miércoles, 17 de agosto de 2016

Versailles, el monstruo está en el castillo

Por suerte nos tenemos a nosotrxs, es decir que nos tenemos por separado y también el unx al otrx como para sacar del bolsillo un ratito de intimidad, sentir la pequeñez y lo sencillo, el roce no invasor, la calidez de lo conocido.
Todo esto vale para todo, pero además es importante en días en los que vamos a un lugar como el castillo de Versalles, en donde se pierde completamente la dimensión de lo íntimo y lo personal. No digamos siquiera el aura, pero el espacio mínimo que la piel requiere para respirar, es de pronto invadido por la gran masa que se mueve a través de las habitaciones tapizadas por los viejos reyes ricos. Las pocas veces que decidí detenerme a sacar una foto, se me creó atrás un taponcito de gente que esperaba pasar, entre idiota e impaciente. No sé qué tienen esos espacios que son a la vez observación y tedio, maravilla y ansiedad por salir a buscar algo de aire fresco. 



(encuentre a Ger entre todos los turistas)

¿Qué decir? Hace tiempo que veníamos posponiendo la visita. Y al final, castillos y cosas antiguas que explotan de riqueza y de oro de la corona francesa, ya habíamos visto. En el Louvre, por ejemplo, una se puede sorprender tanto como en Versalles del tamaño ridículamente enorme e imponente de la arquitectura, y también de la ridícula cantidad de turistas, en especial grandes grupos de orientales (no me animo a tirar nacionalidad porque tengo miedo de errarle) de ojos achinados que revolotean entre las esculturas y las selfies, entre la Gioconda real y las veinte Giocondas de mentira compradas en la tienda de souvenirs. 
Así que digamos que el castillo fue más bien entrar y dejarse llevar por la ola de gente pensando sólo en querer salir a mirar los jardines tan lindos que se ven por las ventanas aunque hagan 29 grados a la sombra, cosa que también justifica la necesidad de escape si se tiene en cuenta el aroma que despide la multitud en esas situaciones incómodas (porque incomodidad es la palabra). Y después resulta que, buscando entender cómo entrar a los jardines, bajo el sol del mediodía que pegaba bien fuerte, nos enteramos que teníamos que pagar, porque justo ese día había un espectáculo. De otro modo, la única opción que teníamos era ir a la parte del parque y de los jardines de María Antoinette y el Grand y el Petit Trianon, que también eran gratis para nosotrxs, pero para eso había que salir y rodear todos los jardines lo cual toma más o menos media hora. Obvio que lo hicimos, pero como la osita moría de hambre y en el medio había que comer la viandita que tan ingenuamente habíamos comprado pensado en almorzar en los jardines, terminamos comiendo no sobre una pila de flores, sino en una rambla frente, o más bien al costado del castillo, mirando una montaña de piedras y unas máquinas de construcción. Eso sí, a la sombra, y contentos con todo el glamour.


Ger comiendo su manzana, disfrutando del paisaje


Después caminamos mucho, entramos al parque, nos perdimos, vimos toda la parte poco elegante del lugar, por ejemplo las grandes extensiones de pasto en donde sólo hay cabras y ovejas y un tacho de basura, y después la granja y algunas cositas más. Al final vimos al Grand Trianon y sus jardines floridos. A todo esto ya estábamos respirando y disfrutando de la soledad, pero de pronto súper cansados y en búsqueda de un helado, que nos costó muchísimo encontrar, que finalmente encontramos y pagamos caro, a nuestro pesar.


Charlie en el Grand Trianon

Bref, eso fue Versalles para nosotrxs: un edificio enorme y súper glamoroso que pierde su encanto desde la cola de cientos de metros que hay que hacer a la entrada, unos jardines que deben ser increíbles en este momento pero que nos perdimos, una granja con un lindo molinito y muchos espacios de nada, pequeños raros lugarcitos donde hay círculos de árboles o flores, y un helado caro. Por eso, por suerte nos tenemos, nos queremos, nos reímos de cada ridiculez (nuestra, y del mundo) y seguimos viaje. 
Y seguimos viaje, porque pronto le decimos chau a París y hola a todo el resto. ¡Hooolaaaa!!!

1 comentario:

  1. nono, no se perdieron nada, los jardines lindos son esos. los otros son pura ligustrina cortada, todo igual, todo igual. te lo prometo. yo caminé CADA RINCONCITO esperando, hooooras, y al final fui para lo de maria antonieta y eso era lo mejor, también hacía mil grados y me encontré caminando entre frutales y fuentes escondidas en lugares donde no había nadie nadie. mucho mejor.
    en el otro laberinto de ligustrina lo que debe ser lindo es el salón de baile ese a cielo abierto y la pérgola, que el día que fui yo etsaba todo cerrado (porque era de entrada gratis), pero igual si está abierto seguro está lleno de gente.
    yo digo que hicieron la mejor opcioón. el gran canal y los plátanos son lindos igual.


    vieron la "casa del jardinero"?, deme dos por favor.
    adentro tiene una habitación que es para estar en silencio <3

    bueno, me emocioné. te quiero.

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