Volver a tener una casa para vivirla entera y sentirla como propia fue el mejor regalo que pudimos tener para navidad. Así suelto suena un poco ridículo, pero quien venga siguiendo de cerca esta historia podrá entender lo maravilloso que fue para nosotrxs disponer de todas las habitaciones de un mismo departamento y su paz, aunque sea por tres noches. Sin contar con que tuvimos la compañía de la mejor gatita de Portugal, Pini, que se hizo la difícil pero al toque se amigó y después no hubo quien la detenga en su constante búsqueda de mimos.
Así que sí, Lisboa tenía mucho para ofrecer, pero lxs portugueses más copadxs siguen siendo Ana Marta y Filip y su hijito, a quienes usurpamos la casa con puro agradecimiento, y con quienes lamentamos no habernos podido encontrar. El resto fue a veces amable, muchas veces demasiado neutral y algunas poco paciente con el intento de portugués que nos salía cada vez que queríamos hablar (como los franceses, muchas veces nos saltaron directamente al inglés sin preguntar). Pero la ciudad es hermosa, muy distinta de lo que habíamos visto de Portugal, en cuanto a lo cuidada y mantenida, y a la vez, muy distinta de cualquier otra capital de Europa. Esa fue mi impresión: en realidad no recorrimos tanto, porque hemos de confesar que lo que más aprovechamos fue la oportunidad de estar en casa.
Pini love
clásica: Fado en el mirador
todo blanquito
los chicos en ese flor de monasterio
...y en la torre de Belén (que, como siempre, tenía los andamios de restauración)
turistas en la Plaza del comercio
Antes de dejar esa
zona, decidimos ir a Sintra, que está cerca de Lisboa. Pero entre
pitos y flautas, es decir entre dejar la casa, viajar y una vez allá
encontrar la manera de llegar a donde queríamos llegar, se nos hizo
un poco tarde. Llegamos a ver el Palacio da pena, que es un palacio
loco del 1800 con ondas árabes en la arquitectura (como empieza a
ser todo por acá), bien arriba en una colina, o no sé si decir
montaña. Parece que es muy lindo todo el lugar, más bien todo el
verde que lo rodea, aunque mucho no llegamos a ver. El palacio en sí,
como bien me dijo Pepu, y sobre todo por dentro, no es lo más interesante, además de que
está lleno de turistas (si es así en invierno, en verano no quiero
imaginar) y de los once euros con cincuenta de entrada que te hacen
pagar. Cosas que pasan.
una onda disney
Y finalmente bajamos al sur, a la región de Algarve, en donde dedicamos un día a recorrer algo de la costa, probablemente de las cosas más hermosas que hicimos en esta parte del viaje. Pasamos la noche en el pueblo de Lagos, y de ahí salimos a recorrer, aprovechando el auto y parando cada tanto a mirar pueblitos o paisajes, llegando hasta Sagres, que es la puntita de Europa, justo para ver el atardecer. Si no hubiese amanecido hiper resfriada y con la nariz tapada llena de mocos, cosa que me mantuvo ocupada todo el día buscando superficies que hicieran de pañuelito, podríamos nombrarlo un día perfecto. Pero, por suerte, y como se suele decir, nada ni nadie es perfecto, de todo se aprende, la creatividad se expande, y una puede llegar a sonarse la nariz con los materiales más diversos. Es la versatilidad que implica vivir de viaje, ¿vio?. Y el temita este de que en Portugal parece que en verano hace mucho calor, de ahí que las casitas sean todas blancas y que ninguna tenga calefacción.
todo blanquito en Lagos
los chiquis en Ponta da pena (todo es de la pena, parece)
la foto del amor que hizo furor en las redes sociales
Ger en la playa de Luz
paisajes increíbles en Sagres
paisaje en Sagres, en la puntita hay un fuerte