Desde el calor del
hogar dulce hogar alias our little mobil-home again, me vuelvo a
encontrar con el terror de la hoja en blanco y el
cómo-ordeno-todoloquequiero-decir.
Voy a permitirme
contar la aventura de nuestro fin de semana, recordando al querido
lector que para nosotros esas tres palabritas significan algo raro,
que empezaría normalmente a mediados del lunes y estaría terminando
en unas horas a partir de este momento (martes about 10 pm).
Todo muy lindo con
París, pero también estábamos un poco cansados de la ciudad (y eso
que ya vivimos en un camping). Nos lo dijimos el fin de semana
pasado, y decidimos salir a algún lugar no muy lejano, pero que nos
permita conocer algo distinto y relajar. So, ayer después del
trabajo salimos a Gare de Lyon (haciendo antes una parada en el metro
Argentine para comprar mi pase Navigo para el transporte, con la
esperanza de que los 70 euros sean bien invertidos y viajemos
muchísimo este mes), nos tomamos muy afortunadamente el tren
correcto en esa estación en la que aún no entendemos cómo la gente
se entera en dónde están los trenes que tiene que tomar, y partimos
rumbo a un lindo pueblito a 40 minutos que habíamos visto en
internet, Moret-sur-loing.
Habíamos alquilado
habitación por airbnb en la casa de una familia muy simpática, y
nos fueron a buscar a la gare, Émilie con sus dos hijitos, el petit
Louis y el bebito Lucien, entre quienes viajé apretujada en el
asiento de atrás. Ya en el trayecto (la gare era en
Veneux-les-sablons, pueblo al lado de Moret, que a su vez estaba al
lado de Écurelles, en donde estaba esta casa. Sí, uno al lado del
otro todos seguiditos) fuimos viendo lo bonito que era todo por ahí.
La cosa es que una
dice “vamos a un pueblito” y se imagina un Magdalena o Santa
Teresita cualquiera. No es que quiera faltarle el respeto a Magdalena
o a Santa Teresita, que considero igualmente dignos de admirar, pero
acá te vas a un pueblito y de pronto tenés una iglesia construida
hace 600 años, y la ves desde el otro lado de un arroyo con patitos,
y un puente y un molino, y si seguís caminando te encontrás con
casitas y construcciones del 1600 en donde la gente sigue viviendo y
poniendo negocios y todo. Y las callecitas angostitas, enredadas.
Todo medieval. Qué se yo. Es distinto.
Así que tuvimos una
cena típica francesa ahí en la casa con la familia entera (papá,
mamá, hijitos), con apéro, entrada, plato, queso, postre, y té y
galletitas. Todo. Sí, queso antes del postre, típico. Y en realidad
no debería decir té sino “tisane”, porque acá la diferencia
parece ser enorme, y para todo el mundo claramente el té es muy
fuerte y la tisane no (aunque se tomen dos, con galletitas de
chocolate en el medio). Cosas raras de franceses, de esas hay mil.
Pero en el medio entre el postre y la tisane salimos con Ger a
aprovechar lo que quedaba de luz (acá está anocheciendo como a las
9, y cenan muy temprano) con unas bicis que nos prestaron, fuimos
hasta el pueblo, vimos la iglesia vieja, el puente, los patitos. Y el
silencio: 9 de la noche, todo cerrado, ni un alma en la calle.
Murciélagos. El río. Silencio. Un poquito de miedo, pero maravilla.
Y hoy, después del
desayuno, salimos también en las bicis a ver un poquito más del
pueblo, y después tomarnos el tren para ir dos estaciones atrás, a
Fontainebleu, con la intención de conocer el castillo desde afuera
(porque obviamente también está cerrado sólo los martes) y sus
jardines, y además conocer algo del bosque, que es una cosa inmensa
al parecer.
Al bosque no
llegamos, hay que decirlo, hubo una pequeña tragedia, sin
profundizar mucho, el asiento de la bici que me tocó a mí me fue
muy incómodamente lastimando “la entrepierna”, algo hice mal,
etc etc. Pero esa es la parte no bonita, porque antes de decidir que
no podía andar más, igual recorrimos bastante, vimos el castillo,
un poco de los jardines enormes, muchos patos, unos cisnes con sus
cisnecitos, y sobre todo mucho, mucho sol, que nos hacía falta. Y
risas, y comida en el parque, y amor.
Y por más que no
hayamos ido al bosque, y ahora me duelan un poquito algunas partes
que no sé ni nombrar, fue un buen fin de semana. Siempre hay
movimiento y cambios, siempre lo siento. Me lo confirmé en el tren
de vuelta, cuando descubrí que mi hermano me había mandado un audio
la noche anterior. Con el solcito del atardecer filtrándose por las
ventanas, el ruido del tren de fondo, Ger enfrente mío leyendo, y
mucha paz, lo escuché tocando la guitarra, tarareando, sonreí
fuertísimo, de pronto me largué a llorar.
Quizás estoy
empezando a extrañar más fuerte. Sólo quizás.
Pero fue un hermoso
fin de semana, y seguro mañana también hay sol. Habrá que esperar
para ver.
Leer "mi hermano", "quizás estoy empezando a extrañar más fuerte. Sólo quizás", "Pero fue un hermoso fin de semana", obviamente a mí también me hace llorar. Pero pienso, es de felicidad, es por tener una hija tan hermosa en el más amplio y maravilloso de los sentidos. Y no importa sentir que la extraño mucho, sino que su experiencia sea la que más la haga crecer y ser feliz. Pero siento, siento que esto es lo mejor para ella, para su vida, que...qué bonito el castillo medieval, y la vivencia real con la familia francesa, y qué pasó con esa bicicleta y y y....seguro que mañana también hay sol por acá, hay que esperar, tener paciencia, que es lo fundamental, como dice tu hermano, mi hijo querido, hija querida mía
ResponderEliminarAni, la proxima vez que voy à la forêt de Fontainebleau, te llamo !
ResponderEliminar