Iba a
escribir sobre perderme otra vez el otoño, y decidí cambiar de perspectiva.
La nieve se
está yendo muy rápido y siento una nostalgia extraña, recién estoy llegando, quedate
un ratito más. Recién estoy llegando aunque esté acá hace un mes y medio. Todo
empezó tan mal que recién ahora puedo sentir que me empiezo a asentar.
Me empiezo
a-sentar. Pero en realidad sigo caminando. Siempre me hace bien caminar.
Iba a
escribir sobre los problemas que aún no se resuelven, sobre las trabas de
papeles, el sistema cuadrado, la desolación de la falta de dinero después de
haber perdido todo. Pero decidí cambiar de perspectiva.
En su
lugar, prefiero hablar del sol que brilla en mi balcón y de la hermosura de las
ardillas. Son tan lindas, podría mirarlas durante horas. El gato de la vecina
desde su balcón y yo desde el mío, sé que él también podría estar todo el día
ahí admirándolas conmigo, compartimos la curiosidad (¿de dónde vienen?¿a dónde
van?) y la fascinación por sus colitas eléctricas.
Prefiero
hablar de la calma de los bosques, de disfrutar los paseos, del pequeño y
conocido proceso de hacer que una ciudad se vuelva un poco más mía, perderle el
miedo a no saber cómo funcionan las calles los buses las puertas las tapas de
las cosas.
Hablar de
las cervezas y la poutine con Paula, de la suerte de estar conociendo gente que hace de esta una verdadera experiencia
de intercambio, y no simplemente un viaje solitario, aunque también sea por
momentos un viaje solitario, y es perfecto porque así es.
Iba a
escribir sobre lo incomprensible de las cadenas de mala suerte, la perilla del
horno que se me rompió y la heladera que no enfría. O el pasaje de vuelta que
se canceló. Pero prefiero hablar de la venezolana divina que me atendió el
teléfono y me ayudó a cambiar el vuelo. De la capacidad que tiene la gente que
habla y te tranquiliza.
Prefiero
contar las sensaciones bizarras que me hacen reír sola y sentirme acompañada
por la risa. Prefiero contar de cuando tomé un café de Tim Hortons esperando el
bondi, miré la tapita de plástico y recordando a Robin Sparkles me di cuenta de
que estaba en Canadá. De que todo lo que estaba alrededor mío era real. Como si
Tim Hortons fuera catalizador de epifanías.
Iba a
escribir sobre mis dudas e inseguridades, sobre no saber bien a qué vine acá,
pero si lo pienso bien, eso es mentira. Podría escribir sobre el cosquilleo que
sentí rastreando una edición perdida de un libro por las bibliotecas virtuales
de Québec sentada desde un espacio de estudio en la universidad. Sobre el
placer de leer y de querer decir cosas sobre lo que leo. De crear. De sentirme
detective.
Iba a
escribir sobre perderme otra vez el otoño, y de pronto se me ocurrió que ahora me
quiero ganar la primavera.
PD: había
puesto, sin darme cuenta, en la primera frase, “iba a escribirme”. Lo cambié
porque esa no era la frase que en verdad tenía en mente, pero no siempre la
mente dice la verdad, y ya se sabe que siempre que escribo acá también me estoy
escribiendo una carta a mí misma de otro tiempo para cuando vuelva a devenir
unstock in time, y que si les escribo a ustedes también me escribo porque todo
vuelve o porque siempre fuimos un poco la misma cosa.
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