miércoles, 10 de agosto de 2016

Miedo II (mamushka de viajes)

Hoy me llegó una carta de Pepu desde Canadá (mágicamente, el cartero vino directo a mí con el sobre en medio del quilombo de la recepción y me dijo "ça vous dit quelque chose, ça?") y, leyéndola desde el trabajo (total mi jefe nunca va a entrar a este blog, y tampoco habla español) me di cuenta de que tengo miedo.

Obvio, obvio que tengo miedo. De a poco pero muy rápido se nos acaban los días en París, y pronto Pepu ya no va a poder escribirme a ninguna dirección (si estás leyendo esto, Pé, te estoy spoileando toda mi respuesta, perdón). Otra vez todas las incertidumbres, como al principio. La emoción y las indudables ganas de salir y dejar el trabajo que cada vez parece más pesado, pero también las dudas ante lo desconocido y las mil cosas que resolver antes de viajar. ¿Suena conocido, no?
Y fue un día raro en el trabajo. O yo estaba rara en el trabajo. O en la vida, o en mí.
Y se dio que después me tomé el bondi, me puse los auriculares, y salí. Me encontré de pronto caminando por París sin rumbo, sola con la música, otra vez. Paré en pont neuf y vi de lejos a un grupo de gente bailando tango a orillas del sena. La música del tango se mezclaba en mis oídos con grizzly bear. Todo muy gracioso y bizarro. Seguí viaje y caminé y me sentí un poco como en La Plata, o quizás sólo fue que me sentí un poco como en mi ciudad. Sí, fue algo de eso, sentí caminar en mi ciudad, que significa propio y ajeno a la vez. Nunca imaginé que iba a sentir a París mi lugar, sobre todo después de hablar toneladas de lo sucia y desagradable que puede ser; ni que iba a poder caminar en ella reconociendo rincones, y sintiéndome libre de descubrirla en una tarde de combatir al miedo, exactamente igual que aquella vez. ¿Exactamente igual? Bueno, quizás exagero. El paisaje y la gente a mi alrededor cambió, y seguramente yo también. En el medio me hablaron dos personas: uno que me preguntó cómo bajar al Sena mientras miraba a los del tango, y después me preguntó si había muchos Pokemon (“-Il y en a beaucoup? -Perdon? -Beaucoup... De pokemon -Ah! Non non, je chasse pas de Pokemon -Ah! Vous êtes des rares...”), el otro se me acercó de la nada mientras caminaba y me empezó a hablar y caminar conmigo, quiso enseñarme a bailar tango y le dije que no.
Qué se yo. Tengo miedo, ya se sabe. Pero ese miedo también es motor. Temer a salir de viaje cuando ya se está dentro de un viaje parece ridículo, me pregunto si el terror se duplica o se divide en esta situación. En todo caso, ya se siente de nuevo el vértigo de los grandes movimientos, y la nostalgia chiquita de lo que se está por terminar.


1 comentario:

  1. la vie est faite de petits aléas sucrés et de vent sifflotant sur nos humeurs.
    "Le tourbillon de la vie", Vanessa Paradis

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