lunes, 3 de octubre de 2016

Isladia de abajo a arriba



Ahora se nos acabó Islandia, escribo parada desde los únicos dos enchufes que encontramos en el aeropuerto de Keflavik, después de encontrarnos con una argentina que acaba de llegar.
Se nos acabó la fiesta loca de paisajes y cielos y rayos y luces y sueños. También se nos acabó vivir en el autito, y aunque vayamos a extrañarlo por nostalgia, somos felices por eso. La rutina de pedir agua caliente en la última estación de servicio en la que usamos el baño, buscar un lugar para dormir en la ruta (no muy iluminado, tampoco tan oscuro, que no tenga el cartelito “no overnight staying”, que no de miedo pero tampoco muy a la vista... qué rebuscadxs),verificar si había o no aurora boreal y sacar las fotos correspondientes, comer sopita de noodles y lavar el potecito con papel higiénico, lavarse los dientes con botellas de soda que compramos por error (las desventajas de no conocer el idioma), reclinar el asiento, ponerse la bufanda y el buzo en los pies, la frazadita de polar y la bolsa de dormir, apagar la luz, moverse toda la noche buscando una posición cómoda, despertar con ganas de hacer pis en el medio de la nada islandesa. Así le dimos la vuelta a la isla, sin haberlo realmente planificado.

La ruta 1 es un anillo que rodea al país casi siempre por la costa, pasando por la mayoría de los lugares más lindos y variados. Es gracioso, pareciera que los islandeses hubiesen querido ocuparse de que nunca estemos aburridos y nos hubieran puesto paisajes y cositas para ver una atrás de otra: “a ver, poneme un poquito de este musgo acá... un par de kilómetros, a la vuelta de la montaña hagamos que cambie de repente y de pronto sacate una arena roja con piedritas, después unas montañas con nieve y al costadito un glaciar que cuando te vas acercando son dos glaciares y después uno gigante, y si seguís poneme un poco de esos piquitos que salen de la tierra y parecen tetas grandes, unos cráteres acá y allá... Un volcán...”. Los islandeses, por no decir los dioses nórdicos y por qué no la Madre Tierra, con tanta cosa grandiosa y magnífica cuesta no creer que ella nos está regalando todo esto (¿habremos hecho algo bien?).

Lo primero que nos sorprendió así fue el sur, porque arrancamos desde ahí, y es ahí en donde hay “puntos de interés” (marcados con un simbolito especial en cada desvío de la ruta) cada pocos kilómetros, y encima el camino entre uno y otro es igual o más increíble. Algunos están simplemente ahí y sólo hay que caminar unos metros o subir unas piedras para ver, como las cascadas Seljialandsfoss o Skógafoss (ya aprendimos que foss es cascada, ¿ven? No es tan difícil el islandés), o los lagos glaciares como Jökulsálón, en otras hay que caminar un poquito más, y en otras directamente son largas y hermosas caminatas entre las montañas (como la que lleva a Svartifoss y después sigue hasta el glaciar Skaftafellsjökul, o la primera que hicimos, entre humitos que salen de la tierra, yendo al río termal en Hveragerdi).


camino al río termal de Hveragerdi


Dyrolaey


todo lo que no podés hacer, lo que te puede pasar, y aliens


campitos de farditos malvaviscos


los "Cairn", pilitas de piedra que hace la gente por todos lados


musguito hermoso


por Fjadrárgljúfur


Skaftafellsjökul (creo)



Svartifoss





más advertencias islándicas


en Jökulsálon con la alemana que levantamos haciendo dedo


y sin embargo está lleno de papeles higiénicos


real danger


Y resultó que pudimos hacer todo eso (y más) tan rápido, en unos pocos días, que nos dimos cuenta que sí íbamos a poder dar la vuelta entera y llegar a ir a los fiordos del oeste, que se separan un poco del camino. Así que le dimos un poco más rápido en el este, para llegar a hacer lo que llaman el “diamond ring” que está al norte y que lleva otro par de días. Ahí el paisaje empezó a cambiar y nos pusimos mucho más volcánicos, con más cráteres humeantes y burbujeantes, como en Hverfjall, paisajes desérticos y a veces negros llenos de piedras y cenizas tipo Mordor, como en el área de Krafla o las formaciones de lava de Dimmuborgir, donde viven los trolls. Y lo mejor de todo es que por esa zona empezamos a descubrir lo bien que hicimos en venir, casi de casualidad, en esta época: el otoño estaba desplegando todo su esplendor, llenando los paisajes de amarillos, naranjas, rojos, marroncitos. Nos maravilló la vista de cientos de arbolitos otoñales en medio del cañón mágico de Ásbyrgi. El otoño es felicidad, siempre lo supimos.


Hverfjall


Hverfjall


acá en Mordor


saliendo de Daddi's pizza vi esto


por Höfdi


Höfdi


acá en el trono de los troll


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casitas de pasto


por Asbyrgi




osita corriendo en playas árticas


Charlie disfrutando del sol antes de bañarnos en las termas de Grettislaug frente al océano


Resultó también que algunas cosas nos tuvimos que perder, obvio, primero porque Islandia está llena de cosas para ver y se necesitaría mucho más tiempo, segundo porque tuvimos que cuidar mucho el presupuesto: es un país hiper caro, muy turístico, con lo cual las excursiones eran impensables para nosotrxs, más si se tiene en cuenta que esto es un viaje dentro de un gran viaje, y todavía nos queda mucho por recorrer y gastar (también se notó la poca especifidad en otros aspectos: no vinimos, como la mayoría de la gente que vimos, ultra preparados para el frío y las “hiking routes” con nuestros trajecitos marca quechua impermeables anti frío anti todo, ni con algo para calentar la carpa que no usamos, o cocinar, y bla bla. Pero igual, nos las arreglamos bien). Así que no fuimos a andar a caballo, ni vimos ballenas, ni puffins. Vimos gaviotas y foquitas.

Pero llegamos a los fiordos del oeste. Un fiordo es (para los que, como yo, no sabían de qué se trataba) la caladura que hizo un glaciar en la tierra y se retiró, dejando una especie de cañón entre las montañas, que se llena de agua, de modo que queda un paisaje increíble de montaña y mar pegaditos, y como lagos entre montaña y montaña que a veces son súper espejados y parecen de cuento. Tampoco los recorrimos enteros, sólo un poquito porque ahí es otra ruta que a veces se complica y lleva más tiempo, así que fue mucho de ver desde el auto (y no poder parar a sacar fotos, porque los miradores no siempre están en el mejor lugar) y disfrutar, siempre acompañados de la maravilla otoñal.




en una súper caminata antes que se nos encaje el auto en un camino de piedritas




no traigas perro o te caés a la bosta.


bailando en el punto más al oeste de Europa (según algunxs)



estoy cansada y sólo me queda una oreja



Kirkufell


Kirkufell, ji ji


Dejamos para lo último el tan aclamado “círculo dorado” que es la parte más turística, cerca de Reykjavik, y que, como bien nos había dicho Pepu, es lo que menos “vale la pena”, un poco porque está lleno de turistas y otro porque son cosas que quizás ya habíamos visto en otros lados y que pueden verse rápido, sacar una fotito y seguir.




la multitud esperando el brote del geyser


Gullfoss


¡le gente tira monedas en los cratercitos humeantes!! La gente está loca


Kerid


caballito

Todo esto con el esfuerzo de resumir lo que fueron casi dos semanas de aventuras, y siento que no dije nada. Quizás deje, también esta vez, hablar más a las fotos que pueda subir desde este bendito aeropuerto, y al relato que podremos contar a lxs amigxs una vez de vuelta en casa. Porque la aventura sigue, un regalito nos espera a la vuelta en París, y la historia debe continuar.


PD: un abrazo a Tomas, el polaco groso que nos ayudó cuando nos encajamos en un camino de piedritas, respondió a nuestros pedidos de ayuda en la ruta con frío (después de que un islandés nos diga que no porque tenía un funeral... ¿?), y terminó haciendo que saquemos el auto, cavando con piedras y con un cartelito que arrancó felizmente de su lugar y fue la mejor pala del mundo. ¡Grande polaco!!!


1 comentario:

  1. viiiisteeee, son alieeensss!!! que tarados haciendo las mismas cosas y chistes en lugares remotos, en tiempos distintos. aguante nosotros.

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