lunes, 14 de noviembre de 2016

Fantasmas y subterráneos, de Pompeya a Nápoles

La última noche en Nápoles nos descubrimos caminando bajo la lluvia entre callecitas estrechas. Había oscurecido temprano, y con la oscuridad, la densidad del diluvio había empezado a aumentar. Íbamos siguiéndonos unos a otros las huellas transparentes, yo miraba el piso para no tropezar ni comerme los charcos. Doblamos una esquina, otra. Aparecieron a uno y otro lado de la calle vidrieras de librerías antiguas, y salían como de abajo de las baldosas los hindúes y africanos que vendían paraguas. Umbrella, umbrella, two euro. De pronto un callejón y un cartel: “Napoli sotterraneo”.
Cinco minutos después estábamos varios metros bajo tierra, escuchando a un guía italiano que explicaba cómo esas galerías habían sido usadas por gente de hace cientos de años atrás. Seguimos recorriendo por pasillos estrechos y cada vez más profundos, yo le entendía menos de la mitad. En un momento visitamos cisternas de agua antiguas, iluminando esos pasillitos con candeleros que cada unx llevaba en la mano (aunque otrxs preferían la luz del celular). Pasamos por una plantación subterránea de albahaca. En un momento me llamaba mi mamá desde Panamá, y le tuve que cortar. En un momento salimos, la lluvia, después volvimos a bajar. Hasta dónde llegarían esos pasadizos, no me puedo imaginar.
Un día atrás habíamos llegado hasta Pompeya para visitar a los fantasmas. Ya habíamos visto ruinas de una ciudad romana en Ostia, y sólo eso nos había llegado a impresionar. Las construcciones, las estructuras, algunos mosaicos, todo eso se multiplicó por mil cuando en Pompeya nos encontramos con una ciudad enterísima y grande, que simplemente había sido atacada por un volcán. Hay algo que para mí aún no se entiende en el orden de lo que muere y lo que vive, lo que queda o se destruye, lo reconstruido y lo sin terminar: si emociona ver las casas, los templos, los anfiteatros, las termas, las columnas y los frescos (que no se puede creer lo bien que se pueden conservar, y los muchísimos que hay), se corre el riesgo de un retorcijón en la panza al ver los moldes que dejaron lxs pobres humanxs que quedaron ahí cubiertxs por la nube piroplástica (cosas que tiró el volcán) tratando de escapar. Básicamente, son fantasmas, o quizás fantasmas al revés: seguramente su alma haya volado a reunirse con algún dios romano, pero su cuerpo ahí quedó como una foto, o al menos su forma hecha en ceniza o en quién sabe qué cosa que el Vesubio decidió vomitar, y ahí están escapando eternamente, atrás de una vitrina pero en el mismo huerto de donde quisieron algún día escapar, muertxs, presentes.


Y si se quiere, en lo anecdótico, hay mucho más para contar: de cuando nos quedamos más tiempo con Ger en Pompeya y después no teníamos cómo volver, terminamos haciendo dedo y nos levantó una pareja de evangelistas que nos llevó hasta la puerta del hogar; de cuando las motos nos pasaban por encima en las callejuelas finísimas y enquilombadas de Nápoles y de todo el resto de la ciudad, de la costa, los castillos y las pizzas, muchísimo más, pero ya se sabe que en este blog se escribe a los apurones, atrasada y siempre por la mitad: se privilegian las escenas extrañas, las impresiones locas y los viajes en el tiempo, para el resto ya tendremos un momento, algún día, lxs nietxs, ya se verá.  

gatos en ruinas de Ostia

caras que me dieron miedo en el anfiteatro de Ostia

Ostia


Pompeya

esculturas gigantes claramente no antiguas que van metiendo por ahí

"fast food romano", en esos cosos servían la comida

gato Pompeya


ilustraciones del prostíbulo

estas cosas locas ya existían en la antigüedad


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