viernes, 10 de febrero de 2017

Albaniaventuras

Ah, Albania (suspiro). Albania, Albania.


Te dicen “Albania” y, ¿qué pensás?. Yo no sé qué pensaba antes, porque es un país del que casi nadie nos habla. Pero cuando empezamos a mirar el mapa de los balcanes, me generó mucha curiosidad; y después de ver el video que le dedicaron en Geography now  (de pronto somos fans gracias a Germán), me generó mucha más. Así que en el recorte que tuvimos que hacer por el tiempo y el frío, era un lugar que no podía faltar.
Resulta que nadie nos hablaba de Albania porque estuvo, durante mucho tiempo, bajo un régimen comunista que la cerró casi (y en algunos momentos, del todo) por completo al resto del mundo. Después de la segunda guerra mundial, y hasta principios de los noventa, la gente no pudo salir del país ni física, ni comercial, ni intelectual, ni espiritualmente. Nada. Cero. Fronteras cerradas, si salís te pueden matar, servicios de inteligencia, persecuciones a toda oposición, campos de trabajo, asesinatos y presos políticos. La historia de este país es increíble, y su gente también. Ni hablar de su lengua, única en su especie, nada que ver con las eslavas que veníamos escuchando: el albanés parece, a mis oídos, de esos idiomas que inventás cuando querés hacer que hablás otro idioma que en realidad no es ninguno. Rarísimo.

Lo primero que vimos de Albania fue Shkodër, en donde caímos como para hacer una parada intermedia porque estaba cerca de Kotor: habíamos visto que tenía algunos atractivos, como una mezquita importante y un castillo en las afueras (que al final sólo vimos desde el bus, cuando nos fuimos). Apenas llegamos, por algún motivo, a Ger y a mí nos hizo acordar un poco a Marruecos, quizás algo en el color de los edificios rosas o naranjas tristes y un poco despintados, la onda enquilombada, el tipo de negocios chiquitos con mercaderías extrañas. No teníamos la dirección exacta del alojamiento que habíamos reservado, así que terminamos refugiados de la lluvia bajo un techo en la callecita en donde se suponía que teníamos que estar, mirando el celular (nuestro abono no incluye, obviamente, países fuera de la UE como Albania, por más que se esté esforzando exageradamente por poder entrar), y bastaron unos segundos ahí parados para que ya una viejita se nos acerque a hablar (lo que entendí fue que nos dijo que donde estábamos parados nos podíamos electrocutar, o algo así), y después dos señoras se nos acerquen a preguntarnos si necesitábamos algo: casualmente, una de las señoras era la dueña de la casa a donde íbamos, la madre del pibe que contactamos por airbnb, y que con un inglés resumido a diez o quince palabras nos dio la bienvenida y nos mostró algo del barrio y del lugar. La onda de esta gente era algo difícil de explicar, y que se expande al resto de les albaneses en general. La verdad es que son gente que te mira seria y que parece que está a mil kilómetros de distancia de entenderte o empatizar, pero en realidad tiene muy buena onda y buenas intenciones, y realmente te quiere ayudar. En un bus, Migue habló con una albanesa que le compartió un dicho tradicional: en castellano, algo así como “pan, sal y corazón”, todo lo que la hospitalidad albanesa siempre te va a dar.
A todo esto, lo mejor estaba por venir: con hambre después del viaje, decidimos ir a probar un restaurant de comida típica que nos había señalado y recomendado este chico. Cuando entramos y subimos las escaleras, vimos el panorama de las mesas preparaditas a lo restaurant caro y la decoración bastante fifí, lo primero que pensamos fue “uy, miremos el menú porque acá nos matan con los precios”. Así que abrimos la carta, miramos... Y lo primero que vemos es un plato de pasta a 200 lek, lo cual equivaldría a más o menos un dólar y medio. ¡Un dólar y medio!! Nos reímos, nos sentamos y comimos como reyes. A la noche, volvimos a cenar al mismo lugar. Y la escena se repitió así, más o menos por toda Albania. ¡Aguante Albania!

la mezquita (perdón, en Shkodër sólo saqué pésimas fotos con el celular)



Al día siguiente fuimos a Tirana, la capital, en donde pasamos dos noches, esta vez en hostel (decidimos darle una oportunidad, pero no hay como airbnb, sobre todo de a tres). Ahí, lo mejor fueron dos cosas: ir a un bunker (Albania está llena de bunkers que construyeron por temor a ataques enemigos, y que jamás usaron) transformado en museo/memorial de la época comunista, en donde aprendimos y nos impresionamos bastante; y hacer un free walking tour al otro día, en donde aprendimos mucho más y nos terminamos de impresionar. Para nombrar algo, el guía nos contó cosas como que recién en el 91 conoció el chicle, porque un amigo o un vecino consiguió de algún lugar, y lo masticó un rato después de compartirlo con otros cinco o seis que también querían probar; o como que en el 97 el país tuvo una crisis tan fuerte, que la mayoría de la gente asaltaba viejos bunkers o escuadrones para robarse armas y tenerlas para enfrentar a la policía, o por miedo o qué se yo: él y su hermano, por ejemplo, tenían en su casa una kalashnikov (?!).

en el "bunkart": de cómo le cortaban el pelo a los turistas que querían entrar

en el "bunkart": de los métodos de espionaje

búnker

parece que durante el régimen todo era gris, sin color, y ahora quieren pintar de color cada edificio que encuentran

cosa del museo de arte moderno

la calle George W. Bush (¿?)

nunca pedimos postre, pero nos cayeron con este amor gratarola

Al final, terminamos la corta pero intensa gira albanesa en la ciudad de Gjirokaster, alojades en un departamentito anexo a la casa de Mario, quien, junto con sus padres, fue el ejemplo perfecto de la peculiar onda y hospitalidad albanesa (el desayuno que nos cocinó esa mujer fue la comida más larga y completa que tuvimos en meses). Ahí fuimos más que nada para conocer la parte vieja y el castillo. El clima del pueblo era, también, muy raro, casi vacío (en verano parece que se activa mucho más). Las únicas personas que cruzamos en las ruinas del castillo, en un momento, fueron un viejito albanés con un sólo diente que se me acercó y de pronto estábamos hablando en italiano, y dos franceses que estaban viajando a pie por Europa hacía años.









Qué más decir de Albania. Seguro se me olvidan cosas, como siempre. Pero si algo es seguro, es que estoy feliz de haber conocido un poco de ese lugar, y feliz de que me haya dejado con aún más curiosidad.


PD: ¿cuántas veces dije Albania (sin contar el último Albania)?

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