martes, 17 de enero de 2017

Marruecos

Y bueno, pintó irse a Marruecos. Pintó nomás.
Pintó, y Marruecos nos pintó la cara. Pláf.


La última noche en Madrid, dejarle los bolsos a alguien, a la mañana temprano devolver el auto en la carrera por llegar bien al aeropuerto, tomar el avión, ver el estrecho de Gibraltar ahí clarito como en los mapas y de pronto, tarán, el modernoso aeropuerto de Marrakech, y un bus que nos deja en la plaza del centro.
Y ahí, todo.
Pero todo.

El olor a bosta y pis de caballo intenso, la gente que mira, los autos que pasan, las bicis, el desorden de cosas que están pasando todas a la vez, las carretas para los turistas, los vendedores, los que te ofrecen taxi, los hombres con trajes largos y capuchas puntiagudas a lo star wars, las mujeres con burka, sin burka, con cara y sin pelo, sin cara, el olor a podrido, tantos olores, y de pronto el mercado de la plaza, puestitos de jugo de naranja, de frutas disecadas, botellitas y colores, el ruido del encantador de cobras y los gritos, mucha gente que se grita o te grita para venderte algo o cobrarte si los mirás o les sacás fotos, se te acercan, algunos con monitos, mujeres que te ofrecen tatuajes de henna, motos, gente que pasa y que corre, y todo. Pero todo.
Ya sólo estando unos momentitos en Marrakech vimos esto, y sentadxs comiendo un almuerzo súper barato en un “snack” frente a la plaza vimos más, por ejemplo un tipo siendo arrestado por policía de civil y mucha gente siguiendo la escena fascinada, viejos con carros vendiendo cosas incomprensibles, gente que se agolpaba a ver una escena en el local de al lado de donde estábamos: después Ger se asomó y vio que había un tipo tirado en el suelo, ¿pero vos decís que está muerto? Y, puede ser, no, pará, tanto no creo. Así nos recibió Marruecos.

imágenes del rey, por todas partes

Charlie en la plaza. Difícil sacar fotos sin que alguien se te enoje, te grite o quiera que le pagues

Y es que visitar un país así, y principalmente una ciudad así, que es como de otro tiempo y otra dimensión u otra cara del mundo tan diferente de la que veníamos acostumbradxs a ver, no creo que sea algo como para procesar y redactar así tan pronto y de una vez, además de que pasan los días rápido y allá no llevamos compu y ni siquiera pude relatar los días previos aún en España, la Alhambra y Almería, Alicante, Valencia, Albarracín. Tanto acumulado, y sé que mañana se vienen nuevas emociones así que prefiero vomitar hoy lo que salga sobre este lugar bizarro y maravilloso del que apenas nos fuimos hace unas horas.

El primer día ya fue increíble, siendo entre testigos y partícipes de las escenas callejeras, descubriendo el hermoso “riad” (así se llaman las casas tradicionales, que hoy en día están en su mayoría convertidas en hostel) en donde nos hospedamos, visitando el Palacio de Bahía y simplemente las calles, callecitas y callejuelas, y plazas con mezquitas, pasando por aromas de putrefacción a especias y perfumes, y escuchando por primera vez un sonido muy particular que volveríamos a escuchar durante toda la semana: el llamado a la oración, siempre a las mismas horas del día. Digamos que todos los sentidos muy despiertos, y sobre todo la atención puesta en no ser atropelladxs por las motitos o bicis que pasan a toda velocidad por los pasajes diminutos. Ala noche la plaza se transformó, con el mismo quilombo pero oscuro con algunas lucecitas, y unos grupos extraños que se formaban alrededor de lo que creímos eran músicos que daban pequeños conciertos, por el sonido de los tambores, pero después descubrimos que además armaban una especie de espectáculo narrado, porque hablaban y cada tanto tocaban, la gente se agolpaba en círculo alrededor y nosotrxs no entendíamos nada.

calles tranquilas

en el Palacio de Bahia




a la noche en la plaza, el tipo ya me estaba diciendo algo por la foto

Y después, el gran viaje: contratamos uno de esos tour que te llevan al desierto, por tres días y dos noches. A las siete y media de la mañana estábamos subidos a una combi en la plaza, saludando a Abdou, nuestro chofer, y a una alemana que nos sacó charla desde el primer momento. Después se fueron sumando dos franceses (uno de ellos de origen marroquí), un holandés y un español. Opiniones y anécdotas varias habría para compartir sobre cada uno de estos personajes, pero para resumir se puede afirmar que fue un lindo grupo, y entre conversaciones en inglés, francés, español, y algo de árabe y berber que Abdou nos intentó enseñar, nos divertimos y nos fue muy bien. Hubo muchas horas de ruta en la combi, con pequeñas paradas para ir al baño o para sacar fotos a algún paisaje en particular. La primera locura fue atravesar las montañas nevadas camino al desierto, pero pronto la sorpresa fue pasando y fueron apareciendo otras novedades, pueblitos en el medio de la nada, gente sola en medio de la nada, cosas extrañas, ruinas. Visitamos también Ait Ben Haddou, que tenía un poco de todo eso: pueblito, gente rara, mucho silencio y vacío, y una parte casi toda de ruinas en donde parece que ya sólo viven cuatro familias, o al menos eso no paraba de decir nuestra especie de guía (el peor guía de la vida, que a duras penas hablaba inglés o francés, y lo poco que decía era de dudosa credibilidad), y en donde la gran historia era que ahí filmaron escenas de Gladiador, de Prince of Persia, Lawrence de Arabia y de Game of Thrones. Pero en fin, un lugar increíble.  



legendaria foto en el viento que nos sacó la alemana


Después dormir en un hotel al que nos llevó Abdou en uno de esos pueblos que ya era más bien una ciudad (si se deja de lado el concepto de ciuda que venimos trayendo de Europa, claro), nada mal, la cama más dura que usamos en nuestra vida, reírnos con el grupo de la sopa que nos sirvieron, rica tajina vegetariana para la alemana y para mí, reírnos más de cómo para todo terminamos pagando. Al otro día de nuevo a la ruta, visitamos un oasis con otro guía, Mourad, esta vez con mucha más onda e información sobre palmeras, naturaleza, costumbres berberes (es que uno piensa árabes, pero en verdad la mayoría del país son berberes que adoptaron el islam), historias, chistes. También nos llevó, en el pueblito al lado del oasis, a visitar la casa de una familia tradicional, en donde nos mostraron un montón de alfombras típicas hechas a mano, nos hablaron sobre eso y, obvio, intentaron hacer algún negocio, que sólo funcionó con la alemana. Después visitamos un cañón enorme que me hizo pensar en Talampaya pero en otra dimensión. Y, finalmente, el desierto: ahí en una puntita del Sahara nos estaban esperando nuestros camellos, mejor dicho, nuestros dromedarios, a quienes montamos en una pequeña expedición hacia una duna gigante bajo la cual estaba nuestro campamento.

foto improvisada de la habitación de hotel

el grupete siguiendo al guía por el oasis

el cañón loco

expedición Sahara




Y en este punto, hay poco que evocar salvo el silencio intranquilo del desierto, perturbado siempre por el sonido de las ráfagas de viento que volaban arena y te pegaban en la cara, el paso extraño de los dromedarios, que son más altos y más incómodos de lo que parece. Hay un detalle que para mí es esencial porque esta historia también es mi vida, y es que justo ese día era, o casi era luna llena y yo había empezado a menstruar, disculpe si este dato incomoda, preciadx lectorx; si es así, primero que no debería, y segundo, imagínese montar sobre la joroba de un animal durante hora y pico con las piernas abiertas intentando que la derecha no se introduzca entre las piernas del de adelante (iban atados en fila, y, además, haciendo sus necesidades visible y olorosamente cada dos por tres), hinchada, buscando no caerse y adaptarse a los movimientos de sube y baja, justo ahí en el primer día. Temía que eso me pasara, por cuestiones de cálculos y fechas, pero finalmente sucedió y creo que fue una experiencia increíble, así que una vez más no lamento, sino que agradezco a mis ciclos.
Anocheció en el desierto y pasó de todo muy tranquilamente: desde jugar al jueguito de las manos que golpean una o dos veces en ronda sobre una mesa, hasta cenar tajina hecha ahí mismo, escuchar y tocar tambores africanos, reír y aprender nuevas palabras en torno a una fogatita pequeña, y la luna ahí brillando, iluminando las dunas infinitas.

los campamentos desde la duna gigante

la luna y el mar de arena


amanece



Creo que no hay tanto que contar después de esto. El día siguiente fue básicamente andar camino atrás en la ruta y muchas horas de combi, llegar a Marrakech, el quilombo otra vez y el riad. Al otro día nos fuimos a Casablanca, en un tren de casi cuatro horas. Habíamos reservado dos noches ahí por airbnb, en lo de una pareja de Senegal, y pronto nos dimos cuenta que podríamos haber pasado sólo una mañana, porque no hay tanto para ver o hacer en la ciudad, más que una mezquita enorme y hermosísima, y el famoso Rick's café, obviamente no el original, que sólo existió en algún estudio allá por Hollywood, aunque un señor marroquí con el que hablamos nos asegurase que ahí habían filmado la película. Pero al final estuvo bien porque tuvimos tiempo de descanso, cenamos dos veces en el mismo restaurant a una cuadra porque era muy bueno y barato, después nos fuimos y constaté que había perdido cien dólares que me quedaban, en algún momento, en algún lugar, me puse mal, Ger me convenció de que no sea boluda, y después de un largo rato se me pasó.

desayuno en la terraza del riad

en la Madraza, o escuela coránica (antigua) en Marrakech, antes de salir para Casablanca

la mezquita de Casablanca, impresionante



en el Rick's Café (adentro no dejaban sacar fotos, pero estaba muy bien ambientado, aunque con precios París)

En Marrakech de vuelta teníamos que encontrar el otro riad, porque para el que habíamos ido antes no había lugar esas fechas, lo cual implicó toda una odisea entre, again, las callejuelas enquilombadas que conocíamos pero que nos volvían a sorprender y a asustar un poco (al menos a mí, y más mientras iba anocheciendo), y que en la última placita de referencia nos llevó a preguntarle a un tipo de ahí (como decían las indicaciones que nos mandaron), quien nos llevó laberínticamente al lugar, seguido por un séquito de otros que le iban gritando cosas, y a quien, obviamente, había que dar una propina (claro que sólo nos quedaban unas monedas, lo cual no le gustó para nada al señor).En fin, cansancio, y la mañana siguiente para pasear un poco más, intentar negociar con los marroquíes para comprar algún souvenir (nos dimos cuenta de que jamás compramos nada en todo el viaje, y por algún motivo decidimos que este era el lugar, aunque por mi parte soy muy mala intentando regatear), intentar ir caminando al aeropuerto que queda cerca, y terminar parando un taxi y preguntarle si acepta los últimos ocho dh que nos quedan (algo así como ochenta centavos de euro) para alcanzarnos esas cuadras que nos quedan, que nos acepte cagándose de risa, al final le pagamos esos ocho y además una lapicera (¿?).

en los jardines de Majorelle, antes de irnos


Todo tan resumido, pero el clima fue así, mezcla de vorágine y paz inmensa espacial desértica, cansancio mental y silencio sublime en la naturaleza, sentir más en la piel y en el alma ese choque eléctrico que es el viaje, el cruce, el atravesar de un lado a otro un mar y una idea y una imagen de mundo, una capucha de prejuicios y conceptos y sensaciones que creemos estar seguros de tener, pero de pronto no lo estamos.
Eso.

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