jueves, 21 de julio de 2016

Estadía intersticial

No sé si es que me gusta (y siempre me gustó) hacer las cosas un poco por la mitad, o que quizás me atrae ese espacio de lo no concluido, sin envase ni etiqueta, lo no definido, o de manera más elegante, lo intersticial.
En todo caso, fue venirme a vivir unos meses a París pero estando en la burbuja del camping, justo en el bordecito, al sudeste, en un mobilhome y no en un departamentito, sin la ventanita que deja ver entre sus celosías a la torre Eiffel (aunque si se presta atención, desde acá también se la puede ver, chiquita, a cielo abierto, fuera de cualquier marco de encierro). Fue venir a París y terminar hablando (¿quizás?) un poco peor francés, y un poco mejor inglés, mejor dicho más inglés que francés, y dejemos las evaluaciones para otro momento.
Fue venir a París y descubrir que el pan lactal es mucho más barato que en Argentina, a veces más barato que la baguette, que encima sólo se puede comer fresca porque al día se endurece. O sea que fue venir a París y reemplazar la baguette por el pan lactal... Y así.

Fue venir a París y estar aprendiendo más de mí que de la Historia. O quizás, fue venir a París y nutrirme del mundo y de la Historia para abrir algo más de mí. Pero en todo caso, me cansé del Louvre, me faltan mil museos, nunca subí a la torre Eiffel.

¿Habré tomado hábitos nuevos y no me estoy dando cuenta? El queso brie, por ejemplo, y todos los quesos. O la manera de saludar a la gente, distante (y trago saliva, porque es lo que menos quise tomar). O cómo funcionan los negocios y los supermercados, y cómo una se tiene que comportar en ellos. ¿Qué hay de bueno, qué hay de malo? Todavía no lo sé (es que, ¿hay cosas buenas y cosas malas, o es todo un invento de alguien que nos quiso joder la existencia con eso de la moral?), pero seguramente mucho hay de novedad, aunque sea escondida... Intersticial.
A veces todo a mi alrededor parece conocido, a veces vuelvo a abrir los ojos, y en el mismo lugar por donde paso todos los días, descubro una inmensidad. Incluso en el mismo camping que recorro cinco o seis veces por día, o más. “Estamos en París, Ani. ¿No es re loco? Estamos en París... Vos, y yo”, me dice Ger cada tanto.
Mientras esa frase exista, no dejamos de sorprendernos. Ya pasaron 4 meses de viaje, quizás hasta hayan sido los cuatro meses más tranquilos, o los más estables (aunque me cueste creer lo que estoy diciendo), y mi cuerpo ya se está desquitando conmigo, dándome anginas y demás historias.
No puedo imaginarme lo que será cuando estemos en Croacia o en Italia o en Islandia o en vaya una a saber dónde. ¿Dije mucho? No vayamos a adelantarnos, ya bastante con los viajes en el tiempo, y basta de ansiedad. Todavía queda un mes y pico de estar en París sin estar estando, y cuánto te apuesto que a la salida vamos a mirar para atrás y extrañar...


cuando París no parece París, porque en realidad es otra cosa





voilà.

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