¿Me entrarán todas las cosas que tengo para contar sobre un
país en este texto?¿Lograré llegar al final sin estresarme por el esfuerzo de
resumir, podré mantener la atención de quienes leen hasta la última
palabra?¿Llegaré a meter a Polonia en un sanguchito?
Let’s find out.
Como había contado, el martes muy temprano el trío se separó
(ya se siente cerca ¡el trío terminó! Seremos solo dos…), eso quiere decir que
mi hermano partió rumbo a casa por cuestiones de organización familiar, y madre
y yo embarcamos en una nueva aventura en otro idioma. En realidad (como
siempre) fueron varios idiomas al mismo tiempo, desde el principio: el primer
tren que habíamos conseguido fue un “sleeper” de Lviv a Przemysl
(impronunciable), ciudad polaca cerca de la frontera. Así que viajamos como en
las películas, en un compartimiento con cuatro camitas, mamá abajo yo arriba, y
en la camita de enfrente Stanislav (creo que lo rebauticé), un ruso que me
preguntó where are you from con google translator y de ahí siguió toda una
charla medio en ucraniano, medio en ruso, medio en inglés, en la cual él me
hablaba como si yo entendiera todo y la mitad me lo inventé, pero la verdad es
que pudimos intercambiar bastante y me dijo cosas muy interesantes, hasta me
terminó diciendo que me tengo que ir a Canadá (¡chan! ¿Se abre otra puerta?).
De fondo un paisaje de bosques nevados, hicimos migraciones desde el tren (para
salir de Ucrania un milico se llevó nuestros pasaportes como veinte minutos, en
Polonia una policía pasó dos minutos con una maquinita y chau), y cuando
llegamos a la estación, la nieve empezó a caer un poco más fuerte. Esperamos un
poquito, fascinadas, y embarcamos el segundo tren, esta vez con asientos
normales, más moderno y hasta con wifi, rumbo a nuestro primer destino polaco:
Cracovia.
charlas con el ruski y paisaje
el primer tren polaco
El cambio entre los dos países, la entrada a la Unión
Europa, fue muy notoria, no solo en la modernidad del tren sino del resto de
las cosas, y también en la mirada de la gente, o mejor dicho la no-mirada de la
gente, para quienes ya no éramos una rareza sino dos más entre el montón. En
Cracovia para salir de la estación de tren había que pasar por un shopping
enorme, y de pronto estábamos en el mundo del consumo otra vez. Me acordé de la
vida en París, de la parte que no me gustaba. Nos tomamos un taxi que nos salió
más caro que los pierogis (comida polaca que se volvió nuestra única opción
vegetariana) que almorzamos después.
Estábamos alojadas en el barrio judío, rodeadas de
sinagogas. Tan poco judía me he sentido en mi vida y en este viaje de pronto me
lo tiran en la cara todo junto. En fin, el primer día después de llegar
recorrimos un poco, y el segundo nos maravillamos con el casco antiguo e
hicimos nuestro merecido free walking tour (los extrañaba). Fuimos a Cracovia
porque mi abuelo estuvo ahí cuando pudo irse del ejército después de la guerra,
e hizo exactamente el trayecto que hicimos nosotras en tren, parando en Przemysl.
Lo que nos impresionó fue exactamente lo mismo que él contaba en su libro: es
una hermosa ciudad, con su imponente castillo de Wawel sobre el río Vístula, con
una de las universidades más antiguas de Europa, y, exactamente como decía en
su descripción, un hombre que toca todas las horas en punto la trompeta (según
él, “el clarín”) desde el campanario de la hermosa catedral gótica en la plaza
central (la plaza central más enorme e imponente que vi en todos los cascos
antiguos de Europa). Y muchísimas leyendas sobre todo lo que hay (pero quedan
para otro capítulo). La arquitectura es muy particular, muchas iglesias y
edificios importantes, a diferencia de otros lugares, están hechos de ladrillo,
según el guía porque era más barato, pero a mí me parecen mucho más lindas.
Galicia jewish museum
me fascina la combinación entre abajo y arriba
panorámica en la plaza central
yo, siendo chiquita
dejamos un libro en el departamento
En Cracovia estuvimos también en búsqueda del “Comité
central judío” o algo similar, que era la organización en la que mi abuelo se
registró como sobreviviente de la guerra cuando estuvo ahí. Nos mandaron de un
lugar a otro, terminamos en una de las sinagogas que nos rodeaban, y nos dijeron
que ahí no tenían archivos, nos pasaron una lista de otros lugares a donde ir,
entre ellos un lugar que yo ya tenía marcado en Varsovia, nuestro próximo
destino. La investigación no fue demasiado fructífera, pero igualmente Cracovia
nos cautivó, y el jueves temprano salimos rumbo a la estación.
Esta vez fue un bus (flixbus te extrañaba), también con
escala en el medio, con destino a Varsovia, en donde solo teníamos una noche.
En realidad, técnicamente “no había nada” que tuviera que ver estrictamente con
el recorrido de mi abuelo que nos llevara ahí, o nada explícito, pero parecía
un lugar por el que pasar, al menos. Y lo bien que hicimos en ir.
¿Por qué? Porque ahí estaba este lugar que yo había marcado,
el Museum of Jewish Historical Institute, en donde encontramos a nuestra
segunda amiga del viaje, Alexandra, quie n trabaja en la parte de investigación
genealógica del instituto, y se sentó con nosotras frente a la computadora a
trabajar en nuestro caso. Con ella fuimos reconstruyendo todo lo que sabíamos
de la familia, libro en mano, y encontramos no solo algunos documentos que yo
ya había encontrado (aunque no entendido) en internet, sino también datos de mi
abuelo de esa inscripción en Cracovia, en donde figuraba su nombre, fecha de
nacimiento y otras cosas pero además su dirección en Cracovia en ese momento,
que oh sorpresa, una vez más, estaba ahí nomás de donde nos habíamos alojado,
muy cerca de esa sinagoga a la que fuimos a preguntar, así que probablemente
hayamos pasado por enfrente, como nos vino pasando en este viaje, aunque esta
vez no pudimos volver atrás. De todos modos fue muy emocionante, y a mí me apasionó
el trabajo de Alexandra, además de su buena onda y predisposición. Encontramos
cosas locas, informaciones desconocidas, y como no íbamos a poder volver en
persona (al menos no en este viaje…), quedamos en seguir en contacto para ir
profundizando la búsqueda.
a ella también le dejamos un libro
Llegamos a recorrer además un poco Varsovia, el casco viejo
que resultó sorprendentemente bello, y la parte nueva que nos sorprendió
también por la modernidad, o más bien la mezcla de edificios antiguos y nuevos
y locos, un poco como la impresión que tuve en un primer momento de Londres
(solo por eso, así son mis asociaciones).
mezclas raras
me copé con las panorámicas
Y ayer, viernes 15, vinimos en tren a nuestro último destino
polaco, la ciudad de Gdansk o, como decía mi abuelo, en alemán, Danzig. Acá
había venido él a empezar sus estudios universitarios, de ingeniería naval, que
tuvo que interrumpir a los pocos meses por el antisemitismo creciente que
brotaba acá por esos tiempos. Quisimos ir a conocer esa universidad, muy
antigua, la Politécnica de Gdansk, a la que fuimos hoy en tranvía desde el
casco antiguo, donde nos estamos alojando. Resultó un edificio central antiguo,
hermoso e imponente, y un predio enorme con muchísimos edificios gigantes para
cada facultad, en donde pensé en Ger y todos sus amigos ingenieros a los que se
les caería la baba, supongo, con todo lo que estaba viendo. En el edificio
central preguntamos por algún tipo de archivo histórico, y nos dijeron que sí
había, pero como hoy es sábado (lo que es estar de vacaciones…) estaba cerrado,
así que solo conseguimos un mail para comunicarnos después. Recorriendo el
predio encontramos un edificio de lo que parecía ser la rama naval, entramos e
intentamos averiguar su antigüedad, no lo conseguimos con certeza, anduvimos
por ahí. Estuvimos. Fuimos.
Y conocimos el casco histórico de Gdansk, también hermoso,
también lleno de callecitas encantadoras, y además el río y el ambiente de
ciudad portuaria, que le da un toque diferente. Acá a una cuadra hay una
catedral monstruosamente grande, el segundo templo de ladrillo más grande del
mundo (datos de color). También hay una mezcla entre modernidad y antigüedad, o
más bien entre construcciones nuevas y viejas, en realidad vimos muchos
edificios en construcción, pero que siguen la típica forma de los edificios
viejos. Comimos más pierogi en todas sus formas y otras comidas típicas,
buscamos souvenirs (la diferencia de viajar con mamá), paseamos, también
discutimos (viajar con mamá). Otra vez estamos llegando al final de una etapa y
seguimos sin entender nada. Siendo nuestro último día en Polonia, mi madre
todavía no sabía cómo era la bandera polaca. También pensó que “Kantor” era una
cadena de casas de cambio acá, que está por todos lados… No se le ocurrió
pensar que “kantor” es “cambio” en polaco, pero en fin, al menos nos hizo reír
un rato.
holi
pedimos comida tradicional polaca... Y al final eran ñoquis y empanadas
Y así estamos, en este viaje de la vida al que todavía le
faltan, para mí, unos cuantos decibeles de emociones por venir. Pero ya veremos,
ya verán.
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