Llega un momento, y
creo que va a llegar el mismo muchas veces, en que me suena y me
resuena la pregunta de la que tanto me quejé antes de venir: ¿Qué
hacés acá?
Estoy cruzando un
puente que pasa por sobre el Sena. No se imaginen un Pont des arts o
un Pont Neuf pintoresco como los de París intramuros: estoy cruzando
de banlieue a banlieue, de las afueras, a las afueras un poquito más
adentro. Estoy cruzando el puente enorme, ancho, en el cielo atardece
y es esa hora en la que no veo nada, y en la que empiezo a tener
miedo cuando estoy lejos de casa. ¿Qué es, ahora, lejos de casa?.
Se ven todavía edificios y luces a lo lejos, los autos me pasan por
al lado, voy por el puente mirando al río. Termino de cruzar y me
separo de la ruta, sigo un caminito que dobla a un lado, bajo unas
escaleras, dejo de ver el río y estoy de nuevo al lado de los autos:
era un atajo. Camino y tengo en el pecho un vacío que es como si
pendiera de un hilo en el aire, algo flota en mí como un globo. Unos
metros más y es el camping.
Acá vivo, acá es
mi casa, ¿acá es mi casa? Quedan los signos de pregunta. Acá
trabajo, ¿acá trabajo? Parece, dentro de poco. Camino antes que
termine de caer la noche, con mi bolsa del supermercado en el que
compré cosas ridículas (no falta la nutella barata). Encuentro, al
fin, mi casita. Es un ¿trailer?, un mobilum, chiquito pero no tanto,
extraño, todo muy extraño. Parece que acá voy a vivir, y de pronto
estoy muy sola. Silencio, se escuchan los autos que pasan por la ruta
al costado.
Claro que tengo
miedo. Quiero llorar y patalear como una bebita. Estoy a hora y media
del centro de París (si contamos las veces que me pierdo en la
estación en la que cambio de subte a tren), viviendo en este lugar
rarísimo, que me gusta y a la vez no, por algo muy muy simple: no me
pude traer a todas las personas que amo conmigo, pero a la única que
sí pude, mi compañero de viaje y de vida, ahora resulta que también
está lejos.
Y yo estoy llena,
llenísima de preguntas.
Lo bueno es que, con
paciencia, llegan las pequeñas respuestas.
Quisiera ser esa madre inteligente y sabia, que tiene la palabra justa, el consejo pertinente, el oído al lado del corazón tan bien ubicado, que lo que le sale por la boca, es pura caricia, puro bálsamo, para el momento en que una hija, digamos, no se siente del todo bien...Pero no lo soy. Soy una madre que lee que su hija dice que quiere llorar y patalear como una bebita, y se me aparecen imágenes de esa bebita llorando y pataleando y haciendo muchas cosas más, como por ejemplo, comerse una bolsa entera de caramelos sugus masticables en menos de diez minutos...una bebita, una nenita dulce, dulcísima( por cierto con tanto caramelo...!!!) de la cual su maestra jardinera se preguntaba si no era muda realmente, porque no hablaba...una bebita que un día fue rasguñada por un compañerito del jardín, cuya madre, también maestra jardinera, argumentó casi con decisión jurídica, que era la manera de demostrar cariño de su querido angelito...En fin, hija mía, trato de hacerte reír con estos recuerdos, trato de acompañarte desde la palabra, que se hace acción, se hace fuerza, siempre que la quieras tener cerca de vos. Paciencia es todo, dice Rilke en Cartas a un joven poeta. Todo llega, pero en la espera, hay que nutrirse de todo lo bueno que hay alrededor. Aunque sea poco, pero si mirás bien, y si mirás dentro tuyo, hay, hay, hay un montón. Your home is also our heart, my heart...
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