Me gustaría poder decir que el invierno me congeló las palabras. Pero no. Viene siendo un invierno caluroso, y con eso quiero decir que hubo varios días de temperatura sobre cero en enero y febrero, el resto fueron variando entre -2, -7, -15, y solo dos hermosos días de 28 grados bajo cero.
Me gustaría echarle la culpa a la nieve y al hielo. Pero no.
Lo que se me congela es el cerebro cada día a las 7 de la tarde, exhausto
después de horas de trabajo, estudio, constante estímulo. Dividido en cincuenta
pedacitos distintos de cada tarea y proyecto, de cada persona con quien
comparto un momento. Me gustaría poder explicar cada uno de esos pedacitos pero
es inútil y complejo. Después todo se acaba tan rápido. Cada reunión se me
escapa de las manos, las videollamadas duran un segundo, no puedo retener lo
que pasa ni a la gente que veo.
Todavía no puedo medir hasta qué punto me está afectando este caluroso invierno.
Me gustaría tener bien claro, clarísimo, lo que estoy
haciendo. Pienso en los meses que vivimos en París y en cómo cada semana podía
sentarme a contar lo que me decía esa ciudad sobre la historia, sobre la vida,
sobre nosotres. Sobre mí. Pienso en la sensación de un lugar lleno de contrastes. Después me acuerdo que estoy acá, miro por la ventana, y es todo
tan blanco, la tierra es blanca, el cielo es blanco, la vereda, la calle, los
techos. ¿Será por eso que en este invierno me visto toda de negro, porque busco
desesperadamente ese choque de opuestos?
Me gustaría contar: los patines, navidad, Sherbrooke, les
amigues, las visitas, año nuevo. La idea de que tenemos una vida acá mientras trato
de entender todo lo que se me está yendo. Y no me sale el relato lineal, solo
párrafos como estalactitas y estalagmitas de hielo, vienen de acá y vienen de
allá y no sé ni qué estoy diciendo.
Me gustaría contar: las becas, los trabajos, la gente loca y
la gente linda en la calle o en el metro. Pero pasó mucho tiempo y el cerebro
congelado me fue mezclando las anécdotas. Tengo imágenes suspendidas como en la
soga de colgar la ropa, esperando a que las entre casa para recobrar su
suavidad, su capacidad de transmitir calor al cuerpo.
Quisiera que escribir no se pareciera tanto a extrañar.
Quisiera que ser honesta conmigo no siempre tuviera que ver con el duelo.
Escribir también podría ser como el aire seco de un día frío
y soleado congelándome las fosas nasales, haciéndome cosquillas, reflejando la
luz en el blanco de la nieve. Podría ser como respirar. Como moverse. Podría
ser una foto y mil fotos y recuerdos escapándose de la memoria.
Todavía no puedo decidirme, pero algo me despertó ese
pequeño temblor y falta menos para la primavera.
Hola Anita querida, te abrazo y te deseo que el amor atrás de cada duelo te fortalezca y te llene de calidez, y un encuentro pleno con las formas de vivir, narrar y escribir que te traigan bienestar. Después de todo para nosotres humanes existir es narrar. Sigo como siempre las aventuras de la protagonista de este blog, por quien aliento cada vez.
ResponderEliminar💪🏽🤗💖