sábado, 16 de abril de 2016

Tiza roja, tiza verde, CIEL.

Leí Rayuela a los catorce años, creo que para ese momento ya quería venir a Francia, o me gustaba el francés, no sé. Pero claro que tuvo mucha influencia en mi corazón de adolescente que todavía me late muy adentro, y un poco afuera también, a veces en forma de granitos en la frente.

Claro también que el cielo siempre va a estar un poco más allá, pero muchas veces mi cielo interno fue estar caminando por calles como las que caminé hoy a la tardecita, qué loco, ¿no?. Tengo adentro una especie de paz interior formada por movimientos, y creo que la recupero cada vez que camino sin rumbo en particular, disfrutando de lo que me ofrece el paisaje. Acá siempre hay edificios enormes y antiguos que se aparecen como de la nada, iglesias viejísimas a la vuelta de las esquinas, callecitas chiquitas y confusas pero también avenidas muy largas que siempre, siempre dejan ver el cielo. También hay mendigos, pis en todos lados, miles de autos, gente que se putea y se grita, no vamos a decir que es todo magia, aunque eso también forma parte.

Camino como entregada hasta encontrar el metro, bajo. Escucho cada vez más fuerte una música árabe: tres hombres tocando en el cruce de estaciones, gente viendo. Yo también. Sigo, tomo el metro, después de un buen rato vuelvo a subir para buscar el micrito que me trae al camping. Arriba y abajo, arriba y abajo.

Pero abajo muchas veces es lo mismo, y arriba siempre hay más. Hay algo que me tiene fascinada en estos días, y es el cielo, o si se quiere en plural, son los cielos, claro que los cielos, todos los que este nuevo lugar me está diciendo con los cielos. Es tan simple como esto: son siempre distintos, son siempre lindos, incluso cuando hay nubes negras, incluso aunque llueva todos los días, después se despeja, y muchas veces el atardecer es hermoso. Yo que crecí en una ciudad que se dejó invadir por el negocio inmobiliario y las construcciones de edificios cada vez más altos y amontonados, en donde poco a poco nos fueron robando el arriba y las estrellas, siento que me están devolviendo el derecho a mirarlo todo el tiempo. Acá los edificios siempre son bajitos, siempre entre las calles se puede vislumbrar un poco de cielo. Y de pronto estar en medio de un puente que cruza el Sena y tenerlo todo, todo a la vista, como para abrazarlo y comérselo entero.

Y yo sonrío, sonrío por dentro y agradezco.





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