domingo, 29 de enero de 2017

Croacia: welcome to the balkans


Hace ya más de una semana, un ratito después de la escala en Bruselas, estábamos aterrizando en Zagreb, el destino más al Este en el que habíamos estado, al menos en este viaje. Apenas salimos del aeropuertito (tito), se nos apareció el paisaje que tanto esperábamos y al que, un poco, temíamos: todo cubierto de nieve, helado. Con una mezcla de rara excitación, mucho frío y curiosidad, seguimos el itinerario que nos indicó la chica de información turística en un español muy correcto: bus, tranvía y tranvía, para llegar al departamentito (tito) que le alquilamos a Marko, uno de esos personajes que aparecen en la historia, muy buena onda y muy emocionado porque éramos sus primeros huéspedes y quería que todo salga bien. Aunque eran cerca de las cinco de la tarde, ya era de noche y estábamos cansadxs, así que sólo los chicos salieron un poquito más para volver con una pizza, y nos quedó el día siguiente para conocer la ciudad. Recorrimos lo que pudimos del centro nevado, explorando con el mismo frío y la misma curiosidad del principio, parando de a ratos para entrar en alguna panadería o algún museo o algún café para calentarnos el cuerpito.






el que adivine en dónde sacamos esta foto se gana un dulce de leche

Pero como no habíamos visto suficiente nieve ni se nos habían congelado demasiado las manos y los pies, al otro día salimos para el Parque Nacional más conocido de Croacia, el Plitvice, en donde el atractivo principal consiste en una serie de lagos y cascaditas entre montañas. Claro que todas las fotos típicas del lugar las sacaron en verano, cuando parece que el agua toma unos colores preciosos: a nosotrxs nos tocó una foto distinta, vamos a decir, toda blanca y helada. Llegamos ya de noche al alojamiento que conseguimos cerca, dormimos en nuestro refugio calentito y rodeado de nieve (después de que la dueña de casa nos haya convidado un fuerte “schnapps” tan alcohólico que casi me deja de cabeza), y al día siguiente fuimos a conocer. No se podía visitar todo el parque, pero en parte mejor así, porque para cuando llegamos al límite del recorrido permitido, después de más o menos dos horas en la nieve, con una patinada en el hielo y caída de culo incluida, yo ya estaba congelada. Igual, para mí, fue impresionante y hermoso. Nos fuimos con los ojos brillantes, llenos de blanquito.

vista desde la ventana de nuestra casita


lago congelado









Y ahí, ya en la ruta, una vez más, la aventura se hizo trágica y volvió a aparecer un conflicto, esta vez en forma de una atrevida liebrecita que se nos cruzó fugazmente en el camino, muriendo en el acto sin remedio, volando por los aires mientras Ger frenaba asustado y todxs conteníamos por unos segundos la respiración. No sólo fue triste el accidente y la muerte así tan cruda que aparecía de golpe, sino también lo que los chicos constataron un minuto después: varias partes del frente del auto habían quedado visiblemente dañadas o abolladas, lo cual significaba pagar una fortuna a la empresa que nos lo alquiló, porque no habíamos pagado la franquicia del seguro completo que nos ofrecieron. Esta vez, nada que hacer, c'est la vie, o al menos eso pareció.

El incidente no nos impidió, sin embargo, seguir andando, y pronto pasamos por un túnel que de una forma mágica y maravillosa transformó el clima helado y las rutas llenas de nieve alrededor en un clima mucho mejor y más pasable. Nos estábamos acercando a la costa, y después de un rato llegamos al siguiente destino: Zadar, en donde, ya de noche, visitamos el casco viejo y la costanera, con su curioso órgano de mar, que hace unos sonidos muy locos, y su “greetings to the sun”, un círculo enorme de paneles solares que se cargan durante el día y hacen luces locas de noche. Ger y yo sentimos, caminando por las callecitas de la parte vieja, un ambiente conocido: todo se parecía mucho a varios pueblitos que conocimos en Italia. Todo muy bonito, al día siguiente conocimos lo mismo pero de día, y después ya volvimos a embarcar con destino a Split, cada vez más al sur. Antes paramos un ratito en el pueblo de Sibenik, que nos encontró de pronto perdidxs entre callecitas estrechas, oscuras y desiertas que subían y bajaban. Muy fantasma, muy lindas también.





Así que, Split: parece que ahí está explotando el turismo, pero por suerte vinimos en invierno, por lo cual pudimos ver una ciudad no tan invadida, y conocer con tranquilidad el famoso Palacio Dioclesiano, que es como un complejo de ruinas de la época romana en adelante, amurallada, como un pequeño casco histórico dentro del centro que ya es histórico de por sí. Paseamos, nos costó (y no fue la única vez) encontrar lugar para comer, tanto de día como de noche: en casi todos los lugares croatas en donde estuvimos, constatamos que hay bares y cafés pero no venden comida (¿la gente sólo toma, acá?), o restaurantes demasiado caros para lo que pensamos gastar, o panaderías, o... Nada. Algún supermercado, quizás. Pero cero comida al paso, y mucho menos opciones vegetarianas, por supuesto, salvo el burak, o burek, no sé, una especie de empanada de masa hojaldrada y en espiral, pero es súper frita, así que comerla todo el tiempo no da. Igual, también, siempre alguno que te vende cortes de pizza encontrás.


señoras con pañuelo en la feria de frutas


mientras intentábamos hacer esta ridiculez, aparecieron unos como de un noticiero o algo así a filmarnos (¿?)

gatos croatas, se juntan a vaguear

Seguimos camino adelante, nuestro croata mejorando (gracias a Migue que iba tirándonos vocabulario), intentando no pensar en la liebre o, como lo llamamos, el conejito (¿y si era una?¿y si era ella?) y sus consecuencias, hicimos una parada en el pueblito de Makarska, con su bella pequeña bahía pegada a la montaña. Hay algo en la costa croata, costa adrática, Dalmasia o como se prefiera, que me hizo sentir extraña: mirando al mar, nunca se ve el horizonte infinito, jamás, porque siempre hay una, dos, tres, diez islas e islitas enfrente, como montañas que van saliendo del agua y que hacen un paisaje rarísimo.
en Makarska

el agua es increíble



Y así, como quien te dice, boludeando, llegamos al último destino croata, el destino super star: Dubrovnik. Antes tuvimos que pasar necesariamente por un pedacito que Bosnia tiene en la costa, porque así de ridícula es la geografía y las fronteras, así que otro sellito que va y que viene en los pasaportes.
Qué decir de Dubrovnik, además de que todxs lo conocen por Game of Thrones, y que ya pasamos por tantas locaciones en donde se filmó esa serie, que voy a tener que empezar a verla. Es el destino más turístico del país, y una vez más, tiene un casco viejo hermoso pero muy preparado para quien vaya con intenciones de pagar precio París en cada restaurante y souvenir. Lo mejor de Dubrovnik fue la personaje que nos hospedó por airbnb: Majda, una señora sesentona que podría describir como señora-top-charleta-borracha-o-en-un-estado-permanente-de-excitación, que llegó una hora después de lo más o menos pautado (en el medio llegó una vecina que no hablaba inglés a tratar de explicarnos la situación) porque su suegra estaba en el hospital, y cuando llegó tardó una hora más en contarnos toda la historia de por qué su suegra estaba en el hospital y por qué hubiese sido mejor que se muera; historia que incluía a la guerra de la ex Yugoslavia, préstamos bancarios, francos suizos, ataques al corazón, y hasta a mí misma con algo que no entendí en un banco de Zagreb. Para qué contar el resto. En fin, es cierto que tuvimos una vista hermosa de la ciudad, y pudimos recorrerla bastante. Lo segundo mejor fueron los gatos, que estaban por todos lados y que eran súper mimosos y amigables. También visitamos un museo sobre la guerra, y empezamos a interiorizarnos un poquito en la historia de estos países que hasta hace tan poco estaban matándose entre sí. Muy fuerte.


no favorecía la luz, pero esa era la vista


¿cuántos gatos hay en esta foto?

Ayer, entonces, nos despedimos de Dubrovnik, no sin antes cargarnos un poco de sol en la playa, y hacer una excursión a una especie de easy o sodimac croata para comprar un aerosol metalizado para intentar esconder las marcas del auto (¿?), idea que estuvieron masticando los chicos durante todos esos días. Al final, terminamos una vez más en el garage de lo de Majda, llamándola para pedirle cinta y no sé qué más, los chicos haciendo todo tipo de bricolage sobre el capó mientras yo me daba por vencida. Una vez que ya no hubo más que hacer, volvimos a la ruta y cruzamos nuevamente la frontera, esta vez para que Ger nos deje en nuestro siguiente destino bosnio, y siga de largo para ir a devolver el auto en Zagreb.


Pero esto ya es historia de otro país, y se me hizo larga la cuestión. Qué pasó con el auto y todo el final de esta historia, vendrá, pues, en la siguiente entrega de esta ridícula novela de la vida misma.

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