“Es que si las dejás, las cosas quedan…” fue mi sabia
reflexión tres años atrás visitando pueblos medievales cuando vivíamos en
Francia. Y sí, las cosas, quedan.
Por ejemplo, la escuela primaria a la que fue mi abuelo en
Lviv, alguien la dejó… Y todavía está ahí. Solo que no sabíamos que estaba a
dos cuadras de donde nos estuvimos alojando. Ayer a la mañana salimos en su
búsqueda, sabiendo cuatro cosas: la escuela estaba en un parque, cerca del
cuartel de bomberos, cerca de fortificaciones medievales, y a ocho cuadras de
su casa (cuya cuadra habíamos descubierto el día anterior, como le lectore
recordará). Los cables se empezaron a conectar cuando Migue encontró que había
un cuartel de bomberos cerca, así que fuimos a verlo, era un edificio hermoso,
el parque estaba ahí al lado, y la
escuela que encontramos en google maps estaba por ahí cerca. Fuimos a buscarla,
y cuando llegamos, le preguntamos a un señor que estaba en la puerta… que solo
hablaba ucraniano. Gracias a duolingo otra vez entendimos al menos un octavo de
lo que dijo, además de que él entendió nuestras preguntas, y nos explicó no
solo que esa no era una escuela, sino un montón de otras cosas innecesarias
más. Después de la agradable charla, seguimos buscando, rodeando el parque.
Madre se paró frente a otro edificio antiguo (aunque cuál edificio no será
antiguo por ahí), lo miró, y paró a una mujer que estaba por entrar… que por
suerte hablaba inglés. La mujer, otra vez, nos explicó que eso no era ni había
sido una escuela, nos contó toda la historia del edificio y por qué ella
trabajaba ahí, y después de explicarle lo que estábamos buscando, nos señaló un
edificio blanco que estaba ahí en el parque, a media cuadra, y nos dijo que se
le ocurría que podía ser ahí. Es un edificio viejo, nos dijo, está todo
renovado, pero si se fijan, en una parte se puede ver un pedazo de pared
antigua. Fuimos. Y era: había un cartel que decía “1818-2018”, y aunque no
pudimos entrar porque era feriado, Migue la googleó y todos los datos
coincidían. Todo lo que nos había contado mi abuelo, era cierto.
caras raras en la escuela
Así que alegría, alegría (o emoción para mamá que siempre
llora), y después partir rápido a comer y a la estación porque teníamos un tren
que tomar. A la estación llegamos temprano, y para esperar encontramos dos
opciones: una sala de espera más bien vacía, en la que había que pagar para
entrar, y una sala de espera llena, a la que entramos y en la que nunca me
sentí tan observada. Ya la gente nos había mirado bastante por la calle, pero
en ese momento fue mucho peor. Con todos los bártulos, nos fuimos ubicando e
integrando, si es que era posible, al paisaje del lugar, una sala enorme
ocupada en su mayor parte por gente grande, señoras con pañuelos en la cabeza y
bolsas con comida, y algunes jóvenes también. El tren no fue mucho mejor,
porque entre la desinformación y la pinta de turistas que tenemos, seguimos
estando en la mira de la gente, que, sin embargo, siempre nos ayudó cuando
necesitamos algo.
Después de una hora, llegamos a Brody. Si bien Lviv fue una
ciudad importante para mi abuelo, el verdadero origen de nuestra familia se
encuentra en esta ciudad. Brody es, diríamos, su ciudad natal, la ciudad de
toda su familia materna, la ciudad en que mi bisabuela se casó con el padrastro
de mi abuelo, la ciudad en que mi bisabuela y tatarabuela fueron asesinadas por
los nazis.
Como el resto de las cosas maravillosas que habían pasado en
el viaje hasta ese momento, la llegada a Brody fue con el sol del atardecer. Y
el taxista que nos llevó al hotel era igual a mi abuelo.
Hace ya día y medio que estamos acá, y ya constatamos varias
cosas básicas, como por ejemplo que es una ciudad muy pequeña, casi un pueblo,
que casi nadie habla inglés, que de noche es tremendamente oscuro y casi no hay
lugares donde ir a comer, y que la mayoría de las construcciones son viejísimas.
Muchas ya eran viejas cuando mi abuelo vivió acá. Descubrimos el gymnasium
(escuela) en donde probablemente él haya
terminado su secundaria cuando su familia volvió de Lviv; también visitamos el “castillo
de Brody”, aunque antes nos encontramos con una gran feria mezcla de feria
americana y paraguaya, en donde terminamos comprando una buena cantidad de
medias a precio insólitamente barato. Cosas que pasan. Los contrastes entre la antigüedad
de los edificios (y de mucha gente) y los carteles de los comercios (a lo
pueblito del interior de la provincia de Buenos Aires) es increíble. Hay como
un aire triste un poco extraño.
pueblo fantasma
la feria (no quise sacar muchas fotos porque ya nos miraban mucho)
el "castillo"
Y por tercera vez nos pasó lo mismo: hoy, descansando en el
hotel, descubrí una página de fotos viejas de Brody en donde se veía un edificio
que ya habíamos visto más de una vez (la ciudad es tan chica que pasamos varias
veces por el mismo lugar) y le había sacado una foto porque me había llamado la
atención. Le mostré a Migue la coincidencia de las dos fotos, volví a la foto
antigua y vi que había más información: no solo era el mismo lugar, sino que
ese edificio era el Hotel Bristol, el hotel al que mi abuelo fue cuando volvió
a Brody después de la guerra, en donde conoció a una novia que tuvo en ese
momento. Después constatamos que había un cartelito. Otra vez, la información
estaba enfrente de nuestras narices y tardamos en reaccionar. Pero igual, qué
suerte que llegamos a enterarnos.
el hotel Bristol
La gente resultó mucho más simpática de lo que esperábamos,
o de lo que sus caras transmiten. Cuando mamá pregunta si hablan inglés, la
mayoría se ríe y dice que no, y cuando ven que con Migue hablamos un poquito de
ucraniano, nos empiezan a hablar como si entendiésemos todo. Y ahí empieza un
ida y vuelta muy gracioso. Todas las charlas que tuvimos fueron amables. El
premio se lo lleva la única chica que habla inglés del pueblo, que encontramos
hoy en el único lugar que encontramos para almorzar (un lugar de sushi o comida
oriental que se llama “food Factory” muy poco tradicional). Cuando nos atendió,
nos dijo que nos había visto esta mañana y sabía que íbamos a ir. Se ve que ya
nos fichó todo el pueblo. En fin, charla va charla viene, iniciativa de madre,
terminó ofreciéndose a ir el lunes al archivo de la ciudad a preguntar por los
apellidos que le dimos en una listita, porque dijo que si no hablábamos
ucraniano no íbamos a poder. Así que he allí nuestra mensajera, pronto la reencontraremos
y veremos cómo continúa esta historia.
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