miércoles, 31 de marzo de 2021

Palmeritas y ñoquis en Montreal

 

Dicen que para conocer una ciudad extranjera, lo mejor es hacerlo de la mano de locales, que te puedan mostrar esas pequeñas cosas ocultas que siendo turista no vas a encontrar.

Pero hay algo mejor aún: conocerla de la mano de locales que no son locales porque en realidad vienen de tu país y se instalaron en la nueva ciudad hace poco más de un año, lo suficiente como para seguir sorprendiéndose de lo nuevo, para mostrarte los lugares que les gustan y hacerte sentir en casa al mismo tiempo, lo suficiente como para hacerte amar esa ciudad que más que la ciudad es simplemente pasear con personas tan amorosas y buena onda que hacen que valga la pena todo recorrido.

A veces digo “personas amorosas” y siento que escucho a mi mamá.

En fin.

peregrinación al mítico dollarama, el todo por 2 pesos de Canadá

El fin de semana me fui a Montreal, a lo de Timo y Julia, que conocía de esas redes misteriosas que unen a la gente que habita La Plata, de esos encuentros y desencuentros que pueden llegar a juntar la capoeira con la filosofía de las ciencias, el swing, la traducción y la literatura latinoamericana. Y les amigues, sobre todo las redes de amigues que nos conectan interplanetariamente (porque Timo viene de Estados Unidos y Julia de Argentina, pero también puede que sean extraterrestres. Ya se sabe que los extraterrestres son de lo más amables que podemos encontrar. Y hablando de esto, tienen un canal en YouTube que se llama life bajo cero, mi parte favorita es el minuto 2’38’’ de estevideo sobre navidad en Montréal).

Entonces Montreal fue llegar y sentirme en casa, llegar e ir a comer ñoquis de un puestito a la calle que te los da en cajita para que por 5 dólares te mandes alto almuerzo en una mesita de pic nic medio mojada mirando un picadito de los pibes del barrio. Merendar brownies y palmeritas en el auto yendo al Mont Royal a ver la ciudad desde arriba. Charlar sobre lo que nos sorprende, nos gusta o nos enoja de las universidades de Canadá. Recorrer librerías hermosas. Imaginarnos maneras de captar hipsters para que pongan de moda una heladería hipotética que se podría abrir acá Germán.


Y descubrir que a veces los perros tienen zapatitos.

(Acá tendría que haber una foto de un perro con zapatitos, pero no hay).

Fue llegar y respirar un poco más profundo (esperando no contagiarme covid) el aire de una gran ciudad, o al menos grande en comparación a Sherbrooke, esta pequeña ciudad que como toda ciudad pequeña también te puede encerrar un poco. Montreal me hace acordar a nuestros viajes por Europa (¿cómo se hace para decir eso sin que suene tan cheto?), caminar por ciudades llenas de estímulos y gente de todos lados hablando idiomas distintos. Edificios de tres plantas con ladrillo a la vista y escaleritas hermosas en el frente. Y negocios chiquitos. Extrañaba los negocios chiquitos.

prueba de que fui en busca del Kouing Amann que me recomendó Pepu, y estaba cerrado

el paraíso de los juegos de mesa...

...en donde encontré el juego perfecto (pero no lo compré porque aún no me pagan la beca. O porque quizás era demasiado)


mural gigante y hermoso que admiramos comiendo falafel en el auto

Fue llegar y ya estar prometiendo volver varias veces más, porque entre el poco tiempo y el día de lluvia, nos quedaron muchas cosas pendientes. Pero el respiro, el alivio, lo tuve, como un mimo. Y lo agradezco con el corazón. Otra vez “Home is where the heart is”… Y no me voy a engañar, mi corazón está acá latiendo conmigo, pero también late en un departamento de la avenida 60 en La Plata a donde hoy llegó mi carta de aceptación de la universidad (que no me sirve para nada, primer mundo gastando estampillas una vez más). Eso no quita que cuando el bus volvió a rodar por las calles de Sherbrooke haya tenido una sensación familiar, un retorno al hogar, home sweet home, algo así me está viniendo.

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