lunes, 20 de febrero de 2017

Berlinfinito

Vuelvo a escribir en movimiento desde un bus; algo que constituye, a esta altura, uno de esos pequeños placeres rutinarios de la vida. Nos estamos yendo de Berlín, sintiendo que apenas la conocimos, con alegría de haber podido aterrizar aunque sea unos días ahí, y con la certeza de que algún día vamos a volver a explorarla desde otros costados, quizás en verano y con un clima mejor.

Charlie en el Reichstag

Pasamos en Berlín sólo cuatro noches o sea tres días, porque el primero se lo dedicamos al descanso,sobre todo después de tener que acarrear con la valija que le pedí a Migue especialmente que me traiga para estar más cómoda, y que el amable personal del aeropuerto me rompió, dejándole la manija completamente trabada. Otro de los gustitos de viajar en avión. En esos tres días, además, el cielo estuvo gris y siempre llovió o lloviznó, so digamos que el tiempo tampoco nos ayudó.
Veníamos de Atenas, que era una ciudad enorme, pero Berlín igual nos sorprendió: es demasiado grande y extensa, y da la sensación de que hay tanto por descubrir y recorrer, que el tiempo jamás va a alcanzar. Fue un poco lo que sentimos en Londres, ciudad con la que la hermanamos bastante, si se le saca todo lo inglés y se la hace un poquito más dura o cuadrada. Pero sí se parecen mucho en la cantidad de edificios locos, modernos y con arquitecturas de lo más extrañas, que salen de cualquier parte. También por la limpieza y el orden del transporte, y algo en su onda general que aún no me sale explicar. Tampoco vamos a engañarnos: Berlín es una ciudad muy particular, porque además de tener una historia increíble, tiene una vibra en el presente que se mueve, cambia, ofrece, abre puertas y te invita a explorar.

pedazos del muro, llenos de chicle (¿?)

puerta de Brandenburg

el sony center, re loco. Ahí, además, nos dimos cuenta que justo era el festival de cine de Berlín



Lo que nos pasó a nosotres es que, por algún motivo, el recorrido nos llevó bastante hacia el lado de la historia y particularmente al período nazi, los memoriales y la cuestión judía. Por algún motivo, o quizás por mi historia personal. Es cierto que el primer día hicimos un walking tour en el que hablamos de muchas cosas más, entre ellas historias del muro y otras que se remontan mucho más atrás, pero después ya estábamos visitando el Jewish Museum, leyendo sobre torás y menorahs. Tampoco fue una gran visita, es cierto que, aparte de recordar un poco a la abuela, se hizo algo larga y aburrida: lo mejor que tiene ese museo es su arquitectura, porque es otro de esos edificios de formas locas y recorridos inusuales, con varios ejes que se cortan y pasillos en zigzag.


una muestra muy graciosa


estos museos modernos

Al día siguiente nos falló el primer intento de visita al Reichstag (¡aprendí esa palabra en alemán! Es el parlamento), pero recorrimos el memorial a los judíos asesinados de Europa, que es toda una manzana llena de bloques de concreto de distintas alturas, entre los que se puede caminar e ir hundiéndose (lo habíamos visto en Sense8, pero creo que es una de las “cosas que hay que visitar”). Como dijo la scottish girl del tour, es un monumento extraño y controversial, no fácil de entender o digerir, pero ese mismo extrañamiento (que no me escuche Brecht) es parte de su función, así como su posición ideal en medio del centro de la vida comercial, política y turística de la ciudad. Si algo es cierto, parece, es que Alemania realmente hace esfuerzos por reconocer y educar sobre los horrores de su historia (que al fin y al cabo es también la historia de Europa, pero entre tantos países con historial de muertes, genocidios y colonialismo no vimos otro que se haga cargo tan claramente de su propio pasado- no hablemos del presente, of course).



Así y todo, también tuvimos tiempo de cumplir mi ansiada visita a los archivos de la Bauhaus, en donde pude cholulear a gusto con mis artistas preferidos del momento y perderme entre círculos cromáticos y sillas de diseño. Muy lindo y visitable museo, en el sentido de que es posible ver todo sin cansarse ni aburrirse, cosa que aparentemente es difícil de lograr.

cholula en bauhaus (adentro no se podía sacar)

El último día, después de todo, decidimos aprovechar la oportunidad de estar ahí y hacer un tour que nos ofrecieron para visitar un antiguo campo de concentración. No hubo, no creo recordar, ocasión en mi vida en que haya sentido el pecho más hundido y anudado en la garganta o en el vientre o mil quinientos metros bajo tierra, aún así no puedo explicar cuál es y cuál fue mi sensación. Me arriesgaría a decir que igual valió la pena, quizás es temprano para hablar, me pregunto qué puedo contar sobre esa experiencia. El campo de Sachsenhausen es enorme y no queda casi nada de lo original: hay unas reconstrucciones de los pabellones, algunos otros edificios y las ruinas de un lugar terrible en donde se mataba gente, cámara de gas y crematorio. No hay manera, incluso estando ahí, de entender la dimensión de lo que sucedía en ese campo, ni en todos los demás, no existe, creemos, la posibilidad de entender con conciencia lo que realmente pasó, de poder abarcarlo en una sola mente y un solo cuerpo. Estamos ahí y algo nos atraviesa, pero eso es todo, y es nada más un raspón. Como si no nos hubiese alcanzado, a la vuelta entramos al centro de información del memorial a los judíos caídos de Europa, en donde hay no sólo datos históricos y documentación, sino reconstrucciones de historias particulares de personas y familias, objetos, frases de diarios y cartas, en donde tranquilamente podrían estar mi bisabuela y su madre y quién sabe cuántas más, y todo tan bien armado pero tan fuerte que hubo que salir a tomar aire y dejar que las lágrimas y el resto de las cosas caigan lentamente sin pensar en nada. Fuerte, sí.


Por suerte teníamos cita para entrar al Reichstag y esta vez funcionó, así que de pronto estábamos arriba de una súper cúpula transparente con una vista hermosa de toda la ciudad, y aunque llovía y el clima estaba horrible, pudimos caminar y despejarnos. Sin contar que, una cuadra antes, apareció una procesión larguísima de autos dando bocinazos y haciendo una especie de manifestación con carteles de “Free Deniz”, al parecer por un periodista que metieron preso en Turquía, pero aún no nos informamos bien. Rarísima la situación.




Entre todo ese desorden, las cien cosas que no vimos, los barrios que no recorrimos y los museos a donde no fuimos. Eso es lo que nos quedó de Berlín: mil cosas pendientes y un nudo en el estómago o el corazón, pero también un impulso curioso y fascinado por esta ciudad que parece estar siempre cambiando, en movimiento, en construcción.

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