Es que en realidad
se nos había acabado Islandia y papá ya estaba en París recién
llegado, en su piecita de hotel al lado de lo de su prima en el
12ème, de modo que fue volver para encontrarse con un encontronazo y
una semana de idas y vueltas del camping (donde ¡gracias amiguis!!
otra vez pudimos alojarnos) a buscar a papá y a los paseos,
nuevamente en esta ciudad que, siento, cada vez nos acoge un poco
menos.
Acá estaba papá
con sus 72 años y todos sus achaques, habiendo tomado el segundo
vuelo internacional de su vida, acá en un largo abrazo de dos
semanas y pico. A los efectos de esta historia, mucho me gustaría
telenovelear pero de nada serviría, como tampoco sirve en este viaje
o en esta vida, que para eso estamos aprendiendo, che. Así que vamos
a dar un gran salto de esta semana que pasó en París, por lo menos
por dos cosas: primero, porque nos dedicamos simplemente a hacer
(despacito) que papá conozca lo que pueda de los lugares turísticos,
y algo de esta ciudad, que creo ya se sabe en verdad no es la que más
nos gusta, "peeero..."; segundo, porque me es aún imposible codificar esta maraña
de emociones, poblada en gran parte por sonrisas y felicidad, por reencuentros familiares (papá y su prima, pero también las hijas de su prima que no veía hace añares), por querer que salga todo lo mejor posible, pero
también por estreses de todo tipo, sin contar el que produjo
finalmente el límite de mi paciencia con la tía Marta que culminó
la estadía en broche de oro, pero esas son las telenovelas que prefiero dejar pasar.
Hablando con Anna en el camping, el otro día, recordé las
constelaciones familiares y algo se movió en mí, como buscando. Al
fin y al cabo aquí estamos con Ger y con papá, en dos viajes que se
cruzan tan distintos, el de él y el nuestro, pero que son siempre
desafíos, y estoy segura de que si hay algo que todxs estamos
haciendo es aprender de lo que nos rodea y de nosotrxs mismxs. Sino,
¿para qué habríamos salido?
papá flashando en el museo de la cinemathèque de Paris
festejando el sol en jardins de Luxembourg
Eso sí, lo que
siguió fue una gran decongestión en varios planos, luego de algunos
pequeños incidentes, llegando con alegría aquí a Bilbao, en donde
¡otro feliz reencuentro!, Néstor (amigo que papá no veía hacía
muchos años) nos estaba esperando. Él y su pareja Amagoya nos
recibieron con un mate de lujo en su departamentito, que incluso nos
están dejando para dormir, mientras ellos pasan la noche en otro
lado. Nos están malcriando de lo lindo y aconsejándonos sobre
visitas a hacer en la región, que hoy ya estuvimos probando. Pero
eso vendrá después, porque a toda esta condensación le sigue que
me vence el cansancio, y que la hermosa Bizkaia se merece una
historia nueva y radiante, en la próxima edición de esta columna
delirante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario