Musicaliza hoy: https://www.youtube.com/watch?v=SZkR3PyHTs0
Bueno. Parece que la costumbre
ahora es escribir desde un tren volviendo de un congreso en otra ciudad.
La otra vez volvía de Quebec, que
era un poco como seguir estando en casa. Ahora me tocó Toronto (repetir “tocó
Toronto” varias veces a ver qué ritmo sale), otra provincia, la “gran ciudad”
más gran ciudad que Montreal. A decir verdad, no tenía mucha expectativa de
turistear, pero por algún motivo desconocido, aunque el congreso empezaba el
lunes, me saqué un pasaje para el sábado (tempranísimo) a la mañana. Para
variar un poco con la locura, voy a intentar volver a la intención de relato
lineal que este blog alguna vez vio pasar.
El tren a Toronto fue más o menos
agradable, sobre todo porque me hice una especie de amiguita que viajaba en el
asiento de al lado e iba al mismo congreso (era un congreso enorme, de la
Federación de Ciencias Humanas y Sociales, que reunía congresos de muchas
asociaciones de Canadá). En realidad, me ilusioné con que iba a ser mi amiguita
porque creo que le di pena porque estaba muy sola y me ofreció escribirnos
durante el congreso para hacer algo juntas, pero le di mi número y después no
supe nada más. Ahora que lo pienso, puede ser que lo haya escrito mal, porque
estaba tan en cualquiera antes de bajar del tren, que me olvidé la campera.
Adiós campera, recordaré tu hermosa textura de corderoy comprada en una feria
en 2021 en Sherbrooke. Quizás mi inconsciente estaba tan conectado con el
universo que sabía que se venía una ola de calor insoportable y que no la iba a
necesitar.
Entonces llegué, y tenía un día
en Toronto propiamente dicho antes de ir al campus de la universidad York, en
donde me iba a quedar por varios días, que queda bastante lejos de la ciudad.
Como me había quedado una noche suelta, tuve el honor de ser alojada en el
hermoso barrio de Roncesvalle por les padres de mi amiga Izzy, que es de ahí
pero vive en Montreal. La verdad es que debería haberme quedado ahí por toda mi
estadía, en una casa enorme, hermosa, bien decorada, de psicólogues judíes
canadienses relajades cuyo pasto sintético en el porsche de la entrada “is
supposed to be ironic, right?”. Así que desde ese ambiente chill me fui a
pasear un poco, pero ya se sabe que las aventuras nunca tardan en llegar:
caminando muy inocentemente por la orilla del lago Ontario, de pronto sentí que
alguien me agarraba la cabeza y me la quería revolver toda de una manera
extraña y muy, muy repentina. Ese alguien era un pájaro (o una pájara?)
cuidando su nido, agarrándome desprevenida en mi invasión inconsciente, atacándome
para decirme hey, no podés estar acá. Ok señore pajarete. Entiendo su violencia
y efectivamente me voy a alejar. E intentaré, juro que intentaré, no usar este
episodio como excusa de mi problema con las aves, del que todo el mundo se ríe
porque “no te hacen nada”. Mirá lo mansitas que son, eh. Mirá.
En fin, atacada y todo me fui a
tomar un bus bajo el rayo del sol que empezaba a picar, y por sugestión de mi
amiga me dirigí al Kingston market, un par de cuadras que no sé cómo describir
más que como un paraíso hípster, mezcla de comida instagrameable y cosas
vintage lleno de turistas. Decidí alejarme un poco mientras me tomaba un
heladito, para conocer el campus de la universidad de Toronto, hermoso, que me
refrescó un poco con todas sus flores, su onda castillil y su verdura. Me comí
una pizzita, y a descansar.
Al otro día, después de una
charla de una hora con Dan, en donde prácticamente le fui traduciendo toda mi
ponencia y además le conté la mitad de mi vida (y fui interrogada sobre la de
su hija), me metí de nuevo al subte para viajar casi una hora hasta el campus,
en donde había reservado una habitación de una de las residencias para quedarme
durante todo el congreso. Cuando llegué me sentí muy cool haciendo el check-in
y después recibiendo mi badge y mis cositas congresistas, pero ese sentimiento
me duró muy poco: cuando llegué a mi habitación, descubrí que era una cosita
mínima, insoportablemente calurosa (le daba el sol toda la tarde y la ventana
era muy chica para ventilar), con baño compartido con todo el piso y de dudosa
higiene, si puedo agregar. Empecé a extrañar la casa de la familia de Izzy y
además a extrañar en general, porque todavía estaba muy sola.
Y después vinieron los tres días
del congreso. Como suele pasar: intenso, quemador de coco, obligación de
socializar, hacer el “résautage” como le llaman acá. Pero yo estoy acá hace
pocos meses y ya conozco bastante gente de mis “disciplinas”, y no tenía tantas
ganas de socializar todavía más. Hacía mucho calor. Qué se yo. Igual socialicé,
profesional y no profesionalmente, tanto que terminé yendo medio
improvisadamente al “banquete” organizado por la asociación (canadiense de
traductología), medio sin entender si me iban a “becar” o no la cena que
terminó siendo devastadoramente cara para lo pobre que era en sustancia. Nos
reímos con mis compañeres de mesa imaginando que el postre iba a ser gelatina.
Terminé pagando enojada y exhausta después de un día en el que había presentado
mi ponencia y moderado un panel y escuchado muchas ponencias más y solo quería
irme a dormir y no tener que hablar con nadie más.
El problema era la incomodidad a
la que tenía que volver, en la residencia, en donde encima de todo, en las
últimas dos noches el señor de la habitación de al lado (un viejito misterioso)
se puso a escuchar una ópera a todo lo que da. La verdad es que he tenido que
enfrentarme a vecines jóvenes poniendo música electrónica a altas horas de la
noche en Argentina, pero este nuevo panorama no lo pude manejar, era tan
desesperante como desopilante, así que entre los vibratos y las sopranos y el
calor inmundo que no bajaba, no sabía si reír o llorar.
¿Qué aprendí de todo esto? Bueno,
algunas cosas sobre traductología, y que la próxima vez tengo que pedir más
financiamiento y dormir en un buen lugar. I’m too old for this shit. También
aprendí que Toronto está lleno de
italianes (otra opción es que a mí me persigan les italianes porque nos
atraemos y eso ya se sabe, obvio que mi compañero fiel de todos los días del
congreso era italiano), que la persona de la voz de los nombres de las paradas
del subte de Toronto estaba triste o tenía muy pocas ganas de grabar ese día.
Y, al estar lejos de casa e ir para todos lados con un cartelito con mi nombre
y el nombre de mi universidad, aprendí que sí, que ya lo siento de esa manera,
que aunque no deje de recordarle a la gente que vengo de Argentina, mi casa
ahora es Montréal.