Cambian los idiomas, cambia la gente, cambian las comidas,
cambian los paisajes. Pero a veces llegar a un país extranjero un domingo al
mediodía es como llegar a casa. Sobre todo cuando la que viene a taparte los
ojos desde atrás para que adivines quién es en la estación, es tu amiga de la
vida, tu hermana. Y que verla y venir a vivir con ella una semana le de un giro
completamente distinto a tu viaje, ese viaje que planeaste tanto tiempo y te
regalaste sin saber las maravillas que te esperaban al otro lado del océano, o
al otro lado del corazón que se te dio vuelta de la alegría. Porque al fin y al
cabo no te guió hasta acá nadie más que el propio latido, ardiente, deseante,
potente. Y acá estás.
Acá estamos con Libertad (su nombre jamás fue casualidad).
Despedimos a mamá el lunes en el aeropuerto, y empezó para mí esta parte del
viaje aún incomprensible en la que de a ratos estoy de nuevo en la secundaria,
de a ratos soy una turista perdida sola vagando por Berlín, de pronto me vuelvo
una loca consumista que quiere comprar todo el chocolate del mundo, a menudo
una nostálgica que recuerda cosas que hizo con Germán acá en Berlín y se muere
de ganas de abrazarlo, a veces una alemana a la que la gente le consulta cosas
en la calle, pero sobre todo una amiga feliz de compartir este momento con su
bella amiga y verla moverse por la ciudad como bailando.
mateando en el bus alemán yendo al aeropuerto
Todo eso quiere decir que no me va a salir un relato
ordenado, que cuando Liber trabaja yo aprovecho para conocer lo que no vimos
cuando estuve con Germán (como Alexanderplatz o la East side gallery, esa larga
parte del muro que quedó y fue intervenida por artistas cuyas obras son, en su
mayoría,y para mi gusto, simplemente feas) o algunas recomendaciones de Caro,
la amiga de Liber, como el Urban Nation Museum, museo de arte urbano que visité
ayer, en el que al entrar me pidieron “one million dollars, a puppy, and
unicorn dust”, aunque me dejaron pasar igual. Y que cuando Liber no trabaja
vamos a pasear, o salimos a la noche a hacer algo, en general con Caro, como ir
a comer comida vietnamita o ir a la heladería de un argentino en Berlín a comer
helado de dulce de leche y escuchar a una banda que hablará por sí misma en el
subsiguiente video.
arcoiris sobre Alexanderplatz
feliz
cuando digo feos, me refiero a esto
más muro
la famosa
en el Urban Nation
en el Tiergarden
Pero el desorden es solo aparente, porque algún orden
interno o universal ayer me mostró que todo es perfecto: Liber me había
propuesto ir a una ceremonia de equinoccio para bienvenir a la primavera y yo
acepté sin saber muy bien qué era, sin contar con la mayoría de los objetos que
había que llevar, solo contando conmigo. Y ahí fuimos ayer: el departamento de
unas hermanas brasileras lleno de mujeres al que entré y, a los segundos, empezó
a sonar la música de la danza del corazón. “This music!”, le dije a la
anfitriona. “Yes, the dance of the heart. We’re gonna do it today”. ¿Qué es la
danza del corazón? Es una meditación que, sorprendentemente (o no) yo había
compartido también con un grupo hermoso de gente durante 21 días en La Plata
antes de venir. Es una danza que me trajo hasta acá, y ayer, bailando y
meditando entre todas esas mujeres solo pude sentir algo así como un círculo y
un agradecimiento infinito.
Se me acaban las palabras, por hoy. Pero escribo porque mañana
vamos a estar en otro país, y esta es mi tradición.
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