sábado, 1 de octubre de 2022

Mikwetc

 


Resulta que a principios de este año, un día, de casualidad, encuentro un appel à communications de un Coloquio llamado “L’autochtonie comparée des amériques”. Quizás aún no lo sepan, pero ese es exactamente mi tema de investigación, y parte de los motivos por los que hoy estoy aquí: vine en búsqueda de todo eso que me suena y me resuena de las literaturas indígenas de acá y de allá. El Coloquio era parte de un proyecto conjunto entre la UQAM (de Montréal), la universidad de Versalles, y la USAL (en Buenos Aires), en donde participaba gente del ámbito del arte, de la literatura, y del derecho. Yo no tenía nada que ver, pero pregunté si podía participar y presentar un trabajito, y ahí fue. En marzo, entonces, conocí en CABA a un grupo de gente hermosa, con intervenciones preciosas, y asistimos al que probablemente haya sido el primer encuentro en persona de representantes de la cultura innu y mapuche.

¿Por qué cuento esto?

Porque la semana pasada me fui de viaje con, más o menos, esta misma gente, que otra vez, aunque yo no formara parte de sus instituciones, me invitaron a participar (y hasta me pagaron viaje y alojamiento). Esta vez, en lugar de traer a la gran ciudad a gente de las comunidades, hicimos lo contrario, y nos fuimos adentrando en el territorio, cada día un poquito más, conociendo personas de la nación Atikamekw, gracias a todos los contactos de una de las participantes del grupo, que también pertenece a la nación.

Así que el primer día nos subimos al auto (los autos, tres o cuatro según el momento del viaje). Parada 1, senderito en el bosque en la región de Lanaudière. Abrir el pecho, saludar a los árboles (mientras se habla con les colegas universitaries de cosas más o menos serias, aún). Parada 2, la ciudad de Trois-rivières, justito justito frente a la cervecería del papá de Paula que yo había conocido el añopasado, y aunque estaba previsto almorzar en otro lado ese día, se ve que insistí tanto con ese lugar, que a la vuelta terminamos yendo y nadie se arrepintió. Parada 3 del primer día: el espacio Onikam, lugar de creación, de exposición, y sede de una cooperativa Atikamekw, en donde fuimos recibides por una de sus cofundadoras, quien nos dio una charla increíble sobre el trabajo que están haciendo, su concepción de la economía, de la cultura, del entorno. En ese lugar tuve también una revelación conectada a las mariposas de papel que colgaban suspendidas del techo, pero ya la explicaré en otra ocasión. También ahí nos habló un abogado indígena experto en muchas de las problemáticas de las comunidades.



la cervecería del papá de Paula en Trois Rivières

espace Onikan



Con la panza, la cabeza y el corazón ya repleto, nos fuimos a nuestro hotel en la ruta, en donde yo tenía una habitación compartida con una compañera que finalmente no pudo ir, así que, después de una cena muy divertida y ya bien relajada con el grupo, pasé mi primera noche solitaria, la única con wifi, porque al otro día ya empezaba la desconexión (o reconexión) total.


Al otro día, teníamos planeado ir a caminar al bosque, un parque-reserva que estaba ahí nomás, pero cuando llegamos, nos topamos con una barrera baja, y la realidad de que estaba cerrado por temporada de caza. Lejos de querer infringir la ley (y mucho más lejos de querer circular por donde hay gente disparando rifles), nos “conformamos” con ir a otro parque cercano, mucho menos salvaje y más preparado para recibir visitas, pero no por eso menos hermoso. Vimos una cascadita hermosa, caminamos, charlamos (ah, y también vimos muchos animales embalsamados).





Seguimos camino hacia La Tuque, ya un pueblo más pequeño, en donde está el Consejo de la Nación Atikamekw y todas sus oficinas. Ahí, además de conocer el lugar, visitamos el archivo, con una guía amorosa y simpática (nadie no fue amorose y simpátique en este viaje, en realidad). Después, ahí mismo, conocimos y charlamos con una guardiana de la lengua maravillosa, tecnóloga y coordinadora de muchos proyectos importantes, como la creación de dos diccionarios atikamekw-francés. También conocimos y escuchamos al gran jefe de la nación, pero por videollamada, porque le tocaba estar en otro lugar.

La Tuque

en los archivos

ahí se ven los diccionarios y nuestra concentración


reclamo territorial atikamekw

Ya de noche, luego de otra cena divertida en un restaurant de La Tuque, partimos rumbo al hospedaje de nuestras dos siguientes noches: el hotel Odanak, un antiguo club de caza que hoy pertenece a la comunidad atikamekw de Wemotaci, un lugar como de ensueño a orillas del Lago Castor, en donde no hay señal de celular, y apenas un poco de wifi. La llegada fue de película, a oscuras, con una lluvia torrencial, truenos y relámpagos por la ruta forestal.

mi habitación



Al otro día, fuimos a la reserva indígena de Wemotaci, visitamos a su Consejo, conocimos al jefe y a dos consejeres, recorrimos un poco el lugar, un pueblo pequeño en donde, además de su gente amable, me encantó poder ver perros sueltos en la calle otra vez (cosa que, creo, no se ve en ningún otro lado en Canadá), como si acariciar pichichos callejeros me diera la sensación de estar en casa.





Y ahí, lo más maravilloso del viaje: conocer a la mamá de Véronique (quien nos hizo todos los contactos atikamekw), que nos cocinó una comida tradicional: pâté d’orignal (el orignal, el alce, es el animal tradicional de la cultura), que yo no probé por ingenua fidelidad a mis principios de vegetariana occidental pero que todo el mundo festejó, la bannique (pan tradicional de muchos pueblos originarios), otras cositas exquisitas, y la pâte de bleuets, una pasta de arándanos maravillosa que se cuece al fuego de leña durante horas. Pero lo mejor de todo fue escuchar a la cocinera: esa mujer nos alimentó cuerpo, mente, alma y espíritu, entramando narraciones circulares sobre su vida, sobre la vida, sobre el mundo, durante horas. Algo de su voz, algo de su ser, me hizo como un pequeño crack adentro, una rajadura por donde entra luz y por donde quizás también pueda salir en algún momento. En sus palabras, a veces sentía que escuchaba a mi abuelo. Los relatos de alguien que viajó por el mundo, los relatos de alguien que no olvidó jamás sus raíces, los relatos de alguien a quien le tocó un dolor impuesto, lo ajeno de la guerra, lo ajeno de los pensionados indígenas, y así todo sobrevivir para contarlo, perdonar, amar, armar y armarse de una narración que potencia e ilumina alrededor. El agradecimiento es infinito. Todavía no me alcanzan las palabras.


en donde se puede apreciar fácilmente mi estado de felicidad

Solo recordar también la noche de vuelta al hospedaje, el restaurant invadido por un grupo de jubilados franceses, el retiro al bar en donde Véronique y Géneviève interpretaron para nosotres una parte de la obra escrita por Véronique a la luz de las velas. La magia.

Al otro día, la vuelta por la ruta tranquila, el almuerzo en la cervecería en Trois-Rivières, una parada por el museo Abénakis, y finalmente la llegada a Montréal, al departamento en donde Ger había arrancado una mudanza solito, para emprender esa otra aventura (que contaré la próxima vez).

En el medio, todas las charlas, las risas, los intercambios, las comidas. La generosidad infinita de cada une. Y yo, que apenas llego a este lugar, y no me imaginaba que tan pronto estaría cumpliendo mi sueño, mi destino… Mi por qué estar acá.

4 comentarios:

  1. Todo te estaba esperando, Ani. Que alegría.

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  2. Sos una persona admirable Anita!

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  3. Un beso grande Ana. Sorprendente lo que contás. Mañana lo termino! Carlos.

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  4. Que hermosol Ani! Un increíble comienzo de la gran aventura de estar allá 😍 Li

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