So: ¿En qué nos
quedamos?
No es que me falte
tanto el tiempo, sino sobre todo que me falta internet para poder
actualizar seguido el recorrido que van teniendo mis días.
Creo que me quejé
mucho últimamente (a propósito de la complejidad de los trámites,
de la dificultad para instalarnos, del no existir si no tenemos
cuenta bancaria, domicilio y teléfono, del pésimo wi fi que hay en
todos lados), así que hoy quiero escribir sobre cosas buenas.
Agradables, al menos, como el solcito que pega hoy de a ratos en el
camino entre la recepción del camping y mi casa.
Empecé a trabajar
de algo que nunca había hecho antes, en un lugar nuevo, con gente
nueva, idiomas nuevos, y todo un mundo nuevo del cual creo sólo
estar viendo un pequeñísimo extremo, por ahora. Estar en la
recepción del camping no se trata de recibir a la gente y nada más:
tengo que conocer todos los servicios y tarifas, impuestos,
excepciones, reglas; tengo que aprender a usar el software que se usa
para manejar absolutamente todo, facturar, y además poder explicar
cada cosa en francés, español, inglés salido de
no-sé-qué-rincón-oscuro-de-mi-mente e idiomas diversos que pronto
van a empezar a salir de ese mismo rincón en el que guardamos
sabiduría ancestral, o algo así, supongo. Para practicar algo de
inglés, por 5 euritos me conseguí Slaughter-house five, de
Vonnegut. ¡Ah! Y además, acostumbrarme al teclado en francés, lo
cual no es nada fácil, sobre todo cuando después vuelvo y escribo
en mi compu de nuevo con el de siempre...
Lo bueno (¡al fin
llegó esta parte!) además de que estoy ocupada, tengo trabajo y
casa, es que la gente es súper amable, mis compañeras y compañero
de trabajo muy buena onda, respondiendo todo el tiempo a mis
preguntas. Y ya tengo un uniforme, súper ñoño.
Así que voy a estar
acá, se supone, hasta fines de Agosto, y recién ahí podré
despegar para lugares más lejanos. Mientras tanto, en mi único
franco semanal, recorreré lo que pueda de la gran ciudad que tengo a
mi alcance a más o menos 50 minutos, dependiendo del transporte
público (léase París). So it goes. Ya iré contando anécdotas
divertidas sobre clientes locos, o encuentros afortunados. Por lo
pronto, una pareja de uruguayos que, mate en mano, ya me invitaron a
comer un asado (¡llevo mis verduritas!) en Punta del Este, previo
intercambio de mails, obvio.
Y como toda historia
sin un mínimo conflicto es aburrida por naturaleza, quiero contar
que, efectivamente, por alguna razón me costó llamarle “casa” a
mi mobil-home (¡hasta que me di cuenta que era mobil home y no
“mobilum”!!!). Sin dar demasiado detalle, la secuencia fue así:
llegué, viví sola 4 días, y al 5to (me habían dicho que recién
en mayo iba a suceder) llegó mi coloc (co-locataire), mi compañera
de casa, una mujer búlgara que empezó a trabajar en el servicio de
limpieza, también buena onda y con quien, entre señas y algo de
francés, nos fuimos entendiendo. Día 7 a la noche, o sea ayer:
descubrimos con Ger, que vino a visitarme, que la madera del piso de
mi pieza (al lado de la salle de bains, en la cual la ducha nunca
cierra bien y se moja todo el baño) estaba completamente podrida, y
una de las patas de la cama hizo un agujero en el piso. Juro que no
hicimos nada raro, por favor no deje volar demasiado su imaginación,
pervertido lector. So: hoy me mudo nuevamente, y... Continuará.
PD: en este país no
existe el bidet.
acá tampoco hay bidet y me acuerdo perfecto en que miré a pablo profundamente a los ojos y le dije "totó, en canadá no hay bidet" (unos meses antes de venirnos) y el me contestó que venía pensando en eso desde hacía un tiempo. JAJA. aguante japón, ves.
ResponderEliminary a esto le llaman primer mundo. qué va a ser...