lunes, 14 de marzo de 2016

Primeras veces

Algo que me pasa en estos días, cuando camino por la calle y se me hielan las manos del frío, o a la noche, sí, mejor a la noche, cuando me voy a acostar cansada y me tapo con un acolchado gigante, o quizás al despertarme con esa extrañísima luz de una mañana distinta... Es que se me asoma por dentro una sensación de primera vez. Como de nuevo y fresco. Limpito. No sé, de primera vez, ¿se entenderá si lo digo así?

Por ahí es el clima, como si se me hubiese venido encima el invierno parisino y me hubiese agarrado adelantada la emoción del otoño que no llegué a empezar en Argentina. Siempre me emociono cuando llega el otoño: me gusta ponerme los primeros abrigos, sentir los primeros frescos, caminar con el viento, las hojitas. Lo que le gusta a todos los amantes del otoño.
Pero por ahí es nada más que me gustan esas cosas cuando recién llegan y empiezan a pasar. Cuando son sensaciones conocidas, y a la vez nuevas... Nuevas. Eso pensaba en estos días.

No es mi primera vez en París, pero, al mismo tiempo, es la primera vez que hago lo que estoy haciendo (a propósito, ¿qué estabas haciendo, pibita?). Es la primera vez que hago lo que siempre quise, y lo hago por completo. ¿Seguirá siendo la primera vez en cada momento, con cada movimiento y con cada cambio?


¿Seguiré teniendo esta sensación de miedito y de inmensa alegría todo el tiempo?  




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