Bueno, no todos los
fines de semana tienen que ser perfectos.
En realidad, nada
tiene que ser perfecto. No hace falta.
Este martes pintó
ir a otro pueblito sin mucha expectativa, cerca de un gran, gran
parque nacional acá en la región. Confiando en que siempre tuvimos
buena suerte con el transporte y la poca organización, salimos
tranqui después del merecido remoloneo matutino que sólo una vez a
la semana nos podemos permitir.
Pero confiamos mal.
Teníamos que llegar
en tren a un primer pueblo, Mantes la Jolie, y después tomar un bus
para ir al destino principal del cual, sinceramente, ya no me acuerdo
el nombre, y tampoco va a importar. Ya el tren no era tan lindo como
el que nos llevó la semana pasada a Provins, y en las últimas
estaciones empezó a llenarse de gente que, con todo respeto, si
quisiera ser más considerada hacia el prójimo, podría ser un poco
más consciente de sus olores corporales y del volumen de sus
conversaciones y/o cantos y/o gritos, sobre todo tratándose de
adolescentes cuyas hormonas están a punto de explotar. En fin, a
pesar de todo llegamos sanos y salvos, o casi, porque desde la mañana
me perseguía un dolor de cabeza premonitorio, y empezamos a buscar
información sobre cómo llegar al siguiente destino. Y oh sorpresa,
la ridiculez de este sistema que nos viene haciendo reír bastante
nos jugó una nueva mala pasada: no sólo faltaba una hora para el
siguiente bus, sino que el último bus de vuelta desde ese pueblo
salía antes de que llegara el de ida (¿?), así que jamás íbamos
a poder volver, menos mal que miramos.
So, simplemente nos
dejamos llevar, on a traîné un poquito por ahí, si se quiere.
Almorzando en la boulangerie frente a la estación, Ger me habló
sobre cómo nos creamos falsas imágenes de la vida de la gente a
través de sus publicaciones en internet. Yo no había sacado
obviamente ninguna foto, porque es cierto que solemos sacar fotos y
mostrar siempre la parte linda del paisaje, no creemos que valga la
pena compartir lo demás. Y así parece que es todo hermoso, y que no
dejamos de pasarla bien o de viajar y recorrer lugares lindos.
Pero la posta es que
no es así, para nada. Vemos y vivimos cosas feas todo el tiempo.
Posiblemente todos lo sepamos, pero nos dejamos engañar.
Personalmente, caigo mucho en la angustia de creer que la vida de lxs
otrxs (estoy probando a ver cómo me siento con las x hoy, porque es
cierto que las o...) es siempre mejor que la mía, y que tengo mucho
que hacer para llegar a alcanzar ese nivel. Patrañas, ¿no es
cierto? (quiero usar un poco de eñe, también).
Una puede estar
comiéndose un panini tomate-mozza medio pelo en cualquier
boulangerie de barrio frente a la estación de un pueblito que no
tiene la mejor reputación, con sus dudas y sus malestares, con el
cansancio de toda una semana laboral, el pelo pegajoso por la
humedad, la decepción del no-viaje y a la vez la alegría de estar
ahí con esa paz intranquila, con ese no sé qué hago acá pero está
bien, y el gran bonheur de estar acompañada y riéndose de cualquier
cosa, y todo eso está bien, de hecho está muy bien, y es real, y
vale la pena compartirlo. ¿No todo lo que brilla es oro? En
realidad, no todo brilla, directamente. Pero no hace falta mucho
brillito para ser feliz.
Depende de cómo te
lo tomes.
Nosotros elegimos
sacar la foto igual, así que acá están nuestras obras de arte.
El tipo feliz
Yo, siendo acosada por un kinder
Esta cosa que encontramos