martes, 1 de noviembre de 2016

Liguria: siamo benvenutti all'Italia!

anochecer en Manarola

 Si soy completamente sincera (cosa que me permito de vez en cuando ante las dos o tres fieles seguidoras de este blog), nunca había tenido mucha expectativa con respecto a Italia. No era, digamos, un país que ocupara mis pensamientos o proyecciones, ni idea por qué, quizás estaba demasiado ocupada con esos galos que siguen sin llegar a justificar mi famosa obsesión. Qué ingenua.

Otra vez fue un alivio salir de la France, tampoco puedo explicar bien esa sensación, simplemente empezar a escuchar el italiano por todas partes fue increíble, además de sentir el sol, la calidez, la belleza de los lugares, los precios de la pizza... Acá vamos viajando con Pau que, por sus orígenes italianos, conoce bastante el país y la lengua (en cuya práctica he progresado ampliamente, modestia aparte), y nos señaló algunos lugares que teníamos que visitar y que realmente valieron la pena. A pesar de los mareos constantes que me produjo la ruta de montaña, el ajetreo de estar cambiando constantemente de lugar, el estrés de andar buscando reservas inmediatas de airbnb con dos horas de antelación algunas tardecitas de cansancio, y el dolor de cabeza de saber a papá ya de vuelta pero por unos días internado con problemas de salud, podemos decir que Liguria fue una puerta de bienvenida hermosa a este bellissimo país, y que todo el recorrido viene valiendo la pena.  

Génova nos recibió amable y hermosa, no estaba Cristóbal Colón para atendernos pero igual pudimos empezar a conocer las callecitas italianas, las iglesias que empezaban a ser más coloridas y rayadas, y confirmar al cien por ciento algo que ya se sabe: que en Italia re sale tener una moto, las hay por doquier, de todos los tipos y tamaños, y la gente parece feliz de tenerlas, a lo Nanni Moretti (que amamos con pasión) en Caro Diario.




Pero lo más hermoso del mundo (a veces hay que exagerar) fue conocer algunos pequeños pueblitos costeros, otra vez en la dupla que a los argentinos nos sigue haciendo flashar: montañas y mar, en un conjunto maravilloso que además se puebla de casitas de colores, fuertes antiguos, barquitos pesqueros... Y turistas, como en todos lados. De eso no se puede escapar. Me refiero, en orden de llegada, a Portofino, Santa Margherita Ligure, luego el recorrido de cinco pueblitos conocido como Cinque Terre, las cinco tierras, uno más bello que el otro, y para finalizar el golfo de La Spezia, con Portovenere como punto final. El sol nos siguió a todas partes, la pizza y la pasta también, quizás alguna que otra focaccia (todo buenísimo, ya se sabe, y es que encima ¡cómo come esta gente, que en un menú de un restaurant habrá antipasti, primer plato, segundo plato, dolce y café!). El mar mediterráneo, verde y transparente a la vez, con pececitos, siempre ahí en el fondo, a veces un atardecer y un castillo, o una basílica, o yo qué sé. Y lxs italianxs que hablan tanto y tan lindo, y la señora Anna que nos recibió dos veces (una noche de reserva inmediata por airbnb, la otra directamente en bolas luego de que nos cancelen dos alojamientos, nos volvió a alojar en otra casita que era prácticamente una parte de su casa, despidiéndonos con un tarro de salsa de pomodori y otro de mermelada casera en mano), y sí, vamos, que al final este era un re lugar. Claro que lo digo en rol de turista, y no conozco la “verdadera realidad”, pero sí se aprecia (y se agradece), en un vistazo quizás, la amabilidad de estas tierras pobladas, como dijo la señora, por “gente perbene”, lo que alguna vecina de Almagro llamaría “gente de bien”: qué será, todavía no sabría decirlo, pero pronto podremos averiguar.


Monterosso al mare


Portofino


un día nos sorprendieron los peces girando de a mil 

Corniglia (¿o Vernazza?)


Manarola


Riomaggiore


No hay comentarios:

Publicar un comentario