domingo, 27 de noviembre de 2016

Enfance (en France), y el inconsciente a flor de piel

Como siempre, escribir en el bus trae inspiraciones insólitas.

En estos meses de viaje, fui teniendo apariciones que podrían nombrarse no como recuerdos, sino como conexiones de líneas y dimensiones espacio-temporales. Como Billy Pilgrim, pude volver unos meses atrás, y también muchos años. Me encontré un día, por ejemplo, recorriendo el departamento de mis abuelos exactamente como era cuando ellos vivían ahí, antes que nos mudemos con mis viejos y mi hermano, habitación por habitación, objeto por objeto, cuadro por cuadro. Pedí ayuda un día antes de dormir, era luna llena, y en sueños se me concedió, con la claridad con que se nombran traumas de un pasado no tan remoto. En estos meses de viaje, hubo un  camino que me llevó por lugares extraños.

Pasamos una semana diferente en lugares remotos del sur de Francia, por ahí cerca de los pirineos, rodeadxs de naturaleza y de montañas. Y de infancia. Fuimos a visitar a Juli, a quien conocía del bachi (“el bachi”, que aún años después, sigue sin ser simplemente una escuela), que hasta hace unos meses vivía en una yurta en una comunidad en Corsavy, en la montaña, con su esposo y su hijito de dos años Luam, y que por el momento está viviendo en un departamento en un pueblito que se llama Arles-sur-Tech. En dos o tres días, nos alimentamos de amor, de juegos y de comida rica y nutritiva; charlamos entre mates y alfajores (¡cliché!) sobre el bachi y los viajes, descansamos mucho, nos sentimos en famila, conocimos adultos y niñxs que viven, como algunxs le llaman acá, de manera “alternativa”.
Y después nos fuimos directamente a la montaña. A visitar a Célia, Denis y su bebé de un año, Ethan, que crece rodeado de amor, de árboles y caricias en una hermosa casita. En la Selva Mágica. A Célia la conocí hace varios años, en La Plata, en momentos de apertura y crecimiento que volvieron a mí este junio en Bois de Boulogne. Nos dejamos empapar por la inquietud del bosque, porque nosotrxs la trajimos, e intentamos adaptarnos al ritmo de esa casa en la que todos éramos llevados por un oleaje místico de un bebé y el tiempo. Un día salimos a visitar castillos, pero ni el otoño con sus hojitas amarillas, ni la ciudad, ni la ruta, pudieron sacarnos de encima esa magia extraña. Ese día me enojé, y en el grito y el llanto vinieron revelaciones internas.

Todo remueve en mí piezas oscuras y mezclas de cosas que quizás pasaron, con viejas proyecciones a un futuro que quedó creado en alguna parte.
Ahora no tenemos ningún plan, el camino lo vamos haciendo, y me siento tan en el aire que a veces me quedo encerrada en pensamientos. Cómo cambian los viajes (y sin embargo, siempre supimos que viajábamos en el tiempo). Por suerte ayer hablé con Li, que me dijo eso: “¡cómo estás, Ani, tenés el inconsciente a flor de piel!”, y me cayó la ficha de que también el viaje es por ahí, de que aún puedo rescatarme del estancamiento, de que, a pesar de extrañar tanto, vale la pena estar acá viviendo y aprendiendo tanto sin darnos cuenta.



1 comentario:

  1. Viajar, movimiento humano por excelencia, si los hay. Tal vez nacimos viajando, tal vez el ser humano necesito viajar para después elegir, decidir donde asentarse o donde no hacerlo nunca. Pero el viaje,ese que todos, absolutamente todos hacemos, es el viaje interior( me suena agujero, aujero interior, viste?!)No hay quien zafe de meterse dentro de ese inconsciente, en sueños o despierto, y se toque las entrañas por un rato...Vos, hija mía, estás conjugando los dos. Los tres, viajás por el espacio externo, el interno y por el tiempo. Lo que contaste, de ese recorrido por la casa de tus abuelos, que fue la nuesta, que hoy habita papá, es muy fuerte...Lo único que te pido, es que la mochila que llevás sobre tus hombros, tenga un peso adecuado. Que no la cargues mucho, pero que tampoco vaya tan liviana como para que no sientas el peso. Deja que cada vivencia se te imprima, pero no a fuego, como le hacen a las pobres vaquitas. Dejate penetrar por el poder mágico y transformador de esta experiencia. Soltate, después de haber asegurado bien el paracaídas. Te quiero profundamente, te extraño desbordadamente hija querida

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