Hoy me llegó una carta de Pepu desde Canadá (mágicamente, el cartero vino directo a mí con el sobre en medio del quilombo de la recepción y me dijo "ça vous dit quelque chose, ça?") y, leyéndola desde el trabajo (total mi jefe nunca va a entrar a este blog, y tampoco habla español) me di cuenta de que tengo miedo.
Obvio, obvio que tengo miedo. De a poco pero muy rápido se nos acaban los días en París, y pronto Pepu ya no va a poder escribirme a ninguna dirección (si estás leyendo esto, Pé, te estoy spoileando toda mi respuesta, perdón). Otra vez todas las incertidumbres, como al principio. La emoción y las indudables ganas de salir y dejar el trabajo que cada vez parece más pesado, pero también las dudas ante lo desconocido y las mil cosas que resolver antes de viajar. ¿Suena conocido, no?
Y fue un día raro en el trabajo. O yo estaba rara en el trabajo. O en la vida, o en mí.
Y se dio que después me tomé el bondi, me puse los auriculares, y salí. Me encontré de pronto caminando por París sin rumbo, sola con la música, otra vez. Paré en pont neuf y vi de lejos a un grupo de gente bailando tango a orillas del sena. La música del tango se mezclaba en mis oídos con grizzly bear. Todo muy gracioso y bizarro. Seguí viaje y caminé y me sentí un poco como en La Plata, o quizás sólo fue que me sentí un poco como en mi ciudad. Sí, fue algo de eso, sentí caminar en mi ciudad, que significa propio y ajeno a la vez. Nunca imaginé que iba a sentir a París mi lugar, sobre todo después de hablar toneladas de lo sucia y desagradable que puede ser; ni que iba a poder caminar en ella reconociendo rincones, y sintiéndome libre de descubrirla en una tarde de combatir al miedo, exactamente igual que aquella vez. ¿Exactamente igual? Bueno, quizás exagero. El paisaje y la gente a mi alrededor cambió, y seguramente yo también. En el medio me hablaron dos personas: uno que me preguntó cómo bajar al Sena mientras miraba a los del tango, y después me preguntó si había muchos Pokemon (“-Il y en a beaucoup? -Perdon? -Beaucoup... De pokemon -Ah! Non non, je chasse pas de Pokemon -Ah! Vous êtes des rares...”), el otro se me acercó de la nada mientras caminaba y me empezó a hablar y caminar conmigo, quiso enseñarme a bailar tango y le dije que no.
Qué se yo. Tengo miedo, ya se sabe. Pero ese miedo también es motor. Temer a salir de viaje cuando ya se está dentro de un viaje parece ridículo, me pregunto si el terror se duplica o se divide en esta situación. En todo caso, ya se siente de nuevo el vértigo de los grandes movimientos, y la nostalgia chiquita de lo que se está por terminar.
la vie est faite de petits aléas sucrés et de vent sifflotant sur nos humeurs.
ResponderEliminar"Le tourbillon de la vie", Vanessa Paradis