Estamos acá, nos
fuimos de casa, nos fuimos de viaje, decidimos desgajarnos y salir
rodando para descubrir de qué manera casa puede ser el mundo.
Estamos acá, y
aunque parezca obvio, es difícil darnos cuenta de que no estamos
allá.
Sobre todo cuando
las cosas se ponen duras y llueve y no tenemos ganas de ir a un
trabajo que sólo estamos haciendo por un mes más, sólo para poder
despegar de nuevo.
Y sobre todo que si
queríamos y creíamos tener un cable a tierra allá de donde
venimos, la ilusión se cae a pedazos de golpe en el instante en que
nos dicen que todo se mueve. No nos dicen: se ve, se escuchan sus
voces por teléfono. Mi familia, mis amigxs, les pasan cosas, les
pasan mil cosas, se transforman allá donde no lxs puedo ver y el
tiempo pasa y se nos dificulta la existencia si queremos estar al
tanto de todo. Si queremos estar en todo.
Se me fractura todo
el imaginario. Se me reacomodan los sesos y reconfiguran las
dimensiones. ¿Tan lejos?
¿Cómo se hace
cuando de pronto estamos todxs pegando el estirón, pero igual no
llegamos a darnos las manos?
¿No se puede un
abracito, uno y ya, mamá, papá, que después me vuelvo y sigo todo
lo que estaba haciendo?
Nos fuimos tan lejos
que perdimos de vista el horizonte.
Qué bobos: acá en
el país de los camping-car, se nos vienen apagando los motores.
En marcha, en
marcha. No se sabe a dónde vamos: ¿más lejos, quizás? Que cale
profundo el aire y el desafío. Toc toc, bienvenidos. Hace tiempo
vienen llegando los miedos cada vez menos elegantes y menos vestidos.
Parece que las
visitas nunca se acaban, como los viajes y los destinos.
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