martes, 4 de mayo de 2021

La peregrinación

 El jueves pasado fui a una librería a buscar postales con poesía de regalo que tenían que estar ahí por la Journée du poème à porter. Estaban en el minúsculo sector que esa gran librería, bastante comercial, le dedica a los libros de poemas. El primero que agarré tenía un poema de Lorrie Jean-Lois, uno de esos que parece que te están hablando desde el fondo de una caverna adentro de tu propia montaña interior. Un verso dice “mes bourses vides”: mis bolsillos vacíos, pero pienso: bourse también es beca, esa beca que no cobro y me deja los bolsillos vacíos por los incomprensibles andares de la burocracia. Leo también: “je suis en pélerinage”. Me pregunto: “¿peregrinaje? ¿peregrinación?”. Otro verso, al final, dice “une cathédrale d’espoir”. Una catedral de esperanza.


Y ese poema llegó así, en medio de la construcción de una catedral de esperanza. Puede ser que en español suene más cursi, pero ya no me importa.

Solo pensar en todas las peripecias que la burocracia canadiense me hizo pasar por no haber recibido el papel que debería haber recibido el día en que llegué al aeropuerto, se me van las ganas de contar. Ya me quitó demasiada energía. Por eso solo voy a narrar la aventura final que, cual road movie hollywoodense, contiene todos los elementos esenciales a una historia: un viaje en la ruta, una falta inicial que culmina en logro y celebración, un personaje esencial para el éxito de la operación, un conflicto que genera la tensión de no saber si las cosas van a resultar como el personaje quisiera, la sorpresa-alivio de un personaje secundario que resulta ser más simpático de lo que los personajes-espectadores se esperaban, y la policía, por supuesto, siempre la policía.

 

La cuestión es que las opciones se fueron reduciendo hasta el punto de intentar lo que el mismo gobierno canadiense me decía que no hiciera: ir a la frontera, en una oficina de la aduana en la que pueden imprimir ese papel que me falta. Intentar que me lo dieran ahí. El famoso permiso de trabajo.

El puesto aduanero de la frontera más cercano es en Stanstead, más o menos a 45km de Sherbrooke. Estamos muy cerca, pero sin auto no tenía manera de llegar (y sin permiso de conducir, mi gran deuda pendiente que nunca me jugó tan en contra como en esta oportunidad). Primer conflicto planteado. La solución llegó de la mano de Paula, que ya venía siendo mi salvadora general pero en esta ocasión se ganó el premio mayor (vamos a decir el Óscar, total), y aceptó llevarme a Stanstead el viernes a la tarde. La información que yo tenía era: en verdad no hay que hacerlo, pero la gente lo hace, y si estás ahí es probable que te lo impriman, aunque todo depende de quién te atienda. Por otro lado, sabía que era mejor intentar que me lo hicieran sin tener que cruzar la frontera, porque cruzar una frontera siempre suena complejo pero aún más en tiempos de pandemia, en los que para entrar a un país tenés que hacer 14 días de cuarentena.

Así que fuimos. Llenas de incertidumbres. Por la ruta, bajo la lluvia (para que todo sea más dramático) se veían los campos verdes de los Cantons de l’Est. Llegamos a Stanstead. Paula tenía miedo porque ya había tenido malas experiencias y sabía que llegado un punto, no podía girar en U con el auto, entonces me dejó un poco antes de lo que parecía un puesto de frontera, y me bajé caminando a correteaditas para no mojarme mucho. Entré a una especie de oficina, y apenas dije “permiso de trabajo” me dijeron “no es acá”. Vuelco en el corazón. Medio segundo. “Es por la ruta 55, a 1 km a la derecha, las preguntas de inmigración se hacen allá”. Bueno. Volví al auto, seguían las dudas sobre cómo hacer todo de la manera menos arriesgada. Fuimos. Paula paró el auto más o menos a dos cuadras de donde tenía que ir, imposible explicar la geografía del lugar (siento que estoy contando un sueño) y no se me ocurrió sacar una foto. Bajé con el paraguas, esta frontera parecía más real, las barreras, el edificio más grande, al costado un Duty Free. No pasaba nadie. Mi catedral de esperanza.

Llegué al edificio, entré, me puse alcohol en las manos. Era un solo mostrador largo y detrás, entre 6 y 10 personas trabajando frente a computadoras o dando vueltas muy panchas. Se levanta uno, me mira. Le empiezo a explicar. “Mon permis de travail…” Me mira. “Tu peux parler plus fort ?” (¿Podés hablar más fuerte?). Ok. Mi vocecita debía ser la de un bebé escondido tras dos barbijos, pero el tipo de la aduana me estaba tratando de “tu”, y si bien eso es mucho más común en Quebec, para mí era una buena señal. Le expliqué, le mostré mis papeles, intercambió miradas y comentarios con sus colegas, y entre un par me explicaron que tenía que cruzar la frontera y volver a entrar para que me pudieran imprimir el papel. Problema. “¿Estás a pie?”, me preguntan. Si la cruzaba caminando, al volver tenía que hacer la cuarentena. Si la cruzaba en auto y en Estados Unidos no bajaba del auto no tenía que hacerla. En general no te piden bajar, me dijeron, son dos minutos. Pero no te lo podemos asegurar. Yo sin poder manejar, necesitaba de Paula. Era una apuesta. La llamé. Volví al auto. Ella llamó a la aduana en Estados Unidos, al puesto de Stanstead, a su novio, buscando confirmaciones y consejos. Nadie podía asegurar nada. Las palabras “policía” y “Estados Unidos” en una misma frase me llevaban prácticamente a cada película yanqui que consumí en mi vida. Yo ya estaba lista para cruzar caminando y encerrarme 14 días con tal de tener mi permiso de trabajo (total dicen que va a llover un montón, pensaba…).

Y al final, lo hicimos. Paula se la jugó, pasamos en el auto. Llegamos a Estados Unidos, que estaba ahí nomás. Nos atendieron dos policías muy tranquilos que miraron nuestros pasaportes, les explicamos que no queríamos ni entrar. “¡Ah! ¡Argentina!”, pronunció uno con la “g” inglesa. “Argentina”, le corrigió el otro, pronunciando la g como la gente, como buen latino. Nos tuvieron ahí dos minutos, y después el agente como la gente nos pidió que lo siguiéramos en el auto hasta dar la vuelta en u, nos dio los pasaportes y nos despidió con un “Thank you, que tengan buen día”. Volvimos a Canadá, desde el auto volvimos a explicar la cosa, le indicaron a Paula estacionar y a mí que me bajara del auto y fuera al edificio con mis papeles. Terminé entrando exactamente por el mismo lugar por donde había entrado la primera vez para decir “Hola, ahora sí, ya hice la vueltita”. Y ahí el agente tuteador me tomó los papeles, me pidió que me siente, y muy tranquilo se puso a hacer mi bendito permiso de trabajo. Solo me preguntó si era una pasantía y hasta qué fecha lo necesitaba. Un ratito después, lo tenía en la mano, y volvía sin poder creerlo al auto de Paula. Saltando. ¿Dos meses y medio esperando y sufriendo para esto? Sí. Así fue. Para esto.

Volvimos felices bajo la lluvia, para coronar la aventura Paula se desvió un poquito de los caminos para mostrarme algunos pueblitos y lugares lindos de por acá. Paramos frente a un lago a comer en el auto unos snacks que había llevado, me hizo acordar a esos días de lluvia en el viaje con Germán, en los que disfrutábamos simplemente de mirar el paisaje atrás del vidrio.

Cuánta paz.

Si las cosas hubiesen sido normales, si hubiese tenido mi permiso de trabajo el primer día, como tenía que ser, hubiese sido solamente un papel más de los de mi carpetita verde. Sin embargo, el tiempo y las dificultades hicieron que se convierta en un objeto casi mítico, en un tesoro que ahora quiero guardar bajo llave, en un gran motivo de celebración.

Así las cosas, la vida con sus vueltas extrañas, este gran peregrinaje.


domingo, 18 de abril de 2021

Tales of Sherbrooke

Este viaje está siendo para mí un poco como el viaje que está haciendo la humanidad entera en este momento: acá, surfeando una ola gigante de cosas que salen mal sin saber exactamente cómo remarla, haciendo lo que se puede, intentando confiar en que de algún lugar saldrá la fuerza, que la salida no dependerá solamente de una persona sino que será colectiva, y sin embargo la persona que somos sigue en la aventura de encontrar su agencia en este lío que la envuelve. Acá, entre el encierro y las ganas de confiar en el aire. Entre la oportunidad y lo imposible. Ver cómo disfrutar y que esto también sea vida.


¡hola!

El famoso permiso de trabajo que aún nadie quiere imprimirme y mandarme para poder cobrar mi beca sigue sin aparecer. En el medio me dicen cosas que se contradicen, se me acaba la plata que me prestan, creo que tengo covid y me voy a hisopar (negativo), crecen los casos, cierran la frontera entre provincias, cierra Argentina la frontera con varios países que hacen que me cambien tres veces el vuelo de vuelta.

Así es que esos pequeños viajes dentro del viaje que tenía en mis expectativas, como tantas otras cosas, no están pudiendo ser. Pero, a riesgo de robar una frase armada de algún lugar, diría que en lo imposible está el germen de lo impensado, de una nueva posibilidad. En estos días me estuve dedicando, además de trabajar en mi investigación, a explorar todos los rincones de esta ciudad. Tuvimos un adelanto de la primavera espectacular, la nieve se fue hace rato y abundan las ardillas con sus colitas simpáticas.

 

florece todo

Así es que me fui administrando pequeñas y grandes salidas, cada cosa es un descubrimiento, desde ir al correo a comprar estampillas y terminar comprando delicias turcas en un supermercadito, hasta tomarme un bus a un lugar lejos y volver caminando, conocer siempre barrios nuevos, entender desde otra perspectiva la ciudad. A veces paso por la misma esquina viniendo desde lugares distintos, y me sorprende recordar que pasé por ahí en otro momento. No sé si es que el paisaje cambia tanto sin la nieve, o que sigo siendo nueva acá a pesar de que mi cabeza vaya configurando un mapa cada vez más completo y armado de su propia cartografía de Sherbrooke entre lugares conocidos y lugares nuevos.



está lleno de casitas así

cuando Sherbrooke me pareció Europa, un día

Así es que pude pasear por el centro, darle toda la vuelta al gran Lac des Nations, hacer el caminito que une el Boisé des Champs des Buttes, Le Marécage, el Parc Lucien Blanchard y el Boisé Lucien Blanchard (todo eso en un día para celebrar que no tenía covid), pude irme hasta Le Marais Réal Carbonneau a ver y escuchar a los pajaritos en un día de sol espléndido, explorar negocios de ropa y cosas usadas, pero sobre todo lo que más me gusta: caminar por cualquier calle, reírme sola de los carteles que encuentro, tratar de entender cómo funciona una heladería, equivocarme siempre de lugar cuando busco la caja para pagar en los negocios, acariciar gatitos ajenos.

 

¿esto es una iglesia?

toilettage me pareció gracioso


no vale la pena explicar este soretito bicolor de helado, pero estaba rico

cosas usadas, casi me compro una minipimer por 5$

acá también les profes hacen paro

una pausa a orillas del río

en el Marais a pleno sol


aprendiendo sobre patitos

cosas que tira la gente a la calle

quiero vivir en ese barrio





siempre que veo esos carteles les pongo sonido en mi cabeza ("aaaah!!!")

La vida en Sherbrooke parece ser tranquila. Hay algo que me gusta de estar acá, a pesar de todo. De a ratos me siento en casa cuando camino por la ciudad, y de a ratos me siento demasiado lejos. Recorrí demasiados barrios de casitas bonitas de gente que debe ser, para mi percepción, bastante adinerada. La mejor descripción sigue siendo la que le escribí en un mensaje a Germán: me siento en un barrio de Los Sims en el que todes hicieron el truquito para tener plata. Y después hicieron “!;!;!;!;!” para comprarse las mismas columnitas y la misma puerta blanca. Además, acá suena siempre el pajarito que suena cuando jugás a Los Sims, y eso me da aún más escalofríos. ¿Hasta a la naturaleza tenían registrada?

 


En fin, así pasan mis días. Además de enterrada entre distintas ediciones de un mismo libro que me tiene muy entusiasmada. Algo se esconde en los textos, en las poesías de mujeres que se me presentan cada semana. Quizás ahí esté la respuesta a todo este caos quieto que es mi vida poco direccionada de este momento. Lo que me mueve adentro esta investigación va a chocarse contra lo que me impide avanzar afuera en cualquier día de estos. Ya veremos.








miércoles, 31 de marzo de 2021

Palmeritas y ñoquis en Montreal

 

Dicen que para conocer una ciudad extranjera, lo mejor es hacerlo de la mano de locales, que te puedan mostrar esas pequeñas cosas ocultas que siendo turista no vas a encontrar.

Pero hay algo mejor aún: conocerla de la mano de locales que no son locales porque en realidad vienen de tu país y se instalaron en la nueva ciudad hace poco más de un año, lo suficiente como para seguir sorprendiéndose de lo nuevo, para mostrarte los lugares que les gustan y hacerte sentir en casa al mismo tiempo, lo suficiente como para hacerte amar esa ciudad que más que la ciudad es simplemente pasear con personas tan amorosas y buena onda que hacen que valga la pena todo recorrido.

A veces digo “personas amorosas” y siento que escucho a mi mamá.

En fin.

peregrinación al mítico dollarama, el todo por 2 pesos de Canadá

El fin de semana me fui a Montreal, a lo de Timo y Julia, que conocía de esas redes misteriosas que unen a la gente que habita La Plata, de esos encuentros y desencuentros que pueden llegar a juntar la capoeira con la filosofía de las ciencias, el swing, la traducción y la literatura latinoamericana. Y les amigues, sobre todo las redes de amigues que nos conectan interplanetariamente (porque Timo viene de Estados Unidos y Julia de Argentina, pero también puede que sean extraterrestres. Ya se sabe que los extraterrestres son de lo más amables que podemos encontrar. Y hablando de esto, tienen un canal en YouTube que se llama life bajo cero, mi parte favorita es el minuto 2’38’’ de estevideo sobre navidad en Montréal).

Entonces Montreal fue llegar y sentirme en casa, llegar e ir a comer ñoquis de un puestito a la calle que te los da en cajita para que por 5 dólares te mandes alto almuerzo en una mesita de pic nic medio mojada mirando un picadito de los pibes del barrio. Merendar brownies y palmeritas en el auto yendo al Mont Royal a ver la ciudad desde arriba. Charlar sobre lo que nos sorprende, nos gusta o nos enoja de las universidades de Canadá. Recorrer librerías hermosas. Imaginarnos maneras de captar hipsters para que pongan de moda una heladería hipotética que se podría abrir acá Germán.


Y descubrir que a veces los perros tienen zapatitos.

(Acá tendría que haber una foto de un perro con zapatitos, pero no hay).

Fue llegar y respirar un poco más profundo (esperando no contagiarme covid) el aire de una gran ciudad, o al menos grande en comparación a Sherbrooke, esta pequeña ciudad que como toda ciudad pequeña también te puede encerrar un poco. Montreal me hace acordar a nuestros viajes por Europa (¿cómo se hace para decir eso sin que suene tan cheto?), caminar por ciudades llenas de estímulos y gente de todos lados hablando idiomas distintos. Edificios de tres plantas con ladrillo a la vista y escaleritas hermosas en el frente. Y negocios chiquitos. Extrañaba los negocios chiquitos.

prueba de que fui en busca del Kouing Amann que me recomendó Pepu, y estaba cerrado

el paraíso de los juegos de mesa...

...en donde encontré el juego perfecto (pero no lo compré porque aún no me pagan la beca. O porque quizás era demasiado)


mural gigante y hermoso que admiramos comiendo falafel en el auto

Fue llegar y ya estar prometiendo volver varias veces más, porque entre el poco tiempo y el día de lluvia, nos quedaron muchas cosas pendientes. Pero el respiro, el alivio, lo tuve, como un mimo. Y lo agradezco con el corazón. Otra vez “Home is where the heart is”… Y no me voy a engañar, mi corazón está acá latiendo conmigo, pero también late en un departamento de la avenida 60 en La Plata a donde hoy llegó mi carta de aceptación de la universidad (que no me sirve para nada, primer mundo gastando estampillas una vez más). Eso no quita que cuando el bus volvió a rodar por las calles de Sherbrooke haya tenido una sensación familiar, un retorno al hogar, home sweet home, algo así me está viniendo.

domingo, 21 de marzo de 2021

Ganar la primavera

 

Iba a escribir sobre perderme otra vez el otoño, y decidí cambiar de perspectiva.

La nieve se está yendo muy rápido y siento una nostalgia extraña, recién estoy llegando, quedate un ratito más. Recién estoy llegando aunque esté acá hace un mes y medio. Todo empezó tan mal que recién ahora puedo sentir que me empiezo a asentar.

Me empiezo a-sentar. Pero en realidad sigo caminando. Siempre me hace bien caminar.


Iba a escribir sobre los problemas que aún no se resuelven, sobre las trabas de papeles, el sistema cuadrado, la desolación de la falta de dinero después de haber perdido todo. Pero decidí cambiar de perspectiva.

En su lugar, prefiero hablar del sol que brilla en mi balcón y de la hermosura de las ardillas. Son tan lindas, podría mirarlas durante horas. El gato de la vecina desde su balcón y yo desde el mío, sé que él también podría estar todo el día ahí admirándolas conmigo, compartimos la curiosidad (¿de dónde vienen?¿a dónde van?) y la fascinación por sus colitas eléctricas.





Prefiero hablar de la calma de los bosques, de disfrutar los paseos, del pequeño y conocido proceso de hacer que una ciudad se vuelva un poco más mía, perderle el miedo a no saber cómo funcionan las calles los buses las puertas las tapas de las cosas.

Hablar de las cervezas y la poutine con Paula, de la suerte de estar conociendo gente que hace de esta una verdadera experiencia de intercambio, y no simplemente un viaje solitario, aunque también sea por momentos un viaje solitario, y es perfecto porque así es.


Paula y Danny me llevaron a hacer una petite randonnée


otro día en el Bois Beckett 


Iba a escribir sobre lo incomprensible de las cadenas de mala suerte, la perilla del horno que se me rompió y la heladera que no enfría. O el pasaje de vuelta que se canceló. Pero prefiero hablar de la venezolana divina que me atendió el teléfono y me ayudó a cambiar el vuelo. De la capacidad que tiene la gente que habla y te tranquiliza.

Prefiero contar las sensaciones bizarras que me hacen reír sola y sentirme acompañada por la risa. Prefiero contar de cuando tomé un café de Tim Hortons esperando el bondi, miré la tapita de plástico y recordando a Robin Sparkles me di cuenta de que estaba en Canadá. De que todo lo que estaba alrededor mío era real. Como si Tim Hortons fuera catalizador de epifanías.

No sé cómo traducir esto. "Cuidado con nuestros hijos, podría ser el suyo". ¿quién es enfant de quién en Canadá?

Iba a escribir sobre mis dudas e inseguridades, sobre no saber bien a qué vine acá, pero si lo pienso bien, eso es mentira. Podría escribir sobre el cosquilleo que sentí rastreando una edición perdida de un libro por las bibliotecas virtuales de Québec sentada desde un espacio de estudio en la universidad. Sobre el placer de leer y de querer decir cosas sobre lo que leo. De crear. De sentirme detective.

la nieve derritiéndose en el campus 

Iba a escribir sobre perderme otra vez el otoño, y de pronto se me ocurrió que ahora me quiero ganar la primavera.

 

PD: había puesto, sin darme cuenta, en la primera frase, “iba a escribirme”. Lo cambié porque esa no era la frase que en verdad tenía en mente, pero no siempre la mente dice la verdad, y ya se sabe que siempre que escribo acá también me estoy escribiendo una carta a mí misma de otro tiempo para cuando vuelva a devenir unstock in time, y que si les escribo a ustedes también me escribo porque todo vuelve o porque siempre fuimos un poco la misma cosa.

clásica postal


viernes, 5 de marzo de 2021

Lado B

 

Yo creía que a mis pobres 27 años ya había tenido suficientes experiencias traumáticas.

Pero no.

La soberbia de creer que ya tuvimos suficiente de algo y el universo no va a mandarnos más, no sirve para nada.

Hablar sirve. Escribir sirve.

¿Qué pasó con el País de las Personas Amables?

Pasó que no existe lo que es todo bueno (ni lo que es todo malo). Y a veces mi cabeza no tiene la habilidad de procesar que exista una maldad o una perversidad tan intensa como para querer hacerme tanto daño.

¿Qué pasó?

La semana pasada había sido difícil con la historia del papel que me falta, como un laberinto en el que se iban cerrando todas las puertas y me angustiaba.

El martes al mediodía, mientras me cocinaba el almuerzo, recibí un llamado con una grabación en inglés que decía que era del gobierno y que tenía una causa penal a mi nombre. Tomé la llamada, y me metí en un viaje del que no pude salir hasta las 6 de la tarde. Una llamada en la que me decían que mi nombre estaba involucrado en actividades ilícitas. Una llamada en la que me sugerían que había sufrido robo de identidad. Una llamada en la que me decían que no podía hablar con nadie porque era un caso confidencial, y que si quería que me sacaran la orden de arresto, tenía que colaborar con el gobierno. Una llamada en la que entendía la mitad de las cosas. Una llamada en la que no me permitían cortar. Que me acompañó todo el día, en el que me fueron guiando sin dejarme pensar, en la que me fueron diciendo una por una cosas que tenía que hacer mientras me congelaba en el día más frío que me tocó hasta ahora, yendo de un lugar a otro con todo el dinero que tenía y sin poder respirar. Llorando por todo lo que me decían. Temiendo que viniera a buscarme la policía.

Fui víctima de un fraude y una manipulación psicológica fuerte. Perdí toda la plata que tenía, y más. Tuve que pedir plata prestada. Fui a sacar mi plata del banco y meterla en donde me dijeron, hice todas las mil cosas que me pidieron sin poder pensar, como con un velo enfrente de mi cabeza. Ciega. ¿Era yo? Cuando lo pienso, siento que no. Pero supongo que es parte de asumir lo que pasó, entender que sí era. Y ver de qué manera no caer en la culpabilidad. Es todo muy extraño. Es un juego que tienen demasiado bien planeado.

Ya no sé cómo contar todos los detalles. Ya se los conté a la policía y de a poco fui contando lo que pude a varias personas.

Y entonces nada es todo bueno. Pero tampoco nada es todo malo. No me juzguen la sintaxis. Quiero decir: me pasó esto y me quise morir, quise volver a Argentina y estar en mi casa con Germán. Pero también recibí inmediatamente un amor inmenso y un apoyo incondicional que me sostuvieron. Germán conmigo todo el tiempo diciéndome lo que necesitaba escuchar, estando ahí conmigo. Recibí solidaridad de mis profes de la universidad que juntaron plata para ayudarme, y cada amigue que supo lo que me pasó fue una contención total. Me hicieron ver la suerte que tuve: aún no cobré la beca, entonces no me robaron tanta plata. Conocí a una argentina que vive acá que me llevó a caminar y a tomar una birra en su balcón, justo lo que necesitaba. Tan simple como eso. Compañía.

Estos días son, obviamente, muy extraños. No tengo muy claro qué pasa o qué va a pasar.

Hoy me senté a escribir, porque lo necesitaba.

Y porque se siente también como un abrazo.

Todo

va

a

estar

bien.

domingo, 21 de febrero de 2021

El País de las Personas Amables

 


Los primeros días en un país suelen ser un caos.

Supongamos que estos son mis primeros días, dejemos atrás la cuarentena.

El contraste entre la paz de la nieve y mi desorden mental es solo aparente.

Afuera también es adentro.

Voy a dejar que caigan las palabras suavemente como copos de nieve.

Los copos de nieve tienen la forma que tienen en los dibujitos. O en los emoticones del whatsapp.

Todavía no puedo entender cómo es que se acumula tanta nieve, pilas y pilas de nieve, si parecen tan finos y etéreos cuando bajan por el aire como de la nada.

 


Salí de la cuarentena el jueves pasado con unos planes un poco atados con alambre. Mi primera misión era encontrar, en la enormidad del campus universitario nevado, la oficina a la que tenía que ir. La encontré luego de perderme un rato, y conocí a Brahim, una de esas personas que entendés por qué parecen tan secas por mail cuando las escuchás hablar: en realidad tiene la mejor, y quiere resolverte todos los problemas, pero se quiere encargar de todo a la vez y le gusta mucho hablar y explicar cosas y no está hecho para escribir mails con la formalidad con que vos le escribiste siempre. Brahim se escandalizó cuando supo que yo no tenía plata canadiense en efectivo, que las compras con tarjeta de crédito son carísimas a pagar en Argentina, que mi coloc (compañera de casa) me esperaba al mediodía en mi departamento y no tenía exactamente planeado cómo llegar hasta ahí con mis cosas, entonces además de ayudarme a empezar mis trámites en la universidad se encargó de llevarme en su auto personal al banco a cambiar plata, esperarme, traerme al departamento, esperar a que deje mis cosas, llevarme de nuevo a la universidad para seguir con los trámites, volver a traerme al departamento porque me había olvidado unos papeles, y volver a llevarme a la universidad, mientras me contaba cómo hace 30 años que vino de Argelia y me mostraba la casa en donde vivía apenas llegó. Vamos a contar a Brahim como la Persona Amable de Canadá 1.

En el medio la conocí a Sandrine, mi pequeña coloc del departamento, le digo pequeña porque así la siento con sus veintipocos, me recibió con una sonrisa y ganas de que seamos amigas, más entusiasmo que eso no puedo pedir. Le dije que iba a aparecer mucho en mi blog, ya escucharán más sobre Sandrine. En la cocina hay un platito con comida de gato para su gato que ahora está con su novio en otra ciudad, ojalá en algún momento lo traiga.

nuestro balcón es un sueño


Ese mismo día más tarde volví al banco en donde había estado al mediodía para terminar el trámite de apertura de cuenta que había empezado días antes por teléfono (abrir una cuenta bancaria es elemental para ser una persona en un país extranjero, eso ya lo había aprendido en Francia), para enterarme de que hay un papel esencial que tenía que tener y no tengo. Aparentemente, en migraciones, en el aeropuerto, tenían que haberme impreso el permiso de trabajo y no lo hicieron, era todo tan rápido y tanta presión y tanta gente y cosa en el medio que no me di cuenta en ese momento. Así que búm, de pronto sentí una angustia en el pecho y la sensación que tengo hace meses, de que no puedo entender cómo funcionan las cosas en este país y que quién puede ayudarme con eso. Por suerte la bancaria, que nombraremos Persona Amable de Canadá 2, me tranquilizó. Más tarde le mandé otro documento y al día siguiente me dijo que iban a hacer una excepción. Fui por tercera vez al banco el viernes, la bancaria se reía de lo tensa que me veía y me decía que me relaje. Tengo 3 meses para conseguir ese bendito documento.

La primera de esas 3 veces que entré al banco le hablé al guardia de seguridad, un negro africano que me hizo un chiste pensando que era francesa, y cuando le dije que era de Argentina no sé qué me dijo con la mejor buena onda y nos reímos como si fuéramos mejores amigues, ese agradable sujeto es la Persona Amable de Canadá 3 y nos reímos cada vez que entré por esa puerta y cruzamos miradas por encima del barbijo. La semana que viene tengo que volver a ir y espero volver a verlo.

Ese día me volví angustiada del banco en bus, ya era de noche, hacía mucho frío (ah, todavía no hablé del frío) y tenía que conseguir comida, terminé yendo a un supermercado cerca del departamento caminando unas cuadras a oscuras, sola con el silencio de la nieve de noche. Es un barrio residencial demasiado frío y tranquilo. Fue muy extraño. Me sentía perdida.

Los días siguieron más o menos parecidos. Ya no sé cuánto narrar, cuándo es divertido y cuándo aburrido. Viajes largos en bus, caminos sobre la nieve, perdida en lugares, las imágenes se repitieron.



Hasta que hoy salió el sol, y salí en plan de ir a un supermercado más en el centro. Fui a la parada de bus y vi que faltaba una hora para que pasara, y con el día lindo a pesar del frío, decidí caminar.

Caminar siempre hace bien cuando me siento perdida.

Caminar y sentir el sol en la porción de mi cara que no es gorro ni bufanda ni barbijo.

Conocer algo de la ciudad. Ver un puente y dejarme llevar por la curiosidad, más lejos de lo que en otro momento hubiese ido. Descubrir un lago congelado y gente paseando. Disfrutar, por un momento, como si fuese la primera vez en días, en semanas.





Estar acá, en el país de las Personas Amables.

Ojalá que sigan apareciendo, las quiero mucho.