viernes, 16 de septiembre de 2016

Todavía más al oeste

El viento me confió cosas que siempre llevo conmigo.
Eso recordé el miércoles en la pointe du ménhir, mirando un mar inmenso, un cielo enorme, sintiendo el viento del Atlántico pegando fuerte contra la cara y el cuerpo.



Aún en la región de Bretagne, llegamos a Crozon, que es el lugar más lindo del mundo según nuestro host Philippe (airbnb esta vez, no couch disponibles en el lugar más lindo del mundo). Creo que otra vez, no sabíamos con qué nos encontraríamos, pero claramente esta fue la mejor sorpresa hasta ahora: nos descubrimos, en un día y medio, caminando por lugares increíbles, durante horas y horas recorriendo la “presqu'île” (literalmente “casi isla”, así le dicen, digámosle península que es más fácil), pasando por paisajes todos distintos, siempre con mar pero a veces playa de arena, a veces piedras, a veces montañas, acantilados, bosque, desierto. Siempre por senderitos que por momentos eran un hilito al borde de las rocas altas y enormes. Y el agua verde, hermosa. Islitas a lo lejos. Mucho viento, a veces lluvia, ¿pero qué importa cuando estás en el lugar más lindo del mundo?









puentecito (chiquito sólo de lejos) del chateau de dinan (piedra enorme que parece un castillo).
Dicen que si pasás por ahí y pedís un deseo para este año, se te cumple


las piedras del chateau de dinan más de cerquita


Ger chiquito después de haber cruzado el puentecito

Tuve la impresión de que al fin me sentía en esa Bretagne tan maravillosa, de la que tanto me hablaron, en esos paisajes que había escuchado elogiar con tanta certeza por gente que conocía o era de la región. Y eso fue también caer en la cuenta de que este es el viaje que quería (¿seis meses después, piba? Sí. Seis meses después), este es el aire que quiero dejar que cale hondo en mis pulmones. Toda la magia que había empezado a brotar en Brocéliande y en Carnac se volvió mística y enorme en esta parte del continente, tan tan en la puntita.


Pasamos, entonces, dos noches en Crozon (la segunda Philippe nos dejó la casa sola y le dejamos hoy las llaves en el buzón, dato que habla de la buena onda y la confianza de la gente de esta región). Hoy salíamos para Saint-Malo, que no es cerca, habíamos pensado tomar un bus a Brest y después esperábamos confirmación de un blablacar que creímos era la mejor opción, pero nunca respondió, y una hora antes de salir Ger me dice que había visto mal, que el bus que pensábamos tomar no era hoy. Parecía que no había mucha opción, así que sin perder la sonrisa (fundamental) decidimos salir a la ruta y probar suerte al menos hasta Brest. Ya habíamos hecho dedo ayer volviendo del trekking de todo el día y no nos había ido nada mal, pero hoy fue directo: no debemos haber esperado más de dos minutos, y estábamos viajando primero con un tipo que nos acercó al cruce, y después con otro que, aunque primero nos anunció que nos dejaba un poco a mitad de camino, terminó ofreciéndose a llevarnos directo, y encima nos fue haciendo de guía turístico. Nos bajamos juntos en el puerto a ver los barcos y todo. ¿Qué más se puede pedir? Ahora estamos en el tren a Saint-Malo, cero expectativas. Una noche acá y se va perfilando el retorno. En el medio me surgió un trabajo de traducción así que entre eso y el blog, en los trenes le doy duro al teclado.


Por lo demás, todo bien. Estamos bien y contentxs. De a ratos extraño un poquito, quizás sigo lamentando los sucesos y cumpleaños que me pierdo estando lejos. Pero con amor y confianza: ese mismo viento atlántico que me cantaba tantas cosas, ¿no habrá movido las cortinas de alguna casa allá en La Plata, diciéndole también sobre la vida y el mundo?





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