Leí Rayuela a los
catorce años, creo que para ese momento ya quería venir a Francia,
o me gustaba el francés, no sé. Pero claro que tuvo mucha
influencia en mi corazón de adolescente que todavía me late muy
adentro, y un poco afuera también, a veces en forma de granitos en
la frente.
Claro también que
el cielo siempre va a estar un poco más allá, pero muchas veces mi
cielo interno fue estar caminando por calles como las que caminé hoy
a la tardecita, qué loco, ¿no?. Tengo adentro una especie de paz
interior formada por movimientos, y creo que la recupero cada vez que
camino sin rumbo en particular, disfrutando de lo que me ofrece el
paisaje. Acá siempre hay edificios enormes y antiguos que se
aparecen como de la nada, iglesias viejísimas a la vuelta de las
esquinas, callecitas chiquitas y confusas pero también avenidas muy
largas que siempre, siempre dejan ver el cielo. También hay
mendigos, pis en todos lados, miles de autos, gente que se putea y se
grita, no vamos a decir que es todo magia, aunque eso también forma
parte.
Camino como
entregada hasta encontrar el metro, bajo. Escucho cada vez más
fuerte una música árabe: tres hombres tocando en el cruce de
estaciones, gente viendo. Yo también. Sigo, tomo el metro, después
de un buen rato vuelvo a subir para buscar el micrito que me trae al
camping. Arriba y abajo, arriba y abajo.
Pero abajo muchas
veces es lo mismo, y arriba siempre hay más. Hay algo que me tiene
fascinada en estos días, y es el cielo, o si se quiere en plural,
son los cielos, claro que los cielos, todos los que este nuevo lugar
me está diciendo con los cielos. Es tan simple como esto: son
siempre distintos, son siempre lindos, incluso cuando hay nubes
negras, incluso aunque llueva todos los días, después se despeja, y
muchas veces el atardecer es hermoso. Yo que crecí en una ciudad que
se dejó invadir por el negocio inmobiliario y las construcciones de
edificios cada vez más altos y amontonados, en donde poco a poco nos
fueron robando el arriba y las estrellas, siento que me están
devolviendo el derecho a mirarlo todo el tiempo. Acá los edificios
siempre son bajitos, siempre entre las calles se puede vislumbrar un
poco de cielo. Y de pronto estar en medio de un puente que cruza el
Sena y tenerlo todo, todo a la vista, como para abrazarlo y comérselo
entero.
Y yo sonrío, sonrío
por dentro y agradezco.
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