace pocos meses y ya conozco bastante gente de mis “disciplinas”, y no tenía tantas ganas de socializar todavía más. Hacía mucho calor. Qué se yo. Igual socialicé, profesional y no profesionalmente, tanto que terminé yendo medio improvisadamente al “banquete” organizado por la asociación (canadiense de traductología), medio sin entender si me iban a “becar” o no la cena que terminó siendo devastadoramente cara para lo pobre que era en sustancia. Nos reímos con mis compañeres de mesa imaginando que el postre iba a ser gelatina. Terminé pagando enojada y exhausta después de un día en el que había presentado mi ponencia y moderado un panel y escuchado muchas ponencias más y solo quería irme a dormir y no tener que hablar con nadie más.

El problema era la incomodidad a la que tenía que volver, en la residencia, en donde encima de todo, en las últimas dos noches el señor de la habitación de al lado (un viejito misterioso) se puso a escuchar una ópera a todo lo que da. La verdad es que he tenido que enfrentarme a vecines jóvenes poniendo música electrónica a altas horas de la noche en Argentina, pero este nuevo panorama no lo pude manejar, era tan desesperante como desopilante, así que entre los vibratos y las sopranos y el calor inmundo que no bajaba, no sabía si reír o llorar.

la estación metadiscursiva de tren en Toronto, que te muestra con una foto gigante el lugar exacto en el que estás (¿?)

¿Qué aprendí de todo esto? Bueno, algunas cosas sobre traductología, y que la próxima vez tengo que pedir más financiamiento y dormir en un buen lugar. I’m too old for this shit. También aprendí que  Toronto está lleno de italianes (otra opción es que a mí me persigan les italianes porque nos atraemos y eso ya se sabe, obvio que mi compañero fiel de todos los días del congreso era italiano), que la persona de la voz de los nombres de las paradas del subte de Toronto estaba triste o tenía muy pocas ganas de grabar ese día. Y, al estar lejos de casa e ir para todos lados con un cartelito con mi nombre y el nombre de mi universidad, aprendí que sí, que ya lo siento de esa manera, que aunque no deje de recordarle a la gente que vengo de Argentina, mi casa ahora es Montréal.