El domingo en Brody fue despertándose la crudeza del
invierno. Hizo frío, mucho frío y hubo un viento helado que me hacía volar la
bufanda. El día empezó con una confusión extraña en el restaurant del hotel, a
donde quisimos ir a desayunar y la mala comunicación nos terminó llevando a
reservar una cena que resultó carísima y escasa, pero eso no fue lo importante.
Habíamos ya encontrado cuando hacíamos averiguaciones en
internet que en Brody estaban las ruinas de una gran sinagoga, digamos que
podría ser una especie de punto turístico de la ciudad. Así que decidimos ir a
su encuentro. Caminamos algunas cuadras, nos pasamos, volvimos, y cuando de
pronto apareció el edificio como de la nada, por algún motivo sentí que tenía
que detenerme. Y me atravesó un frío helado, que venía del viento o de adentro,
o de otro lugar.
He visto muchas ruinas en mis viajes, algunas más viejas que
otras, algunas mejor o peor conservadas. Pero esta me activó con su presencia
algo distinto, quizás por saber cuán ligada debe haber estado a la historia de
mi familia, una de las tantas familias judías que habitaba en la ciudad antes
de que el exterminio nazi diera como resultado lo que estaba viendo en ese
momento: más que una ruina, un edificio abandonado, un edificio asesinado cuyo
cuerpo había quedado al descubierto, un edificio enfrente de un patio de juego
de niños, enfrente de viviendas, enfrente de veredas por las que la gente pasa
sin prestarle atención a pesar de su gran tamaño. El frío se convirtió en
tristeza. Esa ruina también es testimonio de que ya no queda una familia judía
en Brody, pero además, el abandono pareciera mostrar que a nadie le importa.
Hay un cartel informativo, es cierto. Pero lo que a mí me impresionaba es algo que difícilmente
pueda expresar ahora, y que me hizo pensar en un elefante muerto.
Caminamos después por una zona cercana que creímos podría
haber sido el gueto, en donde sabemos que estuvieron, al menos, la madre y
abuela de mi abuelo. Y después fuimos en busca de calor y comida, y por
supuesto terminamos comiendo en Food Factory, el lugar en donde atendía nuestra
reciente amiga ucraniana, que al día siguiente iba a hacernos el favor de
preguntar por nuestros apellidos en el archivo de la ciudad. Así que tuvimos
nuestra dosis de amor y alimento, y decidimos seguir con las visitas fuertes
del día. Vimos que había dos cementerios judíos: apareció, en una vista aérea
de no sé qué año que consiguió Migue, un supuesto cementerio antiguo, que
fuimos a buscar y nos encontramos con una cancha de fútbol (¿?), y luego uno “nuevo”,
que de nuevo mucho no podía tener porque, como dije, familias judías, desde
hace tiempo ahí ya no hay. Pero quizás podríamos encontrar la tumba de algún
antiguo familiar… En todo caso, no teníamos otra cosa que hacer, así que fuimos
igual.
Para ir a este cementerio tuvimos una larga caminata que nos
llevó a las afueras de la ciudad, así que tuvimos la oportunidad de conocer
nuevos lugares (la calle principal ya la conocíamos de memoria a esa altura).
Cada vez había menos gente (de por sí mucha gente no circulaba por la ciudad), algunos
perros en el camino, y cada vez más silencio.
(a la izquierda, la sinagoga; a la derecha, una de las iglesias...)
Hasta que llegamos, y el silencio se hizo de pronto más
oscuro y misterioso, y el viento otra vez más frío. De nuevo nos encontramos
con un paisaje de abandono. Sé que los cementerios en sí no son lindos lugares
para pasear, pero también hay distintos, están los bonitos y turísticos como el
de Recoleta o Montparnasse, están los comunes a donde la gente va a enterrar o
llorar o a descansar en paz, y está este cementerio, en las afueras de una
pequeña ciudad ucraniana, que guarda el tremendo peso de la historia, la Historia
o las historias que terminaron en ese lugar. Quizás las imágenes aquí también
hablen por sí solas. En algún momento, me hizo pensar en Carnac, sitio
arqueológico de alineamientos megalíticos (de piedras) prehistóricos, quevisitamos con Ger en Francia. No encontramos a ningún pariente, entre la gran
extensión del cementerio, las lápidas tan antiguas que ya casi no se podían
leer, y además casi todas en hebreo.
El lunes era el gran día, porque teníamos cita con Marina,
nuestra autoconvocada mensajera, y sólo dos horas más para despedirnos del
pueblo antes de tomarnos el tren de vuelta a Lviv. Así que nos pasamos la
mañana preparando todo, y al mediodía salimos y del cielo caía aguanieve, así
que paraguas en mano y capuchas puestas encaramos para Food Factory. Ahí nos
esperaba ella, que nos comunicó que no encontraron nada certero, aunque uno de
los apellidos le era conocido al director del museo, y nos recomendó que le
escribiéramos para darle más información al respecto. Charlamos un rato, le
contamos sobre el taxista que se parecía a mi abuelo, ella nos averiguó en
dónde era realmente el gueto, y le regalamos uno de los libros que trajimos
para desparramar por el viaje. Nos despedimos con un sushi vegetariano y un
abrazo.
despedida con Marina y el libro
Volvimos para Lviv, a nuestro airbnb que a último momento
nos cambió de lugar por un problema que tuvo, y nos dio un departamento súper
céntrico, pero justo del otro lado de la “old town”, justo el lado que no
habíamos llegado a conocer, así que todo perfecto. Pensé que si desde el
principio nos hubiésemos alojado en ese lugar, quizás no hubiésemos sacado
todas las conclusiones que sacamos para llegar a encontrar la escuela de mi
abuelo, que habíamos encontrado hace unos días. Todo perfecto. Tuvimos nuestra
merecida cena de borscht y varénikes rica y barata en un restaurant que parecía
que nos iba a arrancar el moño y nos lo dejó mejor puesto que antes, y nos
dormimos para encarar la aventura que nos esperaba muy temprano al día
siguiente.
PD escrita en un bus: me olvidé de contar que antes de irnos, encontramos en la estación al taxista que nos había llevado a la ida, que se parecía a mi abuelo, intentamos explicarle en ucraniano nuestra impresión, le mostramos una foto y le preguntamos su nombre. Obviamente el apellido no parecía muy de pariente nuestro, pero al menos le hicimos reír y nos despejamos la duda.
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ResponderEliminarLos ecos de todo lo perdido siguen ahí para quien sepa escucharlos. Con parar a observar, qué poco que dura la ilusión de nuestra individualidad. Estamos entrelazadxs, y en nosotrxs vibran todos nuestros vínculos y entornos.
ResponderEliminarA través de estas líneas que escribís, Ana, nos permitís vibrar con ustedes. Que las casualidades lxs sigan acompañando, ayudándolxs a correr el velo. Gracias, y mucha energía e intención a su búsqueda.