sábado, 15 de mayo de 2021

Tres historias de primavera

 I

Antes de la aventura de la frontera y el permiso de trabajo, vinieron Timo y Julia de visita a conocer la gran República de Sherbrooke en un día espectacular.


Esa visita fue el comienzo de un gran respiro, una larga inhalación que desencadenó en la exhalación relajada y tranquila de estar viviendo mis últimas semanas acá en paz. También fue la alegría de sentirme anfitriona después de sentirme invitada-extranjera durante tanto tiempo (aunque no se pudieron quedar a dormir, falta de consentimiento de mi compañera de casa), poder mostrarles la ciudad y descubrir que ya la sentía muy mía. Darme cuenta de que conocía cómo llegar de un lado a otro, inventar itinerarios en mi cabeza sin tener que chequear todo el tiempo en google maps, saber por dónde meternos y por donde salir de los lugares, y encima de todo, armar alto picnic. Quizás ese picnic fue el comienzo de todo, como un elevador del amor propio y el amor al mundo que se genera en la disposición de la comida cuyo destino es ser compartida.


picnic en el Parc Lucien Blanchard

paseando por la Gorge


saludando árboles en el Lac des Nations

fantasmas en las calles de Sherbrooke

II

Dos semanas más tarde, fue mi turno de volver a visitar a les chiques y a Montréal. El paseo empezó acompañando a Timo a comprar té al barrio chino y probando el “Bubble Thé” (yes, esa es la combinación lingüística que eligen para anunciarlo), una especie de té frío con pedacitos de fruta y unas bolitas muy extrañas que vas succionando y comiendo y parecen gomitas pero no lo son. También conocimos la zona del Vieux Port mientras charlábamos sobre posmemoria (para no ser tan turistas cliché). A la tarde fuimos les tres a pasear al mercado Atwater, y después al canal Lachine, al parecer uno de esos lugares de encuentro de la juventú montrealense que me trajo reminiscencias del canal Saint-Martin de París (en algún momento tenía que aparecer, ¿no?). Cerramos el día viendo la ciudad desde arriba, y comiendo unas hamburguesas veganas increíbles de un lugar cuyo nombre no puedo recordar.

Bubble Thé

por el Vieux Port

perros gigantes asustan a la gente con perros chiquitos en los parques de Montréal

zona del Vieux Port

marché Atwater

son tiernis

iujuuu


El paseo siguió al otro día, primero por el Parc Laurier, en donde no solo hay cancha de bochas, sino también de béisbol, hockey, fútbol, parque para perros (sí, parc canin), y pileta pública. Pi-le-ta. No sé qué hago que justo me voy de acá cuando empieza el verano en Montréal. En fin, miramos un rato a otro sector de la juventú montrealense jugando al frisbee y al spikeball (no me pregunten qué es ese juego porque aún no lo puedo explicar), y nos fuimos para el jardín botánico, no sin antes pasar por los famosos ñoquis e ir a comerlos al lado (o más bien, en medio) de un skatepark poblado de niñes skaters, en donde se nos acercó un español a charlar.

 

clásicos ñoquis con espectáculo en las calles de Montréal


pileta del Parc Laurier

El jardín botánico fue una maravilla, no solo porque lo conocí en el primer día de sol que me tocó en Montréal, sino también por la belleza del lugar, las flores, los árboles, y la visita de un zorro que se dejó sacar fotos sin vergüenza durante un par de minutos mágicos. Es una alegría encontrarnos con cada planta y con cada animal.

 

Charlie en la parte china del jardín botánico

yo en la parte china del jardín botánico


flores y más flores

cosas

cosas 2

más flores

zorri


Paradójicamente, el fin de semana empezó con el barrio chino, siguió con “Lachine” (Lachina, #telotraduzcoasínomás), pasando por el sector chino del jardín botánico, y terminó con tres helados Melona que, para mí y seguro para unes cuantes más, son algo que se compra en el barrio chino de Buenos Aires. Todo eso justifica que falté a mi clase de Chi Kung para el viajecito de fin de semana. Los caminos del Tao te pueden llevar por cualquier lugar.

Melona y cansancio


III

El miércoles terminé la clase de Didáctica que curso en Argentina mientras estoy acá (¿?), preparé una mochila, y Paula me pasó a buscar. Nos fuimos, con ella y Danny, a una especie de refugio en el bosque en donde, por precauciones pandémicas, ella dormía adentro, Danny en su auto y yo, después de mucho tiempo, pude volver a acampar. A pesar del frío de la noche (entre 2 y 10 grados), me prestaron un buen equipamiento que, después de un rato adentro, me mantuvo calentita.


¿Hacía cuánto que no me calentaba las manos en un fueguito? ¿Hacía cuánto que no miraba un cielo tan estrellado, sobre todo en este hemisferio, del lado de acá? Extrañaba esa sensación de vértigo, ese sentir que estoy en casa porque el cielo es el mismo en cualquier lugar, y a la vez estoy lejos porque el mapa es otro. Se dépayser chez soi. Qué se yo. Al fin llega la alegría plena, una confianza que no tiene mejor lugar para expresarse que en medio de la naturaleza. En las berenjenas asadas al fuego. En el pajarito que me despertó a la mañana.





Estoy bucólica, lo sé. Perdonen. Es la primavera.

Y la suerte de que podamos encontrarnos, entre flores y animales, con estas personas que me llevan de paseo a hacer que la vida sea más buena.

Gracias.

 



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